—[116]→ —117→
The Pennsylvania State University
Cuando una serie de damiselas tratan de animar a don Quijote al
mostrarse éste rendido después de mucho baile, el
«largo, tendido, flaco y amarillo»
caballero responde:
«¡Fugite, partes
adversae!»
(II, 62). Aunque
críticos tales como Juan Bautista Avalle-Arce y John J. Allen han
explicado que esta frase es «fórmula de exorcismo tradicional
en la iglesia»
(Avalle-Arce II, p. 525; Allen II, p.
498)211, no se ha estudiado la
importancia de la posesión y el exorcismo en el
Quijote. Tampoco se ha analizado el papel del
diablo y de Dios en la locura y aventuras del héroe, aunque es bien
sabido que la melancolía se relaciona con el diablo. Por consiguiente,
el presente trabajo mostrará las conexiones que existen entre la
posesión demoníaca, el exorcismo y los estados mentales de don
Quijote.
Cualquier examen del papel del diablo y de Dios en el
Quijote ha de tener en cuenta el pensamiento
de Cervantes sobre el tema. Siempre ambiguo en sus obras, es difícil
delinear con mucha certeza las creencias religiosas de Cervantes. Según
Américo
—118→
Castro, «ofrece bastante dificultad
reducir a cierto orden la actitud de Cervantes con respecto a la
religión»
(245212). Castro cree que Cervantes ni era
«inquisidor» ni «liberal progresista», sino que era
«el literato que hubo en España de carácter más
abierto a las influencias universales»
(255). Sin
embargo, es seguro que Cervantes poseía un alto nivel de conocimiento
bíblico. Juan Antonio Monroy ha demostrado los abundantes episodios e
ideas procedentes de la Biblia que aparecen en el
Quijote213.
En el pasado, los estudios sobre la locura y la recuperación final de don Quijote, como los de Otis H. Green y Daniel Heiple, se han centrado en las causas físicas, particularmente el desequilibrio de los humores214. El objetivo de este estudio no es refutar dichas ideas, que son muy válidas, sino añadir otra posible lectura del origen de la locura del héroe.
Hasta el momento no se ha explorado la conexión entre el
desequilibrio mental del protagonista y la posesión demoníaca.
Esta idea puede coexistir con la teoría de los humores, puesto que
según el
Malleus maleficarum, los diablos pueden
agitar las percepciones interiores y los humores de tal modo que lo imaginario
parezca real (50)215. La Biblia, y el Nuevo Testamento en
particular, es una fuente rica de casos de posesión demoníaca y
de exorcismo. De hecho, sólo en los evangelios se encuentran casi 50
referencias, normalmente relacionadas con Jesucristo. Según Robert
Petitpierre, algunas de las manifestaciones de esta posesión
—119→
en el Nuevo Testamento son «...
Phantasy, falsehood, wrong judgements and decisions and general atomization and
destructiveness,...»
(17216). Carlos Lisón Tolosana, en su
reciente libro
Demonios y exorcismos en los Siglos de Oro,
ha demostrado que durante la época de Cervantes había una
profusión de estos fenómenos, tanto en la sociedad en general
como en la literatura217. Cervantes mismo incluye muchos
personajes y lugares diabólicos, e incluso intercala una novela en
Los trabajos de Persiles y Sigismunda que
aborda dichas experiencias218.
Por otra parte, no hay que dudar que Cervantes escribe durante la
Contrarreforma y que su conocimiento del tema era amplio.
La importancia de este aspecto en su época se muestra en la
publicación por la Iglesia católica del
Rituale Romanium en 1614 que
establecía reglas al respecto. Adolfo Rodewyk indica que el
Rituale Romanium especifica que un exorcista
ha de ser capaz de distinguir entre los síntomas de la posesión
demoníaca y los de la melancolía (19)219. Otra publicación eclesiástica de la
época fue el
Manuale Exorcismorum también de 1614.
Según Rodewyck, algunos de los síntomas encontrados en el
Manuale son un comportamiento violento y
también «... a great restlessness which
does not permit the person in question to remain in one place and prompts him
or her to withdraw from society»
(66).
También afirma Rodewyk que la verdadera posesión demoníaca
incluye «... the appearance of the Devil as a
separate, second personality aside from that of the
possessed»
(16). Otro síntoma que
según Martin Ebon es clave para la identificación de
posesión demoníaca es la repugnancia ante lo sagrado (93)220.
Cuando una persona o aún un lugar muestra estos síntomas, se considera que está bajo la posesión demoníaca y se hace necesario el exorcismo. Normalmente éste se realiza con un simple mandato al demonio para que salga en el nombre de Dios. Según Petitpierre, cualquier cristiano, y aún no-cristiano, puede —120→ convertirse en exorcista con tal de que invoque el nombre de Cristo (21). Otros dos elementos importantes del exorcismo los constituyen el agua bendita y la señal de la cruz. (Petitpierre, 21; Rodewyck, 167.)
Después de una cuidadosa relectura del Quijote y considerando todas estas proposiciones, surgen interesantes paralelos entre la posesión demoníaca, el exorcismo y el estado de don Quijote y se ve que la relación entre el diablo, Dios y don Quixote cambia a través de la novela. En la primera parte del Quijote las fuerzas demoníacas ejercen un control casi completo sobre el héroe. La segunda parte, sin embargo, se caracteriza por la lucha entre el diablo y Dios por la posesión de su alma; lucha que gana Dios, ya que don Quijote experimenta un lento proceso de exorcismo que termina con su liberación y su renacimiento como «Alonso Quijano, el Bueno».
En primer lugar, hay que mencionar la conexión que se
establece entre los demonios y las ideas expresadas en las novelas
caballerescas que había leído Alonso Quijano. Esta
conexión se expresa en varias ocasiones, sobre todo antes de la purga de
los libros. El cura afirma que «Encomendados a Satanás y a
Barrabás sean tales libros»
(I, 5), y luego
denuncia «las endiabladas y revueltas razones»
(I,
6) expuestas en el
Amadís de Grecia. Antes de la purga,
la sobrina de Alonso Quijano le entrega al cura y al barbero una escudilla de
agua bendita y un hisopo al tiempo que dice «-Tome vuestra merced,
señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí
algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten,
en pena de que les queremos dar echándolos del mundo»
(I, 6). Esta acción de expulsar a los demonios con la ayuda
de agua bendita muestra paralelos con el exorcismo, al mismo tiempo que la
quema de los libros recuerda la quema de brujas.
Del comportamiento violento, otro síntoma demoníaco,
hay numerosos ejemplos en la primera parte del
Quijote y no es necesario enumerarlos. Sin
embargo, si se combina la violencia con la repugnancia hacia lo sagrado o lo
religioso, la posesión se hace más evidente. Después del
episodio de los molinos de viento, dos frailes benedictinos montados en mulas,
un coche, cuatro o cinco personas a caballo y dos mozos de mulas a pie tienen
la desgracia de cruzarse con don Quijote. Sancho, temiéndo que su
señor esté a punto de atacarlos, le advierte, «que mire
bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe»
(I,
8). Don Quijote no presta atención al aviso y carga contra los
dos
—121→
frailes. Lo significativo es que el héroe ataca a los
frailes, que simbolizan lo religioso, y no a los que van a caballo, que
debieran haberle recordado más a los caballeros andantes. Después
del ataque, cuando don Quijote intenta hablar con las damas del coche,
éstas huyen de él «haciéndose más cruces
que si llevaran al diablo a las espaldas»
(I, 8). Otro
asalto contra figuras religiosas ocurre cuando el caballero y su escudero se
encuentran con un grupo de clérigos que escoltan un cadáver hacia
Segovia. Igual que en el caso anterior, don Quijote «los apaleó
a todos y les hizo dejar el sitio, mal de su grado, porque todos pensaron que
aquél no era hombre, sino diablo del infierno que les salía a
quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban»
(I,
19). En los dos casos se ve, pues, no solamente violencia contra figuras
religiosas, sino también la identificación de don Quijote con el
diablo221.
Aparte de los sucesos apuntados que muestran la relación
entre don Quijote y el diablo, existen otros ejemplos en los cuales varios
personajes le asocian con el demonio. Hay una conversación interesante
que acontece en Sierra Morena. Hablando de la penitencia de su señor,
Sancho dice que está en el purgatorio, a lo cual don Quijote responde,
«Mejor hicieras de llamarle infierno, y aún peor, si hay cosa
que lo sea»
(I, 25). A continuación, don Quijote
demuestra su amplio conocimiento de casi todo y Sancho proclama, «Digo
que de verdad que es vuestra merced el mesmo diablo, y que no hay cosa que no
sepa»
(I, 25). Después del episodio de Sierra
Morena, el caballero y su escudero regresan a la venta donde se quedaron
antes.
Esta vez sucede la famosa batalla con los cueros de vino y el
ventero declara, «-Que me maten... si don Quijote, o don diablo, no ha
dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto...»
(I, 35). Aparte de estos ejemplos, don Quijote mismo se vincula
con el demonio en dos ocasiones. En la jaula rumbo a su pueblo, Sancho le
informa que son el cura y el barbero los que lo han encarcelado y él
replica, «¿Cómo han de ser católicos si son todos
demonios que han tomado cuerpos fantásticos para venir a hacer esto y a
ponerme en este estado?»
(I, 47). Es significativo que
no simplemente destaque que los demonios le han puesto en la jaula, sino que
indique que son los causantes de su estado. Cuando le sueltan, don Quijote
inicia una
—122→
discusión con un cabrero que acaba en una
pelea. El cabrero gana con facilidad y nuestro héroe afirma,
«-Hermano demonio, que no es posible que dejes de serlo, pues has
tenido valor y fuerzas para sujetar las mías...»
, (I,
52). Es decir, en su opinión, el demonio se convierte en el
«hermano» que le ha puesto en tal estado.
En el exorcismo se necesita la ayuda de Dios para liberarse de los
demonios y aquí se atisba esta posibilidad. Cuando el barbero y el cura
elaboran un plan para hacer que don Quijote regrese a su casa, Maritornes
declara que rezará un rosario para que «Dios les diese buen
suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habían
emprendido»
(I, 27). Sancho también le encomienda
a su señor a Dios diciendo «así Dios le saque de esta
tormenta...»
, (I, 49). Cuando por fin llegan a su
pueblo, su sobrina y la criada «pidieron al cielo que confundiese en
el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates»
(I, 52). Estas fuerzas divinas irán cobrando cada vez
más poder a lo largo de la segunda parte del libro hasta el desenlace
final con la completa liberación de los demonios y la vuelta de Alonso
Quijano.
En la primera parte se delinea, pues, una asociación entre don Quijote y las fuerzas diabólicas, ya que muestra muchas señales de estar poseído por el demonio. El caballero andante carece de control sobre sus propias facultades y hasta ataca a figuras religiosas. Además, muchos personajes, incluso él mismo, lo equiparan con el diablo. El demonio es quien, física y simbólicamente, le ha «encarcelado» en el estado que padece. Sin embargo, la segunda parte presenta ciertas diferencias. Don Quijote aparece mucho más reflexivo y no pierde tanto el control. También, mientras que la primera parte contiene muy pocas discusiones teológicas, la segunda está repleta de ellas. En ésta aparecen físicamente varias figuras diabólicas que pretenden provocar a don Quijote, en un intento de mantener el control sobre él.
Se entabla así una lucha entre Dios y el diablo que se
manifiesta de muchas formas. Varios personajes se refieren a las dos
personalidades de don Quijote, lo cual, según ya mencionamos, es otro de
los síntomas de posesión. Él que lo comenta con más
frecuencia es el Caballero del Verde Gabán. Hablando de don Quixote con
su hijo dice que «le (Quijote) he visto hacer cosas del mayor loco del
mundo, y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus
hechos...»
; (II, 18). Sancho lo describe
—123→
así también, «-¡Válate Dios por
señor! Y ¿es posible que hombre que sabe decir tales, tantas y
tan buenas cosas como aquí ha dicho, diga que ha visto los disparates
imposibles que cuenta de la cueva de Montesinos?»
(II,
24). De estas dos personalidades, es la cuerda la que poco a poco
recobra vigor.
Se nota también un cambio en las encomendaciones de don
Quijote: mientras que en la primera parte se encomendaba a Dulcinea antes que a
Dios, en la segunda parte es al revés222. Esto se ve
por primera vez en el episodio de los leones cuando «... se fue a
poner delante del carro, encomendándose a Dios de todo corazón, y
luego a su señora Dulcinea
» (II, 17).
Después de este suceso, Don Quijote nunca más se encomienda a
Dulcinea antes que a Dios.
Al hablar de exorcismo se vio que es imprescindible pedir ayuda a
Dios y ya se mencionaron dos ejemplos en la primera parte. En la segunda, estas
súplicas ocurren con mucha más frecuencia. Antes de que don
Quijote y Sancho se vayan de su pueblo, el cura suplica: «¡Dios
te tenga de su mano, pobre don Quijote; que me parece que te despeñas de
la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu
simplicidad!»
(II, 1). A pesar de que Sancho consiente
en irse de escudero otra vez, no lo hace sin cierto recelo. De hecho, sugiere
una vía alternativa. «-Quiero decir... que nos demos a ser
santos,... Así que, señor mío, más vale ser humilde
frailecito, de cualquier orden que sea, que valiente y andante caballero;
más alcanzan con Dios dos docenas de disciplinas que dos mil
lanzadas...»
, (II, 8). Sancho cree que Dios puede
ayudarles, y a la vez, se está dando cuenta de quién
todavía controla la situación: «¡El diablo, el
diablo me ha metido en esto; que otro no!»
(II, 9). Es
decir, el diablo y Dios se disputarán el alma de don Quijote en el resto
de la novela.
Hay otros episodios que merecen un análisis más
detallado. Resulta interesante notar, como ya se ha apuntado, que en la segunda
parte se presentan materialmente figuras diabólicas para provocar al
protagonista. El primer caso tiene lugar cuando don Quijote y Sancho se cruzan
con el carro de las Cortes de la Muerte, conducido por el mismo diablo. Este
diablo simboliza el estado de don Quijote y según Ruth El Saffar,
«The Devil driven
—124→
wagon portrays
Don Quijote's state well, for the Devil represents those forces that, when
systematically repressed, run rampant, causing the conscious personality no end
of dismay and perplexity. The Devil feeds on the illusion-creating capacity of
the unchained ego,...»
(95223). Esta escena muestra que poco a poco el héroe
va liberándose de sus fantasías y de sus demonios porque a pesar
de que el diablo lo provoca, no ataca ni al diablo ni al carro. En vez de
atacar, habla con ellos, acontecimiento impensable en la primera parte. El
diablo reta a don Quijote al ver que no consigue la reacción que
esperaba de él. Ni siquiera el reto tiene efecto y don Quijote,
después de pensarlo bien, decide no responder. Progresivamente, va
recobrándo el control del que carecía en toda la primera
parte.
Otra escena de importantes connotaciones es la bajada a la Cueva
de Montesinos. Juan Bautista Avalle-Arce lo concibe como un viaje
simbólico al infierno224. Al volver de su viaje, el héroe cuenta que ha
conocido a dos caballeros presos allí por Merlín, el hijo del
diablo. Es decir, el diablo encadena a todos los que creen en sus propias
ficciones. Al oír la fantástica historia que relata don Quijote,
Sancho nuevamente establece una brecha entre Dios y las fantasías de su
señor: «Bien se estaba vuestra merced acá arriba con su
entero juicio, tal como Dios se le había dado, hablando sentencias y
dando consejos a cada paso, y no agora, contando los mayores diparates que
pueden imaginarse.»
(II, 23). Por eso ruega a Dios otra
vez que le ayude a su señor: «¡Oh señor,
señor, por quien Dios es, que vuestra merced mire por sí, y
vuelva por su honra...»
, (II, 23) Pero, como se
verá, el diablo todavía no ha concluido su trabajo.
La siguiente figura diabólica que aparece en la novela es
el mono adivinador que, según don Quijote, está «en
concierto con el demonio»
(II, 25). En este momento
habla con Sancho y le dice que sólo Dios lo sabe todo y que el diablo es
el enemigo. Ante esta actitud, el diablo vuelve a sus provocaciones, y esta vez
con éxito. Don Quijote demuestra que todavía no está
«exorcizado» cuando pierde el control y ataca a los títeres
destruyéndolos por completo.
Otra figura diabólica aparece durante la estancia del
caballero y el escudero con los duques. Los duques, que han leído la
primera parte del
Quixote, tienen muchas ganas de participar en
una de sus aventuras. Puesto que ahora el caballero muestra más control
sobre sí mismo, los duques deciden crear circunstancias que le remitan a
su previo mundo ficticio con el objetivo de provocar entretenimiento. Uno de
los acontecimientos que ponen en escena, muestra al mismo diablo en el papel
principal, dando órdenes para el desencantamiento de Dulcinea. Aunque
don Quijote dice que cree en el desencantamiento, parece que el diablo va
perdiendo su poder porque el de este episodio no es ni poderoso ni muy malo. De
hecho, incluso invoca a Dios y a su conciencia. De ahí que Sancho afirme
que este demonio es «hombre de bien y buen cristiano, porque, a no
serlo, no jurara en Dios y en mi conciencia.»
(II, 34).
En todo lo que queda de la novela, don Quijote nunca más pierde el
control de sí mismo.
La gran cantidad de discusiones teológicas de la segunda
parte constituye otro aspecto que indica la preponderancia que va adquiriendo
Dios. Una de las que mejor ilustra el acercamiento de don Quijote hacia Dios,
ocurre cuando aquél le ofrece consejos a Sancho sobre su futuro papel de
gobernador. En una conversación plagada de referencias religiosas,
Sancho acaba por proclamar que «más me quiero ir Sancho al
cielo que gobernador al infierno»
(II, 43). A lo cual
responde don Quijote que «Por Dios Sancho... que por solas estas
últimas razones que has dicho juzgo que mereces ser gobernador de mil
ínsulas:... encomiéndate a Dios...»
, (II,
43). Los demonios que habían poseído la mente de don
Quijote, poco a poco son reemplazados con pensamientos sobre Dios.
Este hecho se manifiesta de nuevo en el episodio con el bandido
catalán, Roque Guinart. Don Quijote intenta convencer al bandido del
error de sus actividades diciéndole que: «vuestra merced
está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, mejor decir, que
es nuestro médico, le aplicará medicinas que le sanen, las cuales
suelen sanar poco a poco y no de repente y por milagro...»
;
(II, 60). Si el consejo se aplica a su propia condición, se
deduce que esto es precisamente lo que le está ocurriendo.
Progresivamente, Dios va curando al héroe y sólo quedan dos
episodios para completar su «exorcismo».
Don Quijote y Sancho entran en Barcelona en un día muy
importante, el día de San Juan. Según las antiguas tradiciones
paganas, la noche de San Juan celebra el solsticio de verano, en
—126→
la cual la gente quema hogueras para ahuyentar a los espíritus malos
(Frazer, 622-32)225. La siguiente
noche los anfitriones dan una gran fiesta, acontecimiento muy significativo
para este estudio, en honor del héroe. Las invitadas bailan tanto con
don Quijote que éste se desmaya de agotamiento y cuando los invitados
intentan levantarle, les grita «¡Fugite,
partes adversae!»
(II, 62). Esta
exclamación es clave porque, según afirma Avalle-Arce y Allen, es
parte de una fórmula usada en los exorcismos (Avalle-Arce II, p. 525;
Allen II, p. 498). Es decir, la combinación de las súplicas a
Dios y esta exclamación constituyen los ejes del proceso de
exorcización de don Quijote.
El último episodio para la liberación total
está relacionado con el caso más importante de exorcismo en el
Nuevo Testamento puesto que se menciona en los evangelios de Mateo, Marcos y
Lucas, en el cual Jesucristo ordena a los demonios que poseen a un hombre que
entren en una piara de cerdos. «Y le rogaron todos los demonios,
diciendo: Envíenos a los cerdos para que entremos en ellos. Y luego
Jesús les dio permiso. Y saliendo aquellos espíritus immundos,
entraron en los cerdos...»
, (Marcos, 5, 12-13). La
relevancia de este caso radica en el paralelismo con el capítulo 68
cuando una piara de cerdos atropella a don Quijote y Sancho, y Don Quijote
reconoce que «esta afrenta es pena de mi pecado...»
,
(II, 68). Esta acción se puede considerar la etapa final
del proceso de exorcismo porque poco después don Quijote por fin llega a
su pueblo y a su casa y después de dormir muchas horas se despierta y se
declara curado. «Bendito sea Dios, que tanto bien me ha hecho... Ya
conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído: ya
por misericordia de Dios, escarmentado en cabeza propia, las abomino»
(II, 74). Así Alonso Quijano ha cerrado un círculo.
El protagonista, después de haber sido un don Quijote poseído por
el demonio, ha vuelto a ser Alonso Quijano tras someterse a un lento proceso de
exorcismo.