—[78]→ —79→
Leyendo con atención a Cervantes, se descubre que el pleno valor alusivo de su obra sólo es posible apreciarlo gracias al equívoco usado como recurso. Ya Keith Whinnom122 y Ian Macpherson123 han analizado la amphibologia obscena en poemas de amor cortés, cuya ambigüedad solía pasar inadvertida. Dado el carácter, no ya pernicioso o sensual, sino incluso pornográfico, del libro de caballerías, en opinión de Eisenberg124, nada tendría de especial que esta clave estuviera presente en un relato que participa de ambos subgéneros, a su vez tan directamente emparentados. Así pues, en el propio modelo paródico habría encontrado Cervantes una pauta inigualable para delinear buena parte de su humor, y quizá la más representativa por ser la originaria. Pero no se piense en episodios de obvio cariz erótico, tales como el de Rocinante y las yeguas galicianas -por cierto, nadie recuerda el verbo galiciar125-, o el de Don Quijote y la asturiana Maritornes, —80→ con tantos puntos comunes; ni en las travesuras de Dorotea o de Altisidora. Estas raras indiscreciones del autor, por su evidencia, han podido ser omitidas, o cuando menos suavizadas, por los adaptadores126. Sin embargo, el tipo de exégesis propuesto, más acorde con el practicado por Mauricio Molho, implica un doble sentido ambiguo, nunca del todo aparente, que emana de la esencia misma del relato, de sus raíces primigenias; tratar de suprimirlo equivaldría a anular la historia.
Sirvan de ejemplo los diversos nombres de Don Quijote y su oficio de caballero andante, así como el retrato inicial de Sancho Panza.
Dos de la posibles variantes onomásticas del protagonista
(Quijada y
Quesada), en cuanto sinónimos127 que designan su rasgo externo más
visible, bien podrían connotar una alusión a
mentula128 por asociación fisiognómica. En
Quij-ano, por contra, tardío y, al
parecer, auténtico nombre de Don Quijote, el sufijo comporta otra
sugerencia a lo bajo corporal, diversa aunque complementaria129. Este mismo doble sentido reaparece en el
nombre ficticio. Por más que Astrana Marín asegure haber
encontrado el apellido coetáneo
Quijote130, la voz
indica «parte superior de las ancas de la caballería»
además de «parte del arnés
—81→
dedicada a cubrir
el muslo»: se sugiere una irónica ambivalencia que, sólo
por esto, y sin entrar en más consideraciones, «ya debió
de venir a los propósitos de Cervantes como anillo al
dedo»
131.
Constantino Láscaris Commeno132 insistía en el simbolismo obsceno de la pieza de la armadura, y Dominique Reyre133 prosigue tal exégesis. Acaso convenga subrayar cómo, desde el Antiguo Testamento al Renacimiento, se ha aludido siempre en el muslo del varón, por metonimia, a la potencia reproductora, cuando no al mismo sexo. Más en concreto, los autores del Siglo de Oro suelen remontar a fuentes bíblicas un episodio hagiográfico reciente: así es como la cojera de San Ignacio de Loyola será asociada con la de Jacob tras su lucha con un ángel (Gén. 32, 24-32) que, al herirle en el tendón del muslo izquierdo, habría castigado su sensualidad134; ofrece el tópico mayor relevancia por cuanto la figura del caballero andante a lo divino, imbuido de un espíritu tan afín al de Don Quijote, pudo asimismo originar ciertos pasajes del relato de Cervantes135.
—82→ Añádase a esta doble influencia otra intermedia,
proporcionada por el
Cuento del Graal. Señala Joan
Ramón Resina que la herida «entre ambos muslos»
del
Rey Tullido, aun si no fuera «expresión suficientemente
gráfica»
, indicaría, mediante la voz
hanches, «el conjunto de
órganos que reposan en la pelvis, o que lindan con esa zona»136
. Por culpa de un grave pecado, el
reino se ha convertido en la Tierra Yerma o Baldía, que sólo
volverá a hacer fecunda la mediación de un héroe casto: la
incapacidad del monarca repercute en la aridez de sus dominios. Ahora bien, el
toponímico
de la Mancha designa, en primer
término, una región desértica137;
otros valores alusivos deben posponerse a la infertilidad añadida, igual
que un calificativo, al sentido erótico del nombre
Quijote. Desde el
«Prólogo» quedará asociado este rasgo del
héroe manchego con una supuesta falta de capacidad creadora de su autor:
«¿qué podrá
engendrar el estéril y mal cultivado
ingenio mío sino la historia de un
hijo seco [...], bien como quien
se engendró en una cárcel
[...]?»
; los escenarios naturales amenos y apacibles son propicios,
en cambio, «para que las musas
más estériles se muestren
fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y
contento»138
.
Otros dos signos redundantes acabarán por certificar el defecto orgánico, sin que ahora se deba a ningún castigo del protagonista por sus excesos, sino a una parodia con sentido inverso.
Respecto al apreciativo
-ote, registra Cela sinónimos del
miembro viril como
Chafalote,
Chafarote,
Cipote,
Ciriote,
Garrote y
Virote (pp. 187-488, s. v.), éste
último frecuente en tiempos de Cervantes139. No hay que olvidar personificaciones
igualmente
—83→
coetáneas: así,
Don Majote (con las variantes
Maçote,
Mazote o
Maxote), tal vez con raíz en
majo, donde Corominas observa, pese a sus
dudas sobre el derivado, «una creación del lenguaje
erótico»
incontestable; y
Pijote (o
Pichote,
Pischote)140, que un solo rasgo
fonológico distingue de
Quijote. Ambos nombres propios, asociados por
su acepción de tontería o necedad, más el título
burlesco
Don, común a varias de estas voces
anteriores y a otras similares (Don Carajo,
Don Carlos,
Don Ciruelo), sugieren interpretar de igual
modo el apelativo caballeresco; éste, que ya se prestaba, como queda
expuesto, a tal sentido, también lo connota alusivamente con toda
claridad, a la manera de un eufemismo por metonimia.
Luis Andrés Murillo141 ha visto en el romance
viejo de Lanzarote y su rocino, por tres veces parafraseado en la novela
cervantina, el modelo directo de Don Quijote y Rocinante. No es preciso, en tal
hipótesis, más que acentuar la parodia, porque ya aquel texto,
que inducía a una lectura de suave pero evidente comicidad, la anticipa
con ironía: en el hecho de que las damas nobles cuiden el
rocín142 del caballero se
aprecia una intención cómica, pero -cabría puntualizar- de
tipo obsceno. Recuérdese, junto con la personificación del sexo
en
Juan Lanzarote o
Preste Juan Lanzarote143, la imagen del héroe bretón como
seductor caballero andante, lo que le impide participar en la búsqueda
del Grial. Debe añadirse que en los apelativos
Lanzarote y
Don Quijote, aparte del sufijo, se da la
coincidencia de un presunto étimo
lanza144, y de que
ésta -sin contar su uso equívoco- es apoyada por el caballero en
cierta bolsa de cuero anexa al
quijote de su
—84→
arnés: de
ahí la expresión
llevar (o
poner)
la lanza en cuja145 -esto es, en
posición de descanso-, frente a ponerla
en ristre cuando acomete; no hace falta
recalcar lo sugestivo de esta imagen. Acaso fueran razones eufemísticas
las que aconsejaran una triple omisión del nombre del protagonista en la
Licencia real y en la Tasa de un libro citado como
El ingenioso hidalgo de la Mancha. Cuando
llama Dorotea a Don Quijote, «si mal no me acuerdo,
don Azote, o
don Gigote»146
(I, 30, 328), no hace
sino confirmarlo.
En definitiva, -ote apunta este doble valor: por una parte, aumentativo (gran tamaño o longitud); por otra, despectivo (necedad, ignorancia o vacío): no hay correspondencia entre apariencia virtual y contenido, como en tantos otros ejemplos (amigote, caballerote). Ni que decir tiene que, con el toponímico de la Mancha y la ironía del tratamiento Don, el sufijo logra matizar negativamente el sentido erótico de Quijote, pese a que el término estuviera ya lexicalizado y tenga, en realidad, diversa etimología.
Alguien con tan notable carencia como Don Quijote de la Mancha
precisa de cura o aprendizaje, esto es, de ser iniciado sexualmente.
Quizá no sea ocioso recordar la interpretación
sicoanalítica de Carroll B. Johnson147 acerca de
la crisis de la cincuentena, puesto que el protagonista frisaba con esa edad.
Cuando un pícaro doñeador y dos damas del partido arman
caballero andante al huésped, le
están invistiendo cofrade de la única orden que son capaces de
representar en uso figurado: el ventero, «en los años de su
mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas
partes del mundo, buscando sus aventuras»
; entre varios otros
entuertos, lo demostró «recuestando muchas viudas»
y
«deshaciendo algunas doncellas»
, hasta acabar recogiendo en
su castillo «a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y
condición que fueren, sólo por la mucha afición que les
tenía»
(I, 3, 49). Un mismo sentido es insinuado
por Sancho Panza al reconocer en Aldonza Lorenzo
—85→
a la moza
«que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o
por andar, que la tuviere por señora»
, siendo así que
«no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana»
(I, 25, 265-66); el propio escudero llamará a su amo
«el matador de las doncellas»
(II, 72, 1123).
Es preciso suponer una acepción de
caballero andante por 'noble ocioso' -como
sugiere el
Diccionario de Autoridades148- o, más bien, por 'pícaro' en general, sin
excluir el matiz erótico, pues un experto «de los de la playa
de Sanlúcar»
(I, 2, 45) sólo podría
conferir tal grado. En efecto, tanto las voces
caballo,
caballero y
cabalgar como
andar están dotadas, en los textos
eróticos coetáneos, de un valor alusivo equivalente al de
futuere.
De igual modo, en el
Entremés famoso de los invencibles hechos
de Don Quijote de la Mancha, donde Francisco de Ávila recrea el
episodio cervantino, su protagonista recibe figuradamente «el sacro
título / de
caballero noble»
; de acuerdo con
Sancho, «el
noble caballero / que se tiene por
tal»
queda obligado: «A no pagar jamás lo que
debiere, / a gastar mal gastado el mayorazgo, / a jugar,
a putear, a darse a vicios, / y no
emplearse nunca en buenas obras»149
. Bajo la censura social continúa
apreciándose un uso degradado de expresiones honrosas.
Entendemos ahora que piense Don Quijote, antes de salir de su
aldea, en «buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero
andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin
alma»
(I, 1, 38): en el doble sentido de las palabras
clave (dama,
enamorarse,
amores) reaparece la ambigüedad del
estilo cortés, para volver a nuestro punto de partida.
Al regresar a casa el caballero, tras su primera escapada, Ama y
Sobrina muestran bien a las claras sus celos de otras mujeres: aquélla,
oyendo nombrar a Urganda, replica que, «sin que venga
esa hurgada, le sabremos aquí
curar»
(I, 5, 68); y la segunda aún es más
explícita: «¿No será mejor estarse
pacífico en su casa y no irse por el mundo
a buscar pan de trastrigo, sin considerar
que muchos van por lana y vuelven tresquilados?»
(I, 7,
84). Sobre la acepción genérica 'buscar algo
difícil o imposible
—86→
sin necesidad' -que extrae Corominas de
esta frase hecha150-, se impone
otra erótica, desde Berceo y el Arcipreste de Hita a Sebastián de
Horozco151: quien ya tiene mujer no debe buscar amores fuera de
casa, por los riesgos que esto acarreará al galán. En el
doméstico
pan de trigo apenas se encubre a la Sobrina.
Un enlace avuncular, aceptable para conservar el patrimonio a falta de
herederos, y por entonces dispensado, subyace en la alusión; o bien, un
sucedáneo más inocuo, el desempeño de las funciones de
esposa desprovistas de toda carga sexual. Sea como fuere, es patente la
tendencia acaparadora del hogar, en sentido opuesto al defendido por Johnson.
Acaso Don Quijote saliera en busca de aventuras huyendo de la opresión
agobiante de dos mujeres.
Por contra, el más joven Sancho Panza, casado y con dos
hijos, representa la fuerza generadora, en oposición a su casto y maduro
amo. Tratando Bajtin sobre la dualidad complementaria de ambos personajes, los
ve como «una pareja carnavalesca» con remotos ascendientes. Entre
su progenie, recuerda a cierto guerrero y su escudero, pintados en un vaso
griego, casi idénticos a los de Cervantes salvo en el hecho de portar
«un falo gigante»152
. Quienes han proseguido esta vía
interpretativa, señalan
—87→
en el arquetipo del
Saint Pançart de Rabelais o
Zampanzar vasco la etimología de
Sancho Panza153; como expresión de lo bajo corporal, reúne
en su carácter la desmesura en comida, bebida, sueño y -aunque no
tan claramente- en actividad sexual, pues no en vano era celebrada durante el
Carnaval
la fiesta de Panza, a quien llamaban los
estudiantes «sancto de hartura»154. Tal vez no haya mejor
descripción del criado que aquella en que se le presenta «sobre
su jumento como un patriarca,
con sus alforjas y su bota»
(I, 7, 86), símbolos sexuales ambos bien conocidos:
recuérdense los cincuenta frailes que, en una equívoca seguidilla
obscena, salen de Sevilla «con bordones de a
palmo /
y alforjas grandes»
, mientras de
Toledo parten otras tantas monjas «a buscar los frailes / y
sus alforjas»155
; o a Juan de Salinas, cuando evoca el doble sentido de
«una reverenda
alforja / con sus botazas y
espuelas»156
. Estas alforjas nunca dejarán de caracterizar a
Sancho, desde el momento en que Don Quijote le encarga que las porte, al
planear la segunda salida. También por metonimia, la
panza evoca su extremo o bajo vientre, cuya
fecunda brevedad y anchura viene a contrastar con la longitud de un
estéril
quijote, en aparente paradoja.
Mientras que Don Quijote es incapaz de aprovechar las ocasiones,
su escudero lamenta que a él no se le presenten:
«¡Desdichado de mí y de la madre que me parió, que
ni soy
caballero andante, ni lo pienso ser
jamás, y de todas las malandanzas me cabe la mayor parte!»
(I, 17, 165), exclama cuando su amo le refiere supuestos lances
amorosos con una doncella; «Pues ¡monta que es mala la reina!
¡Así se me vuelvan las pulgas de la cama!»
(I, 30,
329), comenta acerca de Dorotea; aconseja a Don Quijote
—88→
que
se case con Micomicona antes de volver con Dulcinea, puesto que «reyes
debe de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados»
(p. 332); su mujer «no es tan buena como yo
quisiera»
, por hablar mal de Sancho, «especialmente cuando
está celosa»
(II, 22, 744); y sobre la
indiferencia del caballero ante la desenvuelta Altisidora, reconoce:
«Yo de mí sé decir que me rindiera y avasallara la
más mínima razón amorosa suya»
(II, 58,
1020). Aun cuando la desmesura erótica de Sancho no se cumpla en
hechos reales y concretos -ténganse presentes las advertencias de Bajtin
respecto al carácter residual del espíritu carnavalesco en el
Quijote-, bastan las alusiones para sugerir
valores connotativos.
De lo ya expuesto se desprende la conclusión de que, en virtud del uso recursivo del equívoco, es posible que todo cuanto se propuso insinuar el autor sea pasado por alto. Cabe no entender sino literalmente el relato, como aconsejan notables cervantistas. Pero, en tal caso, además de empobrecerlo, estaría defendiéndose, de modo implícito, su carácter de excepción entre las demás obras coetáneas, basadas en la comicidad del doble sentido; incluso los Ocho entremeses, con buena parte de las Comedias y Novelas ejemplares, ofrecen idéntico tipo de humor. Resultaría impensable que Cervantes hubiera compuesto su mayor obra cómica en otra clave, sin una sola referencia no directa. Aceptar la lectura propuesta exige antes dejar sentados con precisión incuestionables principios de exégesis.
A diferencia de los textos eróticos más comunes del Siglo de Oro, es cierto que el Quijote se presta a ser interpretado como una parodia de inocente lectura. Esto mismo ocurre con algunas obras cuyo alto grado de obscenidad requiere no menores precauciones: en especial, las adivinanzas o enigmas. Según han indicado Alzieu, Jammes y Lissorgues (p. 303, nº 143, nota), se trata de un juego en que la más simple literalidad va unida al equívoco, siendo ambos sentidos en cierto modo independientes; cuando el ingenuo lector atisba la malicia, queda sorprendido por una inocente solución no prevista, de tal suerte que acaba intercambiando con el autor los respectivos papeles. Otro tanto se observa en los poemas editados por Donald McGrady157. Similar ambigüedad, aunque a la inversa, es la que muestra un —89→ Quijote en apariencia tan honesto como el amor cortés de los Cancioneros. Puesto que el novelista hace uso de unos signos lingüísticos ya especializados mucho antes, y en forma de recurso, como alusivos, cuesta esfuerzo suponer que aparezcan desprovistos de cualquier otro sentido que no sea el recto; en tal hipótesis, debería haber sido prevista esta lectura, tanto más cuanto que no escasean las expresiones ambiguas, y que están insertas en un texto eminentemente cómico. Mediante oportunos y continuos guiños al lector, Cervantes nos descubre la clave de sus intenciones, nada casuales sino conscientes y deliberadas.
Por consiguiente, y a modo de inducciones provisionales, he aquí dos ideas directrices. Todo episodio abiertamente obsceno del Quijote tiene por objeto encubrir sentidos menos evidentes, en estos y otros contextos. Si ha sido necesario recurrir a una clase de equívoco marcada por una autocensura extrema, sus alusiones quizá tengan, consideradas en conjunto, más amplio alcance y relevancia que las hasta aquí expuestas.