Maese Patelín
|
Anónimo francés del siglo
XV
|
Versión libre de Juan Cervera
|
PERSONAJES
|
|
PATELÍN, abogado. |
|
GUILLERMINA, su mujer. |
|
GUILLERMO,
pañero. |
|
CORDERILLO, pastor. |
|
JUEZ. |
|
Mujeres que compran ante el tenderete del
pañero. |
|
Curiosos que contemplan el juicio. |
|
|
La acción
transcurre en una villa del siglo XV.
|
A la derecha,
tenderete del pañero.
|
A la izquierda,
casa de Patelín.
|

A: Calle.-B: Cama de Patelín.-C: Tenderete del
Pañero-.D: Silla de Guillermina.-E: Arcón de
Patelín.-F: Puerta.-G: Ventana.-H: Taburete del Juez
(últimas escenas)
|
|
Casa de PATELÍN. GUILLERMINA está sentada
haciendo labor. PATELÍN pasea impaciente.
Mientras se apaga la música. Melodía 5.
|
PATELÍN.- ¡Ah, Virgen Santa! Por
más que me esfuerzo en ingeniármelas, por más
que me rompo la cabeza, no conseguimos ver delante de las narices
unos miserables ochavos. ¡Y pensar que antes tenía
todos los pleitos que me daba la gana!
|
GUILLERMINA.- (Sin levantar la
vista.) En eso mismo estaba pensando yo.
Estás desprestigiado entre tus compañeros de
profesión. Recuerdo aquellos tiempos en que todo el mundo te
buscaba como abogado defensor. Ahora te llaman el abogado sin
pleitos.
|
PATELÍN.- Y, sin embargo, no es por
alabarme, porque tú lo sabes, no hay en la ciudad ni en toda
la comarca hombre más hábil que yo, exceptuando al
alcalde.
|
GUILLERMINA.- (Levanta la
vista.) Sí, pero él tiene
estudios.
|
PATELÍN.- ¿Acaso yo, sin estudios,
no soy capaz de ganar las causas que se me confían?
Además sé cantar los responsos con el cura como si
hubiera estado estudiando más años que Carlomagno
guerreando en España contra los moros.
|
GUILLERMINA.- ¿Y eso de qué nos
sirve? La realidad es que nuestra situación es insostenible.
Estamos sin comida y nuestros vestidos presentan un aspecto tan
deplorable que parecemos mendigos. ¿De qué sirven
todas tus astucias?
|
PATELÍN.- ¡Calla! Por mi alma que
estoy decidido a poner en juego todo mi ingenio. Verás
cómo soy capaz de encontrar buenos vestidos para los dos y
hasta un sombrero para ti. Al que madruga Dios le ayuda; saldremos
de este apuro y volveremos a la prosperidad de antaño. Y si
he de mostrar todas mis habilidades, verás cómo no
tengo rival en el arte de pleitear.
|
GUILLERMINA.-
(Irónica.) Por Santiago, que no
tienes rival en el arte de... embaucar y de engañar. Para
eso no conozco maestro más consumado.
|
PATELÍN.- ¡No, por Dios! Yo no
engaño. Ejerzo el oficio de... abogacía.
|
GUILLERMINA.- Mejor diríamos... de
marrullería. Y no creas que no es sorprendente que sin leyes
y sin estudios eres considerado como uno de los talentos más
notables de la ciudad. Y todo por tu marrullería...
|
PATELÍN.- Ya. Dejémonos de charlas
inútiles. ¿Tú crees que todos los que presumen
de abogados lo son? Me voy al mercado.
|
GUILLERMINA.- (Se levanta,
sorprendida, y deja la labor.) ¿Al
mercado?
|
PATELÍN.- ¿Por qué no? Al
mercado, preciosa. ¿Te disgusta que vaya a comprar
paño o cualquier otro capricho para nuestro ajuar? Al fin y
al cabo no tenemos ni un vestido presentable.
|
GUILLERMINA.- Pero si no tenemos una perra
gorda, ¿cómo te las compondrás?
|
PATELÍN.-
(Burlón.) ¡Ah!,
¿pero tú no lo sabes, cariño? Si antes de dos
horas no tenemos paño suficiente para hacernos vestidos para
los dos, te permito que me insultes cuanto te plazca.
¿Qué color te parece más lindo? ¿Un
verde grisáceo? ¿O de paño de Bruselas? Vamos,
dímelo en seguida.
|
GUILLERMINA.- (Entusiasmada,
sigue el juego.) Toma lo que te den. No se puede ser
exigente cuando no se tiene dinero.
|
PATELÍN.- (Contando con
los dedos.) Para ti, seis varas y media, y para
mí, ocho... o diez. Así que en total son...
|
GUILLERMINA.- Mides por todo lo alto. Pero,
¿de dónde sacaremos el dinero?
|
PATELÍN.- ¿Qué importa? Nos
lo prestarán con gusto..., para devolvérselo el
día del Juicio Final. Pues me parece que no podrá ser
antes.
|
GUILLERMINA.- Si es así, supongo que
algún tonto pagará la broma.
|
PATELÍN.- No pases cuidado, Guillermina.
(Juega con una moneda.) ¡Basta
un maravedí! Te traeré el paño. ¿Gris o
verde?... ¡Ah, y para un jubón harán falta dos
varas! ¿O tres...?
|
GUILLERMINA.- Eso es, tres varas.
(PATELÍN hace ademán de
salir.) Vete con Dios, y no te olvides de pasar por
la taberna y échate un buen trago, si encuentras quien te lo
pague.
|
PATELÍN.- Descuida, que así lo
haré. (Sale.)
|
|
(GUILLERMINA le ha
ayudado a ponerse la capa para salir a la calle. PATELÍN llega ante la tienda
del pañero que está acabando de despachar a una
mujer.)
|
PATELÍN.- (Dudando un
poco.) ¿No es aquí? Madre mía,
a mis años metido en líos de trapos y en
trapacerías. ¡A la paz de Dios, Maese Guillermo!
|
PAÑERO.- ¡Bien venido, Maese
Patelín!
|
PATELÍN.- ¿Cómo va esa
salud? ¡Cuántas ganas tenía de verte!
|
PAÑERO.- La salud va bien, gracias a
Dios.
|
PATELÍN.- Venga esa mano.
(Se dan la mano.) ¿Cómo
van las cosas?
|
PAÑERO.- (Algo
sorprendido.) Bien, Maese Patelín, bien. Y
dispuesto para lo que quieras.
|
PATELÍN.- Por San Pedro que estoy
enteramente a tu disposición. De manera que ¿tienes
motivos para estar satisfecho?
|
PAÑERO.- ¡Psé, vaya! Los
comerciantes no siempre podemos hacer lo que queremos.
|
PATELÍN.- ¿Acaso no marcha el
negocio? Supongo que esto te dará para vivir
holgadamente.
|
PAÑERO.- Para ir tirando, amigo
mío, para ir tirando.
|
PATELÍN.- ¡Ah! ¡Qué
inteligente e instruido era tu padre! ¡Virgen Santa! Pero si
es increíble. Cuanto más te veo más me da la
impresión de estar delante de él. Pero si es que sois
requeteiguales. Te pareces a él como un retrato a su
original. ¡Qué comerciante más sagaz y honrado
era! Si Dios concede el perdón a alguna de sus criaturas,
que le dé la Gloria eterna a su alma. (Se
santigua.)
|
PAÑERO.- (Medio
embobado.) ¡Amén! Que así haga
con todos nosotros cuando sea el momento.
|
PATELÍN.-
(Lanzado.) ¡Cuántas veces
me profetizó con todo detalle los calamitosos tiempos que
nos iba a tocar vivir! Qué bien lo recuerdo todo! ¡Y
hay que ver cómo era estimado por todos! Se le consideraba
como uno de los hombres más cabales.
|
PAÑERO.- (Le ofrece
asiento.) Siéntate, por favor. Y perdona, que
estaba distraído.
|
PATELÍN.- Estoy bien, no te molestes.
Como te decía...
|
PAÑERO.-
(Insiste.) Hazme este honor...
Siéntate.
|
PATELÍN.- Si tanto insistes... Como te
decía, tu padre tenía en mí mucha confianza.
Pero, ¡válgame Dios! Aquí están sus
orejas, su nariz, su boca..., sus ojos. ¡Oh, nunca un hijo se
pareció tanto a su padre! Eres él mismo en persona.
Parecéis como sacados del mismo molde. Sois como dos ruedas
del mismo carro... Y tu querida tía Lorenza, ¿vive
todavía?
|
PAÑERO.- ¿Y por qué no?
(Se sienta delante de PATELÍN.)
|
PATELÍN.- ¡Qué hermosa dama!
Alta, esbelta, (Gestos exagerados.)
llena de armonía en sus andares. De verdad, que te pareces a
ella una barbaridad. No hay en todos estos contornos dos beldades
semejantes. ¡Válgame Dios! Cuanto más te
contemplo más me parece estar delante de tu padre.
Parecéis dos gotas de agua. ¡Qué bachiller
más barbián era el buen hombre! ¡Y qué
honradez la suya! ¡Y cómo sabía fiar sus
géneros a sus amigos! (Gesto de desconfianza,
algo retardado, del PAÑERO.)
¡Que Dios le perdone! ¡Y cómo reía el
bribón! ¡Plegue a Jesucristo que el mejor de los
hombres se le pareciera! Así se acabarían de una vez
para siempre los robos, los abusos, los fraudes...
(Manoseando una pieza de paño.)
¡Qué bien tejido está este paño!
¡Qué suave y qué ligero!
|
PAÑERO.- (Con vanidad
ingenua.) Es de lana de mis ovejas.
|
PATELÍN.- ¡Caramba!
¡Qué bien sabes administrar tu hacienda! ¡No
desdices para nada de tu linaje! Trabajas tanto como tu padre.
|
PAÑERO.- ¿Qué se le va a
hacer? Hay que cuidarlo todo para poder vivir.
|
PATELÍN.- (Tocando otro
paño.) ¿Es de lana éste? Es tan
fuerte como el cordobán.
|
PAÑERO.- ¡Ah! Ese en un estupendo
paño de Ruán, muy bien tejido, por cierto.
|
PATELÍN.- De verdad que tendré que
marcharme, porque este paño me está tentando. Ya te
lo puedes imaginar, pasaba por aquí sin la menor
intención de comprar nada y veo que te vas a quedar con
treinta o cuarenta escudos de los que llevo para negociar una
renta. El color de este paño me seduce tanto que no voy a
resistir.
|
PAÑERO.- ¿Cómo?
¿Hablas de escudos? ¿Y de oro? ¿Y no les
daría lo mismo a los que van a negociar con esa renta que
fueran de plata?
|
PATELÍN.- Naturalmente, si yo lo
quisiera. Pago como me da la real gana. (Vuelve a
palpar el paño.) ¡Qué bueno es!
Cuanto más lo veo más me entusiasma. Tengo que
hacerme un vestido de él para mí y otro para mi
mujer.
|
PAÑERO.- Buen ojo tienes. Algo carillo es
el paño, pero ya se sabe, lo bueno... Quince o veinte
escudos se te irán en seguida en él.
|
PATELÍN.- ¡Cueste lo que cueste!
Todavía me quedan unos ahorrillos de los que no sabe ni mi
mujer.
|
PAÑERO.- ¡Loado sea Dios! Por San
Pedro que no pido yo tanto.
|
PATELÍN.- En resumen, que me voy a quedar
con este paño.
|
PAÑERO.- Pues quédate con
él, aunque no tuvieras un ochavo.
|
PATELÍN.-
(Aparte.) Nadie mejor que yo lo sabe.
Eres magnánimo como tu padre.
|
PAÑERO.- ¿Quieres este azul
claro?
|
PATELÍN.- Ante todo,
¿cuánto costará la primera vara? Hay que pagar
primero a Dios. Es de justicia. (Saca una
monedilla.) Toma este maravedí. No hagamos
nada sin invocar el nombre de Dios. Sea éste mi diezmo.
|
PAÑERO.- Por Dios, qué honrado
eres. No puedes imaginarte la satisfacción que me da.
¿Quieres saber cuál es mi precio de amigo?
|
PATELÍN.- Sí.
|
PAÑERO.- Por ser para ti, veinticuatro
sueldos la vara...
|
PATELÍN.- ¿Me tomas por necio?
¡Veinticuatro sueldos!
|
PAÑERO.- Es el precio que me cuesta a
mí. Te lo juro por mi alma. Pierdo dinero si te lo
llevas.
|
PATELÍN.- Por Santa María que es
demasiado.
|
PAÑERO.- No sabes cómo se ha
encarecido el género. Todas mis ovejas han perecido este
invierno a causa del rigor del frío.
|
PATELÍN.- Veinte sueldos, y no soy
avaro.
|
PAÑERO.- Te juro que no puedo rebajar
nada. Espera el día del mercado y verás cómo
está todo por las nubes. El vellón, que de ordinario
está regalado, me costó este año, por San
Miguel, ocho reales.
|
PATELÍN.- Basta. Si es así, no
discutamos más. Lo compro. Mide ya.
|
PAÑERO.- ¿Cuánto deseas,
por fin?
|
PATELÍN.- ¿Cuánto? Es
fácil de calcular. ¿Qué ancho tiene?
|
PAÑERO.- Este seis cuartas.
|
PATELÍN.- Entonces,
(Fingiendo calcular.) para mí
ocho varas, y para mi mujer..., está algo gorda...,
sí, unas diez. Son dieciocho... ¡Bah, es demasiado!...
¡Qué papanatas soy!
|
PAÑERO.- No faltan más que dos
varas para hacer las veinte justas.
|
PATELÍN.- De acuerdo. Tomaré las
veinte y así tendré para hacerme un gorro.
|
PAÑERO.- Vamos a medir.
(Saca la vara.) Aguanta el
paño. Y contemos bien, sin sisar. Una..., dos..., tres...,
cuatro..., cinco..., seis... (Va
midiendo.)
|
PATELÍN.- Por el diablo. No falta ni
sobra un hilo.
|
PAÑERO.- ¿Lo mido segunda vez, al
revés?
|
PATELÍN.- No hace falta. Ya se sabe que
en las compras siempre se gana o pierde algo. ¿Cuánto
el total?
|
PAÑERO.- Vamos a verlo... A veinticuatro
sueldos la vara..., me debes doce escudos.
|
PATELÍN.- ¡Eh!... Por una vara...
(Fingiendo contar.) Doce escudos.
|
PAÑERO.- Eso es, doce escudos.
|
PATELÍN.- De acuerdo. ¿Quieres
hacerme crédito hasta que vengas a mi casa?
¿Crédito? ¡Quiá! Te pagaré en mi
casa en oro o en moneda de plata, como quieras.
|
PAÑERO.- ¡Virgen Santa! Me causa
grave trastorno ir a tu casa.
|
PATELÍN.- ¿Trastorno dices? Por
San Gil, que no encontrarías mejor ocasión para venir
a mi casa a beber un buen vaso de vino. Nada, nada. Vamos a
brindar.
|
PAÑERO.- Por Santiago que no hago
más que beber. Y esto de dar género a crédito
me escama un poco.
|
PATELÍN.- Pero ten en cuenta que
habrá oro de ley. Y además nos comeremos un sabroso
ganso que mi mujer está asando ahora.
|
PAÑERO.- Por San Juan, que no hago
más que comer. Este hombre me vuelve loco con sus promesas.
Pero ¿no podrías darme ahora los doce escudos?
|
PATELÍN.- Pardiez, cualquiera va en estos
tiempos con doce escudos de oro por la calle. Vamos a comernos el
ganso, que ya estará asadito.
|
PAÑERO.- Vete delante. Yo voy a recoger
un poco la tienda y te sigo. Ya te llevo el paño.
(Coge la pieza.)
|
PATELÍN.- No te molestes.
(Le quita la pieza.) No supone peso
bajo la capa.
|
PAÑERO.- No importa. Es mejor que lo
lleve yo, por cortesía. (Repiten el
juego.)
|
PATELÍN.- Nada, nada. Bajo la capa.
Así, como no soy gordo, parecerá que tengo barriga.
Mala fiesta me dé Santa Magdalena si consiento que lleves
tú el paño. (Lo oculta bajo la
capa.) Vamos a beber y a reír en mi casa todo
el tiempo que estemos juntos.
|
PAÑERO.- Sí, sí.
(Vencido.) Pero tú me
darás el dinero tan pronto llegue.
|
PATELÍN.- Claro, hombre. O después
de comernos el ganso. ¿Qué más da? Así
te hará más provecho el vinillo de la tierra.
¡Ah! Tu padre, siempre que pasaba, me decía:
«¡Hola, compadre! ¿Cómo van las
cosas?» Pero a vosotros, los ricos, os importa un comino la
gente pobre.
|
PAÑERO.- Eh, eh..., que nosotros somos
más pobres...
|
PATELÍN.-
(Cortando.) ¡Hasta luego! Ven pronto, que
habrá buena comilona
(Marchando.) y levantaremos el
codo..., Maese Guillermo.
|
PAÑERO.- Sí, sí..., pero
pagarás en oro...
|
PATELÍN.-
(Solo.) ¿En oro? Ya le pueden
ahorcar si cree que ha vendido el paño que le va a
enriquecer. No ha querido rebajar nada, pues va a saber
quién soy yo. ¡Quiere oro! ¡Que se lo fabrique
el moro! Ya puede echar a correr, si quiere atrapar el oro.
|
PAÑERO.-
(Solo.) Los escudos que me dará
los voy a esconder, para que aumenten el número de los que
ya están a la sombra. No hay comprador astuto que no se
encuentre pon un vendedor que lo sea más. ¡Cómo
se ha dejado engañar! ¡Compra a veinticuatro sueldos
lo que no vale veinte! Y (Recogiendo las
cosas.) ahora en su casa..., oro..., vino... y un
sabroso ganso... ¡Ja, ja, ja...!
|
|
(En casa de PATELÍN. GUILLERMINA acogerá con
escepticismo a PATELÍN al principio. Luego se
entusiasmará con la tela y probará las posibilidades
de la tela sobre los cuerpos jugando a enrollarlos con
ella.)
|
PATELÍN.- ¿Qué tengo
aquí?
|
GUILLERMINA.-
(Sorprendida.) ¿Qué te pasa?
|
PATELÍN.- ¿Dónde
está tu vestido de domingo, aquel un poco raído por
los muchos años que llevaba en uso?
|
GUILLERMINA.- ¡Ay de mí! ¿Es
de buen esposo burlarse de su mujer?
|
PATELÍN.- Pero, ¿qué tengo
aquí?
|
GUILLERMINA.- ¿Qué te ocurre?
|
PATELÍN.- Ya te lo decía yo.
¿Ves? (Muestra el paño, oculto hasta
ahora.)
|
GUILLERMINA.- ¡Por Nuestra Señora!
¿Quién lo pagará?
|
PATELÍN.- Ya está pagado.
|
GUILLERMINA.- No tienes un mal ochavo.
¿Quién lo pagará?
|
PATELÍN.- Tenía al salir de
aquí un maravedí.
|
GUILLERMINA.- ¡Ah, ya entiendo! Te has
comprometido ante notario.
|
PATELÍN.- No.
|
GUILLERMINA.- Has firmado un pagaré.
|
PATELÍN.- No.
|
GUILLERMINA.- Pero, ¿qué
triquiñuela has empleado?
|
PATELÍN.- Me limité a pagar el
diezmo a Dios, como en todo negocio honrado. Ya sabes, se da el
diezmo y trato hecho. He obrado con arreglo a la ley. El
pañero Guillermo guardó el diezmo y aquí
está el paño.
|
GUILLERMINA.- Pero, ¿cómo ha
accedido Maese Guillermo, si es un avaro redomado?
|
PATELÍN.- Se lo he urdido tan bien, le he
dado tantas alabanzas, que hubiera sido capaz de
regalármelo. Le decía que su difunto padre era muy
campechano: «¡Ah, amigo, qué excelente parentela
la tuya. Perteneces a la familia más distinguida de la
comarca.» Te confieso que procede de una ralea que es la
más ruin partida de villanos.
(Ríe.) Y además le dije:
«¡Con qué generosidad prestaba tu padre sus
buenos escudos o dejaba a crédito su
mercancía!» Se hubiera dejado arrancar una muela, el
muy cocodrilo, antes que soltar una palabra amable. Pero, en fin,
le he enjabonado tanto, que me ha fiado las veinte varas.
|
GUILLERMINA.- ¿Para no pagárselas
nunca?
|
PATELÍN.- Así es.
¿Pagárselas? ¡Que se las pague el diablo!
|
GUILLERMINA.- ¡Qué gracia! Me has
recordado la fábula del cuervo que, subido en un
árbol, estaba con un queso en el pico. Llegó la zorra
y empezó a decirle: «¡Qué cuerpo
más hermoso tienes! ¡Y qué voz más
armoniosa!» Y el tonto del cuervo, al oír alabar
así su canto, abrió el pico para cantar y dejó
caer el queso. Así has hecho tú con Maese Guillermo.
Y te has traído el paño, como la zorra el queso.
(Ríen los dos.) Pero,
¿reirá también el mercader?
|
PATELÍN.- Viene a comer un ganso con
nosotros. (Sorpresa de GUILLERMINA.) Pero ya
sé lo que hay que hacer. De seguro que vendrá
gruñendo para que se le dé pronto su dinero. Pero yo
me acostaré, como si estuviese enfermo. Y cuando venga le
dirás: «¡Oh, habla bajo!» Gemirás,
pondrás cara contristada. «¡Ay, dirás,
está postrado en el lecho desde hace cinco o seis semanas!
El pobre está en las últimas.»
|
GUILLERMINA.-
(Pensativa.) Ya veo lo que he de
hacer, pero me temo que la Justicia venga a mezclarse en el
lío. Podíamos pasarlo ahora peor que
antaño.
|
PATELÍN.- ¡Calla! Sé muy
bien lo que hago. Hay que obrar así.
|
GUILLERMINA.- Acuérdate de aquel
sábado en que se te puso en la picota. Tú sabes la
vergüenza que pasamos y cómo te gritaban por tus
marrullerías.
|
PATELÍN.- Basta de habladurías. Va
a venir. Es preciso retener el paño a toda costa. Me voy a
la cama. No hay tiempo que perder.
|
GUILLERMINA.- Vete ya.
(Ríe.)
|
PATELÍN.- No te rías,
insensata.
|
GUILLERMINA.- No te preocupes. Mis
lágrimas le van a conmover. (Se queda mirando
el paño complacida.)
|
|
(La escena que sigue es muy movida. PATELÍN estará en la
cama, o bien fingirá estar en ella tras las cortinas.
Llevará largo camisón de dormir y gorro con una
borla. Cuando se haga el loco puede echar mano de una escoba,
ponerse una cacerola como sombrero, etcétera. Si está
escondido tras las cortinas, sacará la cabeza de vez en
cuando.)
|
PAÑERO.- (Antes de
entrar.) Y ahora el oro, un asadito de ganso y una
buena curda... (Ríe, golpea la
puerta.) ¡Ah, de la casa! ¡Maese
Patelín! (Escucha.) ¡Ah
de la casa! (GUILLERMINA esconde el paño en
un arcón.)
|
VOZ DE
GUILLERMINA.- No grites, buen hombre
(Llora.)
|
PAÑERO.- ¡Maese Patelín!
|
GUILLERMINA.- Por amor de Dios, habla más
bajo.
|
PAÑERO.-
(Entra.) Dios te guarde, señora.
|
GUILLERMINA.- ¡Ay, más quedo!
|
PAÑERO.- ¿Cómo?
|
GUILLERMINA.- ¡Más quedo, por mi
alma!
|
PAÑERO.- ¿Está él en
casa?
|
GUILLERMINA.- ¿Que si está
aquí? ¡Dios mío, en qué otra parte
podría estar! Aquí lleva en cama más de once
semanas.
|
PAÑERO.- ¡Un momento! ¿De
quién hablas?
|
GUILLERMINA.- ¡Ay, perdóname! No me
atrevo a levantar la voz. Más bajo. Su enfermedad le ha
atropellado tanto...
|
PAÑERO.- ¿Pero a quién?
|
GUILLERMINA.- A Maese Pedro Patelín,
señor, mi marido.
|
PAÑERO.- (Algo
desconcertado.) Pero..., ¿no ha estado
él mismo en mi casa comprando paño?
|
GUILLERMINA.- ¿Quién?
¿Él?
|
PAÑERO.- Claro. No hace un cuarto de hora
estuvo en mi casa... No más rodeos. Págame mi
dinero.
|
GUILLERMINA.- ¡Ay! No es momento de
bromear. Pobre marido mío.
|
PAÑERO.- Venga, mi dinero.
¿Estás loca? Mis doce escudos.
|
GUILLERMINA.- Ciertamente no has escogido el
mejor momento para hacer esta broma. Anda y cuéntaselo a
cualquier desocupado... ¡Ay!
|
PAÑERO.- ¡Basta de bobadas! Haz
salir a Maese Patelín.
|
GUILLERMINA.- ¡Enhoramala hayas entrado en
esta casa!
|
PAÑERO.- Ahora, maldiciones. ¿Pero
no estoy en casa de Maese Pedro Patelín?
|
GUILLERMINA.- Sí. Pero habla bajo.
¿Quienes que se despierte?
|
PAÑERO.- ¡Más bajo!
¿Cómo? ¿Al oído? ¿En el fondo
del pozo? ¿En la bodega?
|
GUILLERMINA.- ¡Dios mío!
¡Qué hombre! ¿Y siempre gritas así?
|
PAÑERO.- ¡Que se me lleve el
diablo, si lo hago adrede! Si quieres que hable más bajo,
págame mi dinero. Maese Patelín se ha llevado de mi
tienda veinte varas de paño. Págalas.
|
GUILLERMINA.- (Levanta la
voz.) ¿Acabaremos de una vez con esta
historia? Ojalá se pudiera colgar a todos los mentirosos.
(Llora.) ¡Pobre marido
mío, sin salir del lecho desde hace once semanas!
(Gritando.) ¡Lárgate ya,
comerciante malandrín!
|
PAÑERO.- Y me decías que hablase
más bajo. Virgen Santa, cómo gritas.
|
GUILLERMINA.- ¡Ay, sí!
¡Más bajo, más bajo!
|
PAÑERO.- Si me das el precio de mi
paño, me marcharé...
|
GUILLERMINA.- (Haciéndose
la loca.) ¿Puedes hablar más bajo,
sí o no?
|
PAÑERO.-
(Desbordándose ya.) Eres
tú quien le va a despertar. Pero si gritas cuatro veces
más que yo. Págame de una vez. Págame.
|
GUILLERMINA.- Bueno está el pobre para
andar comprando paños. Ya no se pondrá otra vestidura
que el sudario, y no se moverá de donde está sino con
los pies para adelante.
|
PATELÍN.- (Desde
dentro.) ¡Guillermina! (Voz
fúnebre.) Tráeme la tisana.
Levántame, sujétame la almohada. ¿Con
quién hablo? El aguamanil. Frótame la planta de los
pies.
|
PAÑERO.- Le oigo ahí.
|
GUILLERMINA.- Sí.
|
PAÑERO.- No lo entiendo.
|
PATELÍN.- ¡Ah, maldición!
Ven acá. ¿Quién te ha mandado abrir las
ventanas? ¡Echa a esos espantajos negros! Mármara,
carimari, carimara. Llévatelos, llévatelos.
|
GUILLERMINA.- ¡Ay cómo desbarra el
pobrecito mío! No está en sus cabales.
|
PATELÍN.- ¿Ves ese monje negro que
vuela? Cógelo, cógelo, ponle rápidamente el
sambenito. ¡Al gato, al gato! (Saca la cabeza
con gorro de dormir. Ríe. Desaparece.)
¡Cómo vuela, cómo sube!
|
GUILLERMINA.- (Al PAÑERO.)
¿No te da vergüenza? ¡Dios mío,
cómo se agita!
|
PATELÍN.- Esos médicos me han
matado con los brebajes que me han dado. Nos manejan como a
peleles. (Al PAÑERO.)
¿Eres tú el boticario?
|
GUILLERMINA.- (Al PAÑERO.)
Acércate. Verás cómo está el
pobre...
|
PATELÍN.-
(Mostrándole la escupidera.) ¿Debo
ponerme otra lavativa?
|
PAÑERO.- (Con gesto de
asco.) ¡Qué sé yo! ¿Acaso
es de mi incumbencia? Quiero mis doce escudos de oro.
|
PATELÍN.- (Hace ruidos
guturales, como de arrojar.) ¡Maese Juan, no
quiero ya tus píldoras negras! Me han hecho polvo la boca.
No las quiero tomar porque me hacen devolverlo todo.
(Gestos guiñolescos. Ruidos
característicos.)
|
PAÑERO.- ¿Devolverlo todo, dices?
Pardiez, mis doce escudos de oro no me han sido devueltos.
|
GUILLERMINA.- No le incomodes más.
Deberían colgar a todos los pesados.
|
PAÑERO.- (Detrás de
GUILLERMINA.) No. Por
el Dios que me dio vida, no marcharé sin mi dinero o mi
paño.
|
PATELÍN.- (Mostrando la
escupidera.) Mira la orina, Maese Juan.
¿Qué significado tiene? ¿Indica que estoy en
la agonía? Yo no quiero morir. (Arroja la
escupidera. Se revuelca en el lecho sollozando. Lloriquea,
gime.) Yo no quiero morir.
|
GUILLERMINA.- Márchate pronto. ¿Te
parece bonito darle quebraderos de cabeza?
|
PAÑERO.- Dime, ¿y es halagador
perder mi paño? Mis doce escudos.
|
GUILLERMINA.- ¡Ay, cómo atormentas
a este hombre! ¡Qué malvado eres! ¿No ves que
te toma por su médico? Once semanas sin respiro, pobre
marido mío.
|
PAÑERO.- ¿Cómo pudo ocurrir
este accidente? (Reflexionando para
sí.) Porque él vino a mi casa...
¿Era él o no era él? Si no era él,
¿quién pudo venir? Mis doce escudos.
|
GUILLERMINA.- Maese Guillermo, tú no
tienes demasiada memoria. Los médicos van a venir pronto
para celebrar consulta y no quiero que te echen a ti la culpa de
que mi marido haya empeorado.
|
PAÑERO.- ¡Pardiez!
¿Estaré mal de la cabeza? Amiga mía,
escúchame. ¿No tienes un ganso o un pavo al
fuego?
|
GUILLERMINA.- ¿Un ganso? ¡Vaya
comida para un enfermo! Vete a comer a tu casa. Sólo
faltaría eso, que te quisieras quedar a comer
aquí.
|
PAÑERO.- Perdóname. No te
disgustes... Yo creía firmemente, y aún creo
todavía... Ahora bien, esto... ¡Pero tengo que saberlo
todo! (Reflexiona.) ¡No! Todo
esto no hay quien lo entienda. Este hombre se está muriendo,
o al menos lo remeda muy bien... ¡Pero él se trajo las
veinte varas bajo el sobaco! (Mientras, GUILLERMO finge llorar y sigue sus
reflexiones a la vez.) Pero no. Virgen Santa.
Él no las tiene. Yo habré soñado. Jamás
me ha ocurrido que yo diera, ni dormido ni despierto, mi
paño a nadie, ni siquiera a mi mejor amigo. Y yo no
habría fiado mi paño... ¡Él tiene mi
paño! (Sueña un poco.)
Pero él no lo tiene. ¡Es evidente! Sin embargo, Santo
Dios, él lo tiene. Él estaba allí y ahora
está aquí. ¿Ahora está enfermo y antes
estaba en mi tienda? ¿Y el paño?
(GUILLERMINA
mira hacia donde está escondido el
paño.) ¡No entiendo una palabra de este
lío! Voy a ver si me he equivocado... (Sale.
PATELÍN y
GUILLERMINA siguen el
juego.)
|
PATELÍN.-
(Bajito.) ¿Se ha ido ya?
|
GUILLERMINA.- Espera un poco. Puede que escuche.
(Se asoma a la puerta, mira cómo se marcha.
Cierra la puerta y se echa a reír.) Se va
farfullando no sé qué. La rabia que debe de
llevar.
|
PATELÍN.-
(Riéndose.) A fe mía que
no podía resistir más. Menuda paliza le hemos
dado.
|
GUILLERMINA.- ¡Qué castigo para su
avaricia! (Ríe.)
|
PATELÍN.- Esperemos para reír. Si
vuelve, nos la arma. Y tengo mis sospechas.
|
GUILLERMINA.- Marido mío, que se aguante
el que pueda, que yo reviento de risa. Vuelve el Pañero.
|
PAÑERO.- Por el sol que luce en los
cielos, que este abogado de agua dulce me ha engañado.
¡Cómo me hablaba de rentas, y de parientes, y de
herencias, el muy truhán! Y entre tanto se llevó mi
paño, porque no está en la tienda. Ya me ha tomado
demasiado el pelo. (Golpea la puerta.)
¡¡Maese Patelín!!
(Insiste.)
|
|
(PATELÍN
dentro de casa se disfraza rápidamente con lo primero que
encuentra a mano. Se monta en una escoba. Cubre su cabeza con una
cacerola y echa a correr por la habitación como un
niño. GUILLERMINA
abre al PAÑERO, que
se asusta ante las cabriolas de PATELÍN. GUILLERMINA contiene la carcajada ante
la extrañeza del PAÑERO y las cabriolas de
PATELÍN. La escena
se hace a ritmo trepidante de farsa.)
|
GUILLERMINA.- ¿Qué gritos son
ésos?
|
PATELÍN.- (A GUILLERMINA.)
Fingiré soñar. Abre.
|
PAÑERO.- Y esas risas, ¿qué
son? ¡Venga mi dinero!
|
GUILLERMINA.- ¡Virgen Santa!
¿Quién ríe? No hay persona más
apesadumbrada que yo. Se va de un momento a otro. Sueña,
canta, balbucea, masculla, ensartando un montón de
disparates. Y yo río y lloro al mismo tiempo.
|
PAÑERO.- No me importa saber de
qué ríes ni de qué lloras. Págame ahora
mismo. Mi dinero.
|
GUILLERMINA.- ¿Estás loco?
¿Ya vuelves otra vez con tu pesada broma?
|
PATELÍN.- (Entra como
loco.) ¡He aquí a la reina de las
guitarras! ¡Que se me acerque! Quiero verla. Sé que
acaba de tener veinticuatro guitarricos. Son tan requetemonos que
quiero ser su padrino.
|
GUILLERMINA.- ¡Ay, marido mío,
piensa en Dios y no en guitarras!
|
PAÑERO.- ¡Atajo de necios! Lo que
importa aquí es que se me pague el paño. Que Dios me
confunda si vuelvo a prestar un hilo de mi paño.
|
PATELÍN.-
(Delirando.) Per mon fel que s'en
vol anar a ultramar; es un cas terrible qu'el gosset de la
tía Malaena res no te dona si a la boca no s'asoma. Xeic,
vitat?
|
GUILLERMINA.- Parlotea en limosín. Tuvo
un tío, ¿sabes?, o un cuñado, o una tía
de por allá..., por allá abajo.
|
PAÑERO.- Pero él se vino a la
chita callando con mi paño bajo el sobaco.
|
PATELÍN.- (A su
mujer.) Acércate, dulce damisela.
(Amenaza al PAÑERO con la
escoba.) ¿Qué quiere ese saco de malas
intenciones? Qui es eixe que vol fer nona, para dormise'n la
mona?
|
GUILLERMINA.- (Medio riendo,
medio llorando.) Ay, marido mío, piensa en
los últimos sacramentos, que el tiempo apremia.
|
PATELÍN.- ¿De dónde surges
tú, esperpento, careta bufa, estantigua, aquelarre...
(Canta.) ¿Dónde
está la china, matarile, rile, rile? ¿Dónde
está la china, matarile, rile, rom? Zilop, zilop, zilop.
|
PAÑERO.- ¡Oh, habla un lenguaje
rarísimo! Yo quiero mi dinero o una garantía...
|
GUILLERMINA.- Es que su madre era de
Picardía...
|
PATELÍN.- ¡Ah, floripondio de
Valdovino! ¿Dónde están los habitantes de
Bonreposio? ¡Pardiez! (Se lleva las manos a las
nalgas.) ¿Qué es esto que se agarra a
mis nalgas? ¿Es una vaca, es una mosca, es una musque, es un
escara... escarabajo? ¡Ay, ay, ay! La diarrea, la diarrea, la
diarrea... (Entra corriendo.)
|
PAÑERO.- Por Santa María que nunca
hubiera imaginado tal cosa. Está como para que le enjaulen.
¿Será posible que yo haya soñado que él
estuvo esta mañana en mi tienda?
|
GUILLERMINA.- ¿Todavía sigues
aferrado a esa historia?
|
PAÑERO.- Por Santiago, ¿qué
remedio me queda hasta que encuentre mi paño? Pero estoy
viendo...
|
PATELÍN.- (Volviendo a la
carga.) ¿Es un pollino ese que habla tan
fino? (Rebuzna dos o tres veces.) Oh,
uis os bellacus esmoy que per la finestra saltaba un jamón.
Malandrín, malandrón, este puercus es un
follón.
|
PAÑERO.- ¡Santa María!
¡Cómo desbarra! Esto no es lengua de cristiano ni nada
que se le parezca. Para mí que el diablo anda metido en
esto...
|
GUILLERMINA.- ¿No ves que se muere? Tengo
miedo de que sea demasiado tarde...
|
PATELÍN.- ¡Por San Gibón,
Guillermón, que te has bebido todo el porrón! Et
bona dies sit vobis, magister amantissime, pater reverendissime...
Ah, noi abbiamo taronchas in mercato. Il mercato, il mercato.
¿Qué quiere este marchante que es un poco mangante?
¿Pecunia? Dile que en la cama hay un ganso trufado.
Comeremos et beberemus gansus trufatus seculentissimus.
Pero la paciencia es la madre de la pachorra.
|
GUILLERMINA.- Terminará, si sigue
hablando de este modo. ¿Ves los espumarajos que echa?
¡Qué desconsolada me dejas, marido mío!
(Llora.)
|
PAÑERO.-
(Aparte.) ¡Más
valdrá marcharse antes de que hinque el pico! Quizá
tenga secretos que confesar. (A GUILLERMINA.) Estaba
persuadido, a fe mía, que él tenía el
paño. Pero desisto. Adiós, señora. Y que Dios
le perdone.
|
GUILLERMINA.- Adiós, buen hombre.
|
PAÑERO.-
(Solo.) ¡Por mi salvación, que nunca me
he sentido tan atontado! El diablo y no él se habrá
llevado mi paño para tentarme. Y si es así, regalo mi
paño al que me lo haya quitado.
(Sale.)
|
PATELÍN.- (Sólo con
GUILLERMINA.) Se va el
pobre Guillermete, llevando bajo el bonete sus dudas y su
enfadete.
|
GUILLERMINA.- ¡Qué gracioso estaba
reclamando su paño! ¿Qué tal
desempeñé mi papel?
|
PATELÍN.- Las veinte varas ya son
nuestras. (Las saca.) Estuviste
maravillosa.
|
GUILLERMINA.- (Acariciando la
tela.) ¡Qué suave es la tela de lana!
(Tiende el extremo de la tela a PATELÍN y los dos se enrollan,
uno por cada extremo.)
|
|
(En la tienda del mercader de paños. En la puerta.
GUILLERMO, el PAÑERO, está
gruñendo por lo bajo hasta que llega CORDERILLO.)
|
PAÑERO.- Todo el mundo me paga con
mentiras y me roban todo lo que pueden. Parezco el rey de los
desdichados. Hasta los simples pastores me engatusan. Ese pillastre
de Corderillo se atreve a engañarme, a mí que no le
he hecho más que bien.
|
CORDERILLO.- Dios te bendiga, mi amo y te
dé buenas tardes... (Aparece
temblando.)
|
PAÑERO.- ¡Truhán, bergante,
chiquilicuatro! Ven aquí, pillo... que no sirves para
nada.
|
CORDERILLO.- (Con acento de
campo.) Señor, yo no quiero molestarte. Pero
yo no sé qué tipo, vestido de ropajes rayados y con
una fusta en la mano, pero sin cuerda, me estuvo hablando de no
sé qué cosas que no pude comprender. Me hablaba de mi
amo, y también de pleitos y de aplazamientos... y de
querellas. Por Santa María que no he entendido casi nada.
Hablaba de todo, y todo lo embrollaba, carneros, procesos, amo,
tela, ovejas... en resumen, que no me he enterado de nada.
|
PAÑERO.- ¿De qué monsergas
me hablas? Vete. Ya nos veremos cuando te lleve ante el juez, y si
no, que caigan sobre mí rayos y centellas, nieve y pedrisco,
y hasta las tempestades y las borrascas. Tú no
liquidarás más mis ovejas, acuérdate. Y me
devolverás, ocurra lo que ocurra, mis veinte varas de
paño, digo el precio de la matanza de mis borregos y el
daño que me has hecho estos diez últimos
años.
|
CORDERILLO.- No creas a los maldicientes y
calumniadores, mi amo. Te lo juro por mi alma...
|
PAÑERO.- Por Nuestra Señora, que
tú me devolverás antes del sábado mis veinte
varas de paño. Quiero decir lo que me has perjudicado en mis
bestias.
|
CORDERILLO.- ¿Qué paño? Mi
buen señor, tú estás furioso por otro caso,
por lo que veo. Por San Benito, que no me atrevo a mirarte.
|
PAÑERO.- ¡Déjame en paz!
Vete a hacer gárgaras. Pero recuerda que habrá
citación judicial.
|
CORDERILLO.- Ten compasión, mi amo.
¡Por amor de Dios, que tengo mucho miedo de la justicia!
|
PAÑERO.- Este asunto está bien
claro. Vete. No voy a transigir nada; si no, llegará
día en que todo el mundo se crea con derecho a robarme. A tu
tarea, gandul. Ya responderás ante el tribunal.
|
CORDERILLO.- Mi amo, que Dios te otorgue la
mejor dicha (Se va hacia la casa de PATELÍN.)
Tendré que buscarme un abogado que me defienda. Quizá
éste. Porque este asunto está embrollado.
(En la puerta de la casa.) ¡Ah,
de la casa! ¡Hola! ¿Hay alguien?
|
|
(Durante las voces anteriores de CORDERILLO, GUILLERMINA y PATELÍN se sobresaltan. Una vez
dentro CORDERILLO,
GUILLERMINA, sin salir de
escena, sigue la acción y la conversación apoyando
con gestos, según convenga, como si tuviera miedo de que
PATELÍN se
equivocara en asunto de tanta importancia. Fingirá ocuparse
limpiando con un trapo los peroles de bronce de la
cocina.)
|
PATELÍN.- Que me cuelguen del cuello si
no es el Pañero, que vuelve.
|
GUILLERMINA.- Por San Jorge, que también
sería desgracia que volviera.
|
CORDERILLO.- Dios te guarde, Maese Pedro.
|
PATELÍN.- Dios te ayude, amigo.
¿Qué se te ofrece? (GUILLERMINA respira, y se retira hacia
el fondo de la escena, pero estará
visible.)
|
CORDERILLO.- Señor, me van a juzgar por
no sé qué faltas que me atribuye mi amo. Y temo no
salir bien parado de esta citación. De manera que si no te
parece mal, irás y me defenderás, mi buen Maese,
porque yo no sé nada. Te pagaré bien, aunque me veas
tan mal vestido. No te preocupes por eso; puedo pagar.
|
PATELÍN.- Acércate, y habla otra
vez. No te he entendido bien. Vamos a ver, ¿tú eres
el demandante o el demandado?
|
CORDERILLO.- Yo soy Teobaldo, y de mote,
Corderillo, porque soy pastor. (GUILLERMINA
ríe.)
|
PATELÍN.- Eso a la vista está.
Pero dime, ¿qué te pasa?
|
CORDERILLO.- Tengo un asunto delicado. Yo
llevaba a pacer las ovejas de mi amo. Y puedo jurar que las
guardaba bien... Quiero decir que él me pagaba con
ruindad... ¿Tengo que decirlo todo?
|
PATELÍN.- Por supuesto. Hay que
decírselo todo al abogado defensor.
|
CORDERILLO.- Pues bien, la verdadera verdad es
que yo las sacudía; quiero decir que, a veces, les daba
algún garrotazo, (Gestos
expresivos.) y, claro, como el garrotazo era fuerte,
¿me entiendes?, de esa manera caía más de una
por muy sana y fuerte que estuviera. Y al amo le daba a entender,
para que no me reprendiera, que morían de modorra. Él
me decía: «Cuando una parezca enferma, sepárala
de las demás; entiérrala en un rincón.»
«Con mucho gusto», contestaba yo. Pero esto yo lo
hacía a mi manera. Las escondía en este
rincón, (Señala el
vientre.) y hasta vendía alguna al carnicero.
Claro que esto ha durado tanto, he sacudido a tantas, que mi amo ha
desconfiado de mí, y me ha hecho espiar. Porque ya puedes
suponer que los carneros y las ovejas balan muy fuerte cuando se
hace esta faena. Me han pillado, y no puedo negarlo. Y ahora vengo,
Maese Pedro, a rogarte que busques alguna leyecilla por ahí
para que salga yo con bien de la querella. Yo tengo mi dinerillo.
Ya sé que su causa es la buena, pero dicen que los abogados
pueden encontrar medios para hacerla mala.
|
PATELÍN.- (GUILLERMINA sigue muy atentamente todo
esto.) ¿Qué sacaría yo de todo
esto si consiguiera darle la vuelta al asunto y salieras absuelto
del juicio?
|
CORDERILLO.- ¡Ah!, yo no pagaré en
sueldos, sino que apoquinaré buenos escudos de oro de la
Corona.
|
PATELÍN.- Bien. Entonces tu causa
será la buena, aunque fuera el doble peor. Basta para este
milagro que yo emplee mi talento. Acércate. Por la faena que
le has hecho a tu amo entiendo que has de ser astuto y sagaz.
Veamos, ¿cómo decías que te llamabas?
|
CORDERILLO.- Teobaldo Corderillo.
|
PATELÍN.- Vaya, vaya, Corderillo.
Más de un corderillo lechal le debiste de mangar a tu
amo.
|
CORDERILLO.- Palabra de honor que en tres
años no he devorado más de treinta.
|
PATELÍN.- Lo que significa que hubo
alguno más. No importa, vamos a arreglarlo. Pero
¿piensas que le será fácil a tu amo encontrar
testigos? Este es el punto clave.
|
CORDERILLO.- Por todos los santos de la Corte
celestial, que encontrará más de diez.
|
PATELÍN.- ¡Ah, esto va a complicar
tu causa! Escucha mi plan. Yo fingiré que no te conozco, que
no te he visto nunca...
|
CORDERILLO.- Por Dios, no hagas eso.
|
PATELÍN.- No te inquietes. Escucha bien
lo que conviene hacer. Si tú hablas, te pillarán en
las palabras, y poco a poco te harán caer en
contradicciones. Y en casos así, las declaraciones son
más perjudiciales que el mismo diablo. Así, pues,
desde que te llamen para comparecer, a todo lo que te pregunten no
contestarás sino «bee»... A todo lo que te
puedan decir, «bee»... Y si te insultan y te maldicen
llamándote: «Bribón, mentecato, ceporro,
hediondo, que Dios te maldiga, que te burlas de la Justicia»,
tú contestarás a todo: «bee».
|
CORDERILLO.- Me gusta el plan. Voy a hacer
exactamente lo que me dices. Te lo prometo de verdad.
|
PATELÍN.- Ten cuidado. No vayas a
equivocarte. A mí mismo, a cualquier cosa que te pregunte,
me respondes: «bee».
|
CORDERILLO.- ¿Yo? Ya me puedes tener por
necio, si desde ahora te respondo otra palabra, a ti o a cualquier
otro, que no sea «bee», tal como me has
enseñado.
|
PATELÍN.- Ya verás qué
sorprendido queda tu adversario con esta triquiñuela. Y
después, (Ríe.) que yo
no quede descontento de tu paga, ¿entiendes?
|
CORDERILLO.- Señor, si yo no te pago tal
y como me has dicho, no me creas nunca más en la vida.
Adiós, y cuida bien de mi caso.
|
PATELÍN.- Espera. No vayamos los dos por
el mismo camino...
|
CORDERILLO.- Es verdad, no hace falta que nadie
sepa que tú eres mi abogado.
|
PATELÍN.- Y, ¡ay de ti, si no pagas
luego cumplidamente!
|
CORDERILLO.- Como me has dicho, señor.
Como me has dicho. No tengas la menor duda.
(Sale.)
|
GUILLERMINA.- (Se adelanta, al
ver el desenlace de la escena.) Lo dicho, marido
mío, para engañar, mentir y embaucar no hay maestro
más hábil que tú.
|
|
(El juicio puede celebrarse en la plaza. Los aldeanos
están esperando. GUILLERMINA contemplará el
juicio desde una ventana. El JUEZ se sienta y empieza el juicio. A
medida que PATELÍN
vaya ganando y venciendo al PAÑERO, GUILLERMINA irá riendo. Cuando
al final CORDERILLO
sorprende y engaña a PATELÍN con su astucia
inesperada, GUILLERMINA
empieza a sonrojarse y acaba llorando. Así terminará
la pieza. Algún alguacilillo entre el
público.)
|
PATELÍN.-
(Llegando.) Señor juez, que el
cielo te colme de salud. Siempre a tu disposición.
|
JUEZ.- (Al público
asistente al juicio.) Os doy la bienvenida.
Acércate, Maese Patelín, y cúbrete.
|
PATELÍN.- Estoy bien aquí,
señor.
|
JUEZ.- Habrá que ver rápidamente
las causas, pues tengo cierta prisa.
|
|
(El PAÑERO
llega sofocado y jadeante y se dirige al JUEZ. CORDERILLO, por el otro lado,
tímido.)
|
PAÑERO.-
(Sofocado.) Espera, señor,
está terminando unos asuntos...
|
JUEZ.- ¿Quién?
|
PAÑERO.- Mi abogado.
|
JUEZ.- También a mí me esperan.
Basta que estén presentes las dos partes. ¿Eres el
demandante?
|
PAÑERO.- Sí, lo soy.
|
JUEZ.- ¿Quién es el demandado?
|
PAÑERO.- (Señalando
a CORDERILLO.)
Allí está, sin soltar palabra.
|
JUEZ.- Pues si tú eres la parte
demandante y el contrincante se encuentra presente, comienza el
juicio. ¡Silencio! ¡Habla! (Al
PAÑERO.)
|
PAÑERO.- Señor, vengo a denunciar
las malas artes de este miserable. Le he alimentado desde su
infancia. Cuando estuvo crecido, le hice mi pastor, y le puse a
guardar mis ovejas y carneros... Todo por caridad. Pero tan cierto
como que estamos aquí, hizo tal matanza de mis bestias, que
hubiera...
|
JUEZ.- Un momento, ¿estaba a sueldo?
|
PATELÍN.- ¿Cómo es posible
que un mozo hubiera sido empleado sin darle su soldada?
|
PAÑERO.- ¡Es él! Reniegue yo
de mi vida si no es él. (PATELÍN encubre su rostro con
la punta de su capa.)
|
JUEZ.- ¿Qué te pasa, Maese Pedro,
te duelen las muelas?
|
PATELÍN.- ¡Oh, sí! Estos
dientes me dan mucha guerra. Jamás los tuve tan mal. Casi no
puedo levantar la cabeza. Pero que siga el juicio.
|
PAÑERO.- Es él, sin duda.
(A PATELÍN.) Eres
tú, Maese Patelín. Acabo de venderte a crédito
veinte varas de paño. (GUILLERMINA se esconde tras la
ventana. Luego aparecerá oportunamente, como espiando, y se
manifestará más, cuando vaya ganando PATELÍN.)
|
JUEZ.- (A PATELÍN.)
¿Qué dice de paños?
|
PATELÍN.- Divaga, señor, no sabe
hablar en términos jurídicos. Sólo sabe hablar
de paños y de varas.
|
PAÑERO.- ¡Que me cuelguen si no me
ha robado mi paño!
|
PATELÍN.- (Al JUEZ.)
¡Cómo busca el malvado triquiñuelas para
aumentar su acusación! A lo mejor va a decir que su pastor
vendió la lana de sus ovejas, y con ella fue hecho el
paño de mi vestido...
|
PAÑERO.- Digo que te llevaste veinte
varas de mi paño...
|
JUEZ.- ¡Válgame Dios. Tú
estás desbarrando! Estamos hablando de carneros.
¿Cuántos se llevó?
|
PAÑERO.- Veinte varas.
(Risas en todos, y voces de
sorpresa.)
|
JUEZ.- ¿Somos acaso simples, para que lo
tomes a chanza? Volvamos a nuestros carneros.
|
PAÑERO.- Se me ha llevado veinte varas de
doce escudos.
|
JUEZ.- Pero, ¿dónde piensas que
estamos? ¿Me tomas por tonto?
|
PATELÍN.- Simplemente, se burla de la
Justicia, señor. Con la cara de buena persona que tiene.
Propongo que se pregunte a la parte contraria.
|
PAÑERO.- Es él, no cabe la menor
duda...
|
JUEZ.- ¡Silencio... o lo dejo todo! La
Justicia se cansa pronto. (A CORDERILLO.) Ven
aquí.
|
CORDERILLO.- Bee...
|
JUEZ.- ¡Ah, qué fastidio!
¿Qué bee es ése? Me tomas por una cabra?
Responde.
|
CORDERILLO.- Bee.
|
JUEZ.- ¡Mala peste te dé Dios!
¿Te burlas, truhán?
|
PATELÍN.- O está loco, o es
estúpido, o se cree que está entre sus bestias.
|
PAÑERO.- Que Dios me condene si no eres
tú quien se llevó mi paño. Esto es una
bellaquería digna de la horca.
|
JUEZ.- ¿Estás trastornado?
Déjame en paz con tu paño, y volvamos a los carneros,
que es lo importante. Habla claro.
|
PAÑERO.- (Lo hace
atropelladamente.) Por mi fe, que de mi boca no
saldrá una palabra más sobre el asunto.
(Señalando a PATELÍN.) Yo
decía en mi demanda que había entregado veinte varas
de paño, quiero decir mis ovejas, a este gentil maese, digo
pastor; cuando debía estar en el campo, me dijo que yo
tendría doce escudos de oro y que fuera a su casa, que hace
tres años que trabajaba, y se comprometió en
conciencia a cuidar de mis corderos, y ahora lo niega todo: el
paño, los corderos, el oro, las ovejas y el ganso trufado,
(Un ¡oh! de sorpresa general.) y
me las mataba, y cuando tuvo mi paño bajo su capa, se fue a
su casa... (Ruido y risas.)
|
JUEZ.- ¡Silencio! ¿Qué
estás diciendo? ¿Quieres volverme loco? Te pones a
hablar de paños, de ovejas... de un asunto pasas a otro,
como si fueras un charlatán de feria.
|
PATELÍN.-
(Tranquilo.) Lo que yo creo es que
retiene el sueldo del pobre pastor. (Murmullo del
pueblo.)
|
PAÑERO.- ¡Pardiez! (A
gritos.) Y encima habla, en vez de callarse.
Él tiene mi paño.
|
JUEZ.- (Enfadado.)
¿Qué tiene él?
|
PAÑERO.-
(Resignado.) Nada, señor. Juraría que
es el mayor farsante y embaucador. Pero me callaré sobre
este caso. Ya hablaremos en otra ocasión.
|
JUEZ.- Está bien. Tenlo presente, y
concluye pronto.
|
PATELÍN.- Este pastor no puede responder
de los hechos de que se le acusa. Si fuera posible, yo le
socorrería... y le ayudaría.
|
JUEZ.- ¿Ayudarle? Buen cliente, Maese
Patelín. Pensaba que estabas aquí para sacar
algún dinerillo. Este no tiene un ochavo...
|
PATELÍN.- Te aseguro que no quiero nada.
Lo hago por compasión. Ven acá, amigo. Dime.
|
CORDERILLO.- ¡Bee!
|
PATELÍN.- ¿A cuento de qué
estos balidos? Explícame de una vez tu caso.
|
CORDERILLO.- ¡Beeeee!
|
PATELÍN.- ¿Pero oyes tú
balar a tus ovejas? Es por tu bien.
|
CORDERILLO.- Beeee.
|
PATELÍN.- Pero dime, aunque sólo
sea sí o no. (Bajo, al
oído.) Muy bien. Esto va perfecto.
(Alto.) Respóndeme.
|
CORDERILLO.- Beeeee.
(Suavemente.)
|
PATELÍN.-
(Bajo.) Sí... Más alto.
(Alto.) ¿No dices nada? Temo
que los palos vengan a moler tus costillas, si
continúas...
|
CORDERILLO.- ¡Beeeee! (Muy
fuerte.)
|
PATELÍN.- El pobre es loco de nacimiento.
Pero mucho más loco es el demandante que requiere a proceso
a semejante anormal.
|
PAÑERO.- ¿Loco, ése? Por
San Juan, que es más astuto que tú.
|
PATELÍN.- (Al JUEZ.) Hay que enviarle
a cuidar sus bestias. ¡Bastante desgracia tiene el pobre con
ser bobo!
|
PAÑERO.- ¿Cómo?
¿Despacharle sin que yo pueda ser oído?
|
JUEZ.- No saco más que fastidio y dolor
de cabeza de juzgar a tipos que no hacen más que disparatar.
¡Basta ya! El Tribunal considera suficiente lo expuesto.
Harta paciencia ha demostrado. (Se levanta
ceremonioso.)
|
PAÑERO.- Yo insisto en la demanda.
|
JUEZ.- Y yo le absuelvo y prohíbo que se
insista en la querella. Vete con las bestias y no vuelvas
más por aquí.
|
CORDERILLO.- Beeee... Beeee... Beeee...
(Se queda a la expectativa.)
|
PAÑERO.- Entonces, ¿se va sin que
haya nueva citación?
|
PATELÍN.- ¡Citación! En mi
vida he oído más descabellada propuesta.
(Señalando al PAÑERO.) Este
está tan chiflado como el otro.
|
PAÑERO.- Por San Pedro bendito, tú
lo sabes bien, que te has llevado mi paño.
|
PATELÍN.- (Al JUEZ que se va ya.)
Señor, si no estaba loco, ahora se lo está
volviendo.
|
PAÑERO.- (A PATELÍN. El grupo se ha vuelto
a recomponer, alrededor del JUEZ, pero ahora en
pie.) No estoy loco. Te reconozco perfectamente en
la voz, en el traje, en el rostro. Hace un rato estabas en tu casa
muriéndote y chillando... (Se dirige al
JUEZ.) Y no
es cierto que se moría, lo fingía solamente.
(A PATELÍN.) Y tu
mujer decía que... (Al JUEZ.) Se llevó
mi paño. Lo voy a contar todo desde el principio...
|
PATELÍN.- (Al JUEZ.) Señor, no
permitas que te ofenda más, por unas cuantas ovejas sarnosas
y por unos carneros medio tullidos.
|
PAÑERO.- ¿Ahora vuelves con los
carneros? Estoy hablando del paño. (Al
JUEZ.)
Estaba moribundo hace un momento, y echaba espumarajos, y
tenía un ganso asado..., y su mujer decía que no.
|
JUEZ.- (Sin escucharle siquiera se
lleva las manos a la cabeza.) ¡Qué
tabarra más imponente! ¡Basta de graznidos!
|
PAÑERO.- Señor, yo pido...
|
PATELÍN.- Pongamos que haya matado diez
carneros, incluso aunque fueran un docena. Todavía sale
ganando, por el tiempo que ha estado en la majada sin cobrar.
|
PAÑERO.- (Al JUEZ.) ¿Otra vez
lo mismo? Le hablo de paño y me contesta hablándome
de carneros. (A PATELÍN.) Las
veinte varas de paño que te llevaste bajo el sobaco.
¡Mis escudos!
|
PATELÍN.- Vamos, hombre, vamos. Que
sería capaz de hacerle colgar a este pobre desgraciado
pastor, afligido como una viuda y desnudo como un gusano..., y eso
por unas bestias que se caían de viejas.
|
JUEZ.- La causa ha terminado ya y la sentencia
está dictada. (A CORDERILLO.) Vete,
vete, estás absuelto.
|
CORDERILLO.- Bee... Bee...
|
PATELÍN.- (Al JUEZ.) Menos mal que
has conservado tu proverbial ecuanimidad. El pobre inocente...
|
PAÑERO.- Contigo me he de querellar.
Tú te llevaste mi paño bajo el sobaco, y todo porque
me fié de tu lisonjera cháchara.
|
JUEZ.- No puedo soportarlo más. En
vuestra casa podéis continuar la comedia. Allí os
querelláis todo lo que queráis.
|
PAÑERO.- ¿Es justo que termine
así esto?
|
JUEZ.- Amigos, tengo trabajo en otra parte. Me
voy. Maese Pedro, quieres comer conmigo hoy.
|
PATELÍN.- (Mirando al
pastor.) Gracias. Hoy no puedo.
|
|
(Sale el JUEZ. Se
disuelve el grupo. Se dispersan lentamente.)
|
PAÑERO.- ¡Vaya fechoría! Los
dos ladrones absueltos. Pero tú me pagarás.
|
PATELÍN.- Pero, ¿por quién
me has tomado?
|
PAÑERO.- Eras tú mismo en persona,
y estabas enfermo y moribundo en tu casa.
|
PATELÍN.- ¿Yo enfermo? ¿De
qué enfermedad?
|
PAÑERO.- Por San Pedro que eras tú
y no otro. Y estabas tan moribundo que daba pena verte.
|
PATELÍN.- Pues puede que a estas horas
esté muerto ya.
|
PAÑERO.- Voy a tu casa a comprobarlo. Si
te encuentro allí, la discusión habrá
terminado. (Se va.)
|
PATELÍN.- Allí te
informarán. (Sale el PAÑERO y PATELÍN coge aparte al pastor.
A medida que el pastor responde vuelve a acudir el pueblo.
GUILLERMINA desde la
ventana observa constristada.) ¿Qué te
ha parecido el trabajo? ¿He arreglado bien tu asunto?
|
CORDERILLO.- Bee...
|
PATELÍN.- Déjate de bee ahora.
Buen quiebro le dimos, ¿no te parece?
|
CORDERILLO.- Beee...
|
PATELÍN.- (Empezando a
cansarse.) Sí, has estado admirable. Tu amo
está lejos ya. Puedes hablar. (Hace gestos
alusivos al dinero.)
|
CORDERILLO.- Bee...
|
PATELÍN.- Ha sido magnífico. Sobre
todo el que hayas podido aguantar la risa... Pero... ahora...
|
CORDERILLO.- Bee...
|
PATELÍN.- No es preciso que me lo
demuestres más. Ahora paga.
|
CORDERILLO.- Bee...
|
PATELÍN.- Si lo haces por divertirte,
dímelo. Pero después ven conmigo a mi casa a comer...
y paga ya.
|
CORDERILLO.- Bee...
|
CORDERILLO.- Bee...
|
PATELÍN.- Me estás exasperando con
tu bee estúpido. ¿O te estás burlando de
mí, que de buena te he librado?
|
CORDERILLO.- Bee...
|
PATELÍN.- Por San Juan que aquí
soy solamente yo el culpable. (CORDERILLO multiplica los balidos,
dejando oír no obstante las palabras de PATELÍN.)
¡Qué cierto es aquello de cría cuervos y te
sacarán los ojos! Yo me creía el rey de los timadores
y resulta que este palurdo me da lecciones. ¡Quiera Dios que
por aquí cerca haya algún alguacil, porque por mi
vida, que te hago colgar!
|
CORDERILLO.- Bee... Bee...
|
PATELÍN.- (Echa a correr
hacia un lado.) Voy volando a buscarlo...
|
CORDERILLO.- (Sale disparado en
sentido contrario.) Si me llega a encontrar, le
perdono a él y te pago a ti. (Música.
Melodía 5.)
|
|
(GUILLERMINA llora
desconsoladamente en la ventana, mientras cae el)
|
|
TELÓN
|
La malicia que
pueda aflorar al rostro de esta farándula es, simplemente,
la de la eterna lucha entre su propia impotencia y sus deseos, con
una prudencia erizada de defensas, con una virtud colmada de
egoísmos, con una sabiduría plagada de ignorancias.
Por eso los viejos personajes de la farsa inspiran nuestra
más generosa indulgencia.
Ligeramente
remozados en la palabra y en el gesto nos llegan al son de
músicas entrañables, por populares. Porque les
acompañan las mismas tonadillas que habrían aireado
con gusto y por necesidad, si en vez de nacer en un país
vecino hubieran visto la luz en nuestro solar. Su alma sigue siendo
la misma entonces que ahora, y esta alma es lo que con más
empeño hemos pretendido conservar en estas versiones.