Las viejas farsas
francesas son exponente indicativo de la adolescencia de Europa que
irrumpe en la Historia, que luego llamaremos moderna, con su carga
de infantilismo, con su ingenua picardía, con la viveza de
la espontaneidad, con los prejuicios de la desconfianza. Cuando el
cálculo aparece en estos personajes de la farsa, en un
cálculo fácilmente previsible y penetrable, un
cálculo que no encierra incógnitas indescifrables.
Todavía no se ha estrenado la sonrisa astuta y falsamente
amiga encubridora de la mentira. Todavía no se ha
descubierto la corte inspiradora de menosprecios más o menos
sinceros. La aldea, con su simpleza y su cazurrería, alterna
con el naciente burgo lleno de ridículas pretensiones.
Aldeanos y burgueses se yuxtaponen en amena convivencia. El listo
más listo tropieza siempre con alguien que le supera, y
éste lo logra, la mayor parte de las veces, por natural
inteligencia puesta al servicio de una no menos natural defensa de
la propia vida y de los propios intereses. El viejo espíritu
burgués hace sus primeras armas en este ambiente de
pueblerinos mercaderes, de suegras de caricatura, de enterados
menestrales, que abren un friso donde conviven la encopetada y
libresca pedantería y la más supina y sana de las
ignorancias.
Ahí
están en cierne, en embrión, los tipos, los temas,
las situaciones anónimas, a las que luego vestirán de
elegantes nombres Molière, ambos
Lopes y Shakespeare. Ahí está el
tesoro siempre nuevo y siempre viejo de una humanidad cargada de
vicios y de virtudes, de heroísmos y de flaquezas, y
ahí están prestos a recomponer el retablo de la farsa
que no es más que el espejo levemente ondulado de la vida,
con luces, con sombras, con contornos ora precisos ora cambiantes,
pero con el fondo de verdad que entraña su propio ser.
Sus
imágenes no han tenido tiempo de alcanzar el estado de momia
que les confiere la porcelana o el bronce; vienen recubiertas con
sus rústicos paños y sus pellizas, porque de ellas
fluye todavía la vida. Y con estos atuendos llegan vivos y
amables hasta nosotros.
1. ALIBORÓN.- Ha costado algo entrarle el latín, pero
ahora ya no se le sale.
2. MIMÍN.- Virides tanquam limone tui oculi,
Catherina.
3. JUANITA.- Si nuestro niño, mientras duerme, por miedo al
coco...
4. JACOBO.- ¡Cómo me encanta esta sumisión!
¡Nunca me habéis gustado tanto como ahora!
5. PATELÍN.- ¿Gris o verde?... ¡Ah, y para un
jubón harán falta dos varas!
6. PATELÍN.- ¿Cómo es posible que un mozo
hubiera sido empleado sin darle su soldada?
1 a 4.- TEU La Salle - Blanca de Castilla- Aravaca, 1969.
5 y 6.- TVE - La Salle - Palma de Mallorca, 1968.
La farsa francesa
del siglo XV es la heredera legítima de aquellas
manifestaciones teatrales que con el nombre de
«sotties» (de «sot», bobo, bufón) y
de «farce» aparecen en la segunda mitad del siglo XIII,
y entre las que hay que citar necesariamente «El mozo y el
ciego» («Le garçon et l'aveugle»),
precedente de nuestro Lazarillo, así como los nombres de
Rutebeuf, autor del «Decir de la
herboristería» («Dit de l'Herberie») y Adam le
Bossu, o de la Halle, con su «Representación de la
glorieta» («Jeu de la feuillée») y su
pastorela dramática «Representación de
Robín y Marión».
Pero en el siglo
XV la farsa francesa adquiere los caracteres que la han de hacer
universalmente famosa. Muchas veces no hace más que
escenificar algún «fabliau» o algún cuentecillo
italiano. «La tina de la colada» («Le cuvier»), en
efecto, repite el tema de un «fabliau» del siglo XIII, y
conserva tal simplificidad de elementos que da la sensación
de ser un chiste escenificado. «La farsa de Maese
Mimín» no encierra mucha complejidad, pero
señala, en cambio, el nacimiento de un tipo que
estará presente en Molière y en el
teatro cómico italiano del siglo XVII, el maestro o doctor
pedante, cargado de impertinentes latines.
En esto coincide
con «La farsa de Maese Patelín», la más
rica de todas las de su clase, verdadera comedia moderna ya. La
sana y auténtica comicidad de esta última, con su
enredo incipiente y su malicia a flor de piel, la hacen valioso
antecedente de Molière. Pero
común a todas estas farsas, y particularmente presente en
«La tina de la colada» y. en
«Patelín», es el espíritu burgués,
con su típica moral utilitaria, la que literariamente
heredan del «fabliau», del Arcipreste de Hita, de
Chaucer y de Boccaccio, aquel
espíritu que acepta como bueno lo útil y según
el cual engañar al prójimo no es vicio, sino virtud.
La astucia de uno sólo encuentra su contrapartida en la
superior astucia del otro.
La presente
versión, con textos que han sido experimentados
recientemente por adolescentes y universitarios, se enriquece con
la presencia de melodías populares que se insertan
perfectamente en la acción de «La tina» y de
«Mimín». En «Patelín» se
intenta evitar el corte brusco que existe en el original, donde
desde el momento en que aparece en escena Corderillo desaparece
Guillermina. Con simples acotaciones, patentes en el texto, se
consigue que la ingenuamente maliciosa Guillermina permanezca
presente hasta el final, contribuyendo con Patelín a dar
unidad a toda la obra.
Se pueden montar
estas tres farsas en un escenario único, sin cambio de
decorados. En este caso es evidente que habrá que emplear
los elementos escenográficos indicados en el texto y otros
más que puedan parecerle útiles al director de
escena. Para montar las farsas separadamente o para montarlas con
tres escenarios diferentes el director encontrará abundante
orientación en las acotaciones y en el propio texto.
También pueden sugerir ideas útiles el texto y
acotaciones del Pórtico.
Los escenarios,
tanto el único como los tres distintos, pueden ser de tres
tipos: 1.º, de carácter realista, figurativo: puertas,
plaza, ventanas, casas, etc.; 2.º, de carácter
simbólico, expresionista o idealista, no concreto; 3.º,
simple cámara, formada por bastidores o patas y telón
de fondo con abertura en medio.
Es muy útil
un buen juego de luces para poder matizar los ambientes dentro de
cada farsa, sobre todo para modificar el espacio escénico
según las exigencias de la acción.
La
representación de estas farsas puede hacerse preceder del
PÓRTICO que se incluye en esta edición. Este
PÓRTICO ayudará al espectador a situarse frente a la
escena y facilitará el empleo del decorado número 2 o
del número 3. Téngase en cuenta al emplear este
PÓRTICO que el orden que seguirán las farsas
será 2, 1 y 3.
Puede utilizarse
también, otro. Pórtico: con cuadro plástico de
los personajes puestos en escena. Con un recitado que haga
alusión al carácter de cada uno de ellos. Esto
consigue el efecto de preparar a auditorios poco avezados e
introducirlos más fácilmente en la comprensión
del espectáculo. En este caso es preferible que el
presentador o presentadora actúe en el propio escenario y no
por micrófono entre bastidores. Es preferible la actitud del
guía de turismo ingenuo a la del presentador de
televisión o al locutor deportivo. Una graciosa silueta
juvenil, con traje actual de calle, paseándose entre los
juegos de luces y sombras, entre los bultos estáticos de los
personajes medievales produce -lo sabemos por experiencia-
contraste muy agradable. Incluso en el caso en que un actor
presente diversos personajes entre las tres farsas se puede hacer
con notable provecho para el público infantil o juvenil.
Cuídese, no obstante, que el presentador o presentadora vaya
vestido de forma simpática, pero húyase de vestidos,
sobre todo si se trata de una presentadora, niña o
adolescente, que recuerden demasiado al público la
última novedad de la moda.
Para las
ilustraciones musicales se proponen las melodías incluidas
en esta edición, susceptibles de fácil
armonización. Un simple acompañamiento de guitarra
española es suficiente. Si el elenco teatral posee conjunto
musical, cosa frecuente en grupos juveniles, piano y batería
bastarán para acompañar los cantos, subrayar los
cambios de escena, etc., y para subidas y caídas de
telón. El empleo de instrumentos electrónicos
exigiría la puesta en escena de un tratamiento acorde.
Siempre es preferible, si se puede, la música viva a la
música grabada y retransmitida por altavoces.
El tratamiento que
admiten las farsas es muy variado. Débese mantener la unidad
ambiental, no obstante, en la misma representación.
Pormenores insignificantes contribuyen a ello. Causa agradable
efecto, por ejemplo, el canto de un pájaro de feria, al que
se introduzca hábil y funcionalmente en el Pórtico al
aludir a la mentira y luego se repita como musiquilla parlante cada
vez que Maese Patelín, Corderillo, Guillermina,
Magíster Aliborón o Juanita se sirvan de la mentira
para salir adelante con la suya.
La
imaginación del director y no pocas veces la de los actores,
particularmente los jóvenes actores, inspirará toques
y sugerencias que contribuirán a enriquecer textos como los
presentes, cargados de posibilidades. A este fin se recomienda que
tras la lectura en común de los textos, varios días
repetida y reposada, el director del grupo -estamos pensando ahora
en grupos adolescentes y experimentales- tenga una puesta en
común de ideas y sugerencias con todos los elementos
integrantes de la «compañía», tanto
actores como regidor, tramoyistas, utilero, etc. La experiencia
se mostrará fácilmente provechosa. Pero
evítese prolongarla hasta los últimos ensayos. En un
momento dado, la puesta en escena tiene que quedar fija y
definitiva. Introducir modificaciones constantemente es
peligroso.
Puede el director
introducir unos pasos de danza en la puesta en escena de estas
farsas. Se prestan a ello especialmente los siguientes momentos: En
«Mimín», cuando todos emprenden camino hacia la
casa de Magíster Aliborón o a su regreso. En
«La tina», cuando Juanita, después de haber
vencido a Jacobo, se dispone a hacer la colada. En
«Patelín», cuando éste y Guillermina
celebran alborozados la ganancia del paño. El ajuste de la
danza con la acción es el propio de cada caso.
Es de efecto
contraproducente pronunciar los nombres de Mimín o
Patelín a la francesa, cuando todos los nombres que aparecen
en esta versión están escritos a la
española.
 Farsa de Maese Mimín
|
Anónimo francés del siglo
XIV
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Versión libre de Juan Cervera
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PERSONAJES
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LUBINA, madre de
Mimín. |
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GUILLERMO, padre de
Mimín. |
|
RAÚL MACHÚA, padre
de Catalina. |
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MAGÍSTER ALIBORÓN,
maestro. |
|
CATALINA, prometida de
Mimín. |
|
MAESE MIMÍN,
estudiante. |
|
|
La acción
transcurre en una aldea en el siglo XIV.
|
A la derecha, la
casa de Raúl Machúa.
|
A la izquierda, la
casa de Magíster Aliborón.
|

Planta de escenario
A: Casa de Raúl Machúa.-B: Calle.-C: Taburete de
trabajo de R.
Machúa.-D: Casa de M. Aliborón-E: Atril de Mimín.
F: Puerta.-G: Ventana.-H: Posición de la jaula
|
|
Frente a la casa de RAÚL MACHÚA, zapatero.
La casa estará entreabierta, pero no se verá a nadie
dentro hasta que hayan entrado LUBINA y GUILLERMO.
|
LUBINA.- (Desde fuera, con
recelo.) Entra tú primero.
|
GUILLERMO.- (Mismo
juego.) No, no. Llama tú. Tuya fue la idea de
venir a ver a Raúl Machúa.
|
LUBINA.- (Airada.)
Y tuya la de mandar a Mimín con ese Magíster
Aliborón.
|
GUILLERMO.-
(Resignado.) Está bien, al
final, como siempre, tendré que hacer lo que tú
quieras. (Golpea la yerta.) ¡Ah,
de la casa!
|
RAÚL
MACHÚA.- (Apareciendo y
haciéndoles pasar.) ¡Dios te guarde,
Maese Guillermo! ¿Qué os trae por mi casa, vecinos y
casi consuegros? (No deja hablar.) Y
mi señora Lubina, pero ¡qué hermosa
está! (Gesto de los visitantes para empezar a
hablar.) ¡Ah, no digáis, no
digáis..., ya adivino. (Se oye cantar dentro
alegremente a CATALINA.
Sólo tonadilla. Melodía 1.) Explicaos,
amigos míos; mi hija (Gorgoritos de
ella.) tan hacendosa como siempre, está
preparando los guisotes. (Sin dejarles
hablar.) ¡Oh, un suculento pavo con...!
|
GUILLERMO.- (Con
misterio.) Bien. Que siga. No hace falta que nos
oiga. (Lo atrae bastante lejos de la puerta del
fondo, que tendrá cortina a través de la cual se
verá fisgar de vez en cuando a CATALINA, que seguirá cantando
de forma intermitente e inoportuna.)
|
RAÚL
MACHÚA.- Y ¿qué tal?
¿Cómo sigue vuestra tía?
(LUBINA y
GUILLERMO quieren
hablar.) ¿Sigue tan esbelta como siempre, a
pesar de sus años?
|
GUILLERMO.- (Algo
amoscado.) No, no se trata de eso.
|
RAÚL
MACHÚA.- ¡Ah, ya; se trata de tu padre,
Maese Guillermo! ¡Pobre hombre, me da mucha pena!
|
GUILLERMO.-
(Impaciente.) No, no, tampoco es eso.
Lo que ocurre...
|
RAÚL
MACHÚA.- Pues entonces será algo grave,
(LUBINA a
punto de estallar.) ¿verdad, Maese
Guillermo?
|
GUILLERMO.- ¡Claro! Lo que ocurre...
|
RAÚL
MACHÚA.-
(Interrumpiéndole.) Te escucho,
Maese Guillermo, o a ti, mi señora Lubina... Ya, ya veo.
¿Algún incendio?
|
LUBINA.- (Casi se
desmaya.) ¡Oh!
|
RAÚL
MACHÚA.- ¡Ah, claro! Un incendio y
nosotros aquí charla que te charla. Corramos todos a apagar
el fuego.
|
GUILLERMO.- (Sentándose
vencido.) ¡Compadre, déjame por fin que
te cuente el caso!
|
RAÚL
MACHÚA.- ¡Pardiez!. Hace tiempo que lo
espero con impaciencia. Charlamos como mujeres.
(LUBINA, que
estará con el pañuelo entre manos y la cabeza gacha,
la levanta ahora despectiva.)
|
GUILLERMO.- ¡Basta ya! Se trata de nuestro
hijo Mimín.
|
RAÚL
MACHÚA.- ¡Cómo! ¿Que
vuestro hijo Mimín prendió el fuego?
(CATALINA al
oír el nombre de MIMÍN saca la
cabeza.)
|
GUILLERMO.- ¡No! Escúchame de una
vez y no interrumpas.
|
LUBINA.- Tu hija Catalina es una buena moza.
|
RAÚL
MACHÚA.- ¡Oh, sí! ¡La
más hermosa del lugar!
|
GUILLERMO.- Y nuestro hijo Mimín...
|
RAÚL
MACHÚA.- No, no. Mimín no tanto.
|
LUBINA.- Decimos que Mimín...
|
RAÚL
MACHÚA.- No, por favor, Catalina es más
hermosa que Mimín.
|
GUILLERMO.- (A LUBINA.) ¿No
habrá manera de meter baza? (Enérgico
se dispara.) Pues sí, como los dos
están prometidos en matrimonio, quisimos que Mimín
fuera el más sabio de la aldea.
|
LUBINA.- (Señalando
culpablemente a GUILLERMO.) Y
éste le mandó a la ciudad a estudiar con...
|
GUILLERMO.- Magíster Aliborón.
|
RAÚL
MACHÚA.- (Interrumpe como de
costumbre.) Obraste cuerdamente, Maese Guillermo,
porque bien merece mi hija Catalina...
|
GUILLERMO.- No, tampoco es eso. Lo que ocurre es
que nuestro hijo es tan inteligente que descifrando pergaminos
latinos día y noche ha olvidado nuestra lengua.
|
LUBINA.- ¡Y no habla más que en
latín!
|
RAÚL
MACHÚA.- ¿Y eso es una desgracia?
¡Eso quiere decir que ha progresado mucho! Porque descifrar
pergaminos no será nada fácil...
|
LUBINA.- ¡Ay de mí!
|
GUILLERMO.- Pero, Maese Raúl, que
Mimín y Catalina tienen que casarse.
|
RAÚL
MACHÚA.- Me parece normal, porque si ellos son
jóvenes y se quieren...
|
GUILLERMO.- Pero, ¿cómo van a
entenderse si él habla sólo en latín y ella en
español... y están en vísperas de
desposarse?
|
RAÚL
MACHÚA.- ¡Ya! Ahora caigo:
(Recapacitando.) latín,
español, latín, español, latín.
(Repiten todos el juego a coro, volviéndose
alternativamente hacia un lado y otro: latín,
español, etc. CATALINA sale descaradamente y sigue
desde atrás a los tres, que repiten como
enajenados.) Latín, español,
etc.,
¡latín, latín, latín!
(CATALINA se
retira oportunamente y vuelve a cantar para
disimular.)
|
RAÚL
MACHÚA.- (Grave.)
¡Un momento! No hay tiempo que perder. Voy a prevenir a
Catalina. ¡Es tan jovencita! (Se
retira.)
|
LUBINA.-
(Gimotea.) ¡Ay, sí! Es una
niña.
|
RAÚL
MACHÚA.- (Como quien dicta una
sentencia, mientras sale con CATALINA.) Iremos todos
juntos a la ciudad a ver a Magíster Aliborón.
|
CATALINA.- (Haciendo falsos
pucheritos.) Yo a quien quiero ver es a Maese
Mimín.
|
LUBINA.- Hija mía, dame la mano y vayamos
juntas a buscarle. (Ademán de empezar la
marcha.)
|
RAÚL
MACHÚA.- ¡Pobre niña! Tan linda,
tan cariñosa.
|
GUILLERMO.- ¡Pobre Mimín! Tan
inteligente, tan estudioso.
|
RAÚL
MACHÚA.-
(Parándose.) Pero, ¡Maese
Mimín debe de parecer un salvaje hablando una lengua tan
extraña!
|
CATALINA.- (Volviéndose
hacia atrás.) Padre, voy a echarme un manto
encima y corramos a ver a Maese Mimín. Y además
llevaré mi muñeca. (La
coge.)
|
GUILLERMO.- ¿Tu muñeca?
|
CATALINA.- Sí, me la regaló
Mimín antes de irse a la ciudad.
|
LUBINA.- ¡Hay que ver cómo se
quieren! Le regaló una muñeca...
|
|
(En casa de MAGÍSTER ALIBORÓN. En
escena MAESE MIMÍN
y el MAGÍSTER. Se
pasean con grandes volúmenes. GUILLERMO observa desde fuera y
comunica sus experiencias a LUBINA, RAÚL y CATALINA.)
|
MIMÍN.- (En tono salmodiado
que termina en falsete.) Mundum mirabilius et
nunquam potabilius sed periculosum navigare. Omnes divitias in
capite habeo et nihil comparabo scientia cerca de rebus multis in
capitulo octavo.
|
GUILLERMO.- (Se vuelve y les
comunica.) Parece una procesión. Canta
devotamente. Llevan como un ropón negro.
|
MIMÍN.-
(Repite.) Mundum mirabilius,
etc.,
octavo.
|
MAGÍSTER.- (Transportado
de admiración.) ¡Bellísimo
lenguaje, Maese Mimín! Tú me honrarás,
tú serás el más grande de los doctores, entre
los de mayor fama. Podrás reírte de los vientos, de
las tempestades y de las tormentas, porque el sabio es el
dueño de la tierra y del mar. Respóndeme:
¿qué libro lees?
|
MIMÍN.- Non respondebo tibi, nisi
latine, quia linguam hispanam olvidavi in aeternum.
|
GUILLERMO.-
(Aparte.) No sé qué ha dicho, pero no
me parece cosa buena.
|
MAGÍSTER.- No he visto nunca persona
más ágil ni más ardorosa para el estudio. Su
inteligencia al principio era algo ruda, pero hay que ver
cómo la he pulido. ¡Oh, gran Mimín!
¡Alejandro de los pergaminos, César de las memorias,
Cicerón de todos los discursos! Hasta los doctores de Roma
pedirán tu consejo y las más famosas Universidades,
como la de Salamanca y la de Bolonia, te ofrecerán sus
cátedras.
|
MIMÍN.- Ego volo laborare et parlare
semper latine, nunquam hispaniolo.
|
MAGÍSTER.- ¡Oh, Maese Mimín!
Hablas el latín como los mismos apóstoles.
Mimín, haz una disertación sobre el salmo que dice:
«De cómo el honor del mundo pende sólo de un
hilo...»
|
GUILLERMO.-
(Aparte.) No sé qué han
dicho del hilo. (Gesto de sorpresa de los
demás.)
|
MIMÍN.- (Después de
reflexionar.) Ego adsum. In capitulo tertio
Aristetolos, Aristotelis pensavi et dixi: Vivamus in aventura,
honor totius mundi pendet de fileto.
|
GUILLERMO.-
(Aparte.) Esto me parece ya razonable: hablan de
filetes.
|
MAGÍSTER.- ¡Oh, doctus
doctissimorum! ¡Qué sonoridades le das al
latín! Ni Triboniano, ni Justiniano, ni Domiciano pueden
comparársele.
|
MIMÍN.- (Empalma otro
latinajo.) Iuta ripan aquarum sicut cedrus
crescet...
|
GUILLERMO.- (Irrumpiendo el
primero.) ¡En qué situación le
ha dejado el estudio!
|
LUBINA.- Hasta su voz ha adquirido un acento
agrio... Me acerco temblando.
|
RAÚL
MACHÚA.- (A CATALINA, que quiere lanzarse hacia
MIMÍN.) Guarda
recato, hija mía. Ponte erguida, pero baja los ojos.
|
CATALINA.- (Obedece, pero haciendo
pucheros.) ¿Está bien así,
padre?
|
RAÚL
MACHÚA.- Aún más recato,
hija.
|
CATALINA.- Pues si cierro los ojos no
veré nada.
|
GUILLERMO.- Perdón, Magíster
Aliborón. Supongo que me reconoces. Soy el padre de
Mimín. (Al querer tenderle la mano le cae el
mamotreto a M.
ALIBORÓN.)
|
LUBINA.- ¡Dios te guarde!, Soy su afligida
madre...
|
CATALINA.- ¡Ah, qué ganas tengo de
oírle de cerca...!
|
MAGÍSTER.- (A MIMÍN, que ha permanecido
enfrascado en la lectura de su libro.) Saluda a tus
padres. Pero hazlo en lengua vulgar. (Con
desdén.) En español.
|
MIMÍN.- Salve, Dómine!
|
MAGÍSTER.- ¡En latín,
no!
|
MIMÍN.- Bene, bene. Ego hispaniolum
olvidavi. Sed quid video? Filia Raúlis Machuae est hic! Cura
muñeca quam dedi ad matrimonium. Salve, amici!
|
GUILLERMO.- (A M. ALIBORÓN.) No
entendemos nada de lo que dice.
|
MAGÍSTER.- Os da la bienvenida.
|
LUBINA.- Pero no conocemos esa lengua.
|
MIMÍN.- Oh, mater! Muñeca
filiae Raúlis est prenda ad matrimonium.
|
LUBINA.-
(Suplicante.) ¡Habla en
español!
|
MIMÍN.- (Con
suficiencia.) Vulgus, hispaniolo; sed sapientes,
latine.
|
CATALINA.- Padre, ¿puedo reírme
ya? Porque estallo...
|
RAÚL
MACHÚA.- Recato, hija, recato.
|
GUILLERMO.- (A ALIBORÓN.)
¿De verdad es sabio?
|
MAGÍSTER.- En verdad que tengo motivos
para estar satisfecho. (Señalando la
cabeza.) Ha costado algo entrarle el latín,
pero ahora ya no se le sale.
|
GUILLERMO y
LUBINA.- Venimos para llevárnoslo.
|
MAGÍSTER.- ¿Qué
decís, insensatos? ¿Arrebatarle tan pronto de mis
cuidados? Seis meses más y... hablará griego.
|
LUBINA.- (Cae
desmayada.) ¡Socorro!... ¡Ay!
|
GUILLERMO.- ¡No! No es esa lengua la que
queremos que hable.
|
MAGÍSTER.-
(Satisfecho.) ¡Ah, ya!
¡Apuesto a que preferís primero el hebreo! Pues le
enseñaré antes el hebreo, luego el griego y
luego...
|
GUILLERMO.-
(Furioso.) ¡No! El español, el
español quiero yo...
|
RAÚL
MACHÚA.- Comprende, Magíster
Aliborón, que el latín, el griego y el hebreo son
lenguas que se hablan poco hoy en día.
|
MAGÍSTER.- ¡Es sorprendente que
haya gentes que aprecien tan poco la cultura! Los progresos de
Mimín eran muy rápidos.
|
LUBINA.-
(Ofendida.) Sin duda. Por eso ya sabe
bastante. Nos lo llevamos.
|
GUILLERMO.- Pero antes de llevárnoslo haz
que hable nuevamente en español.
|
MIMÍN.- Aquila non capit
muscas.
|
MAGÍSTER.- Yo he hecho lo que he
podido...
|
MIMÍN.- Magister magnus est Aliboronus.
Date ei pecuniam et ego parlabo graece et hebraice.
|
RAÚL
MACHÚA.- No, no, hispaniolo.
(Sorprendido él mismo de lo que ha
dicho.) ¡Oh!
|
LUBINA.- ¿Ya no volverá a hablar
español? (A MIMÍN.) Por lo
menos dile buenas tardes a tu madre.
|
MIMÍN.- Salve, mater
amábilis!
|
CATALINA.- ¡Huy, qué finolis
resulta el latín!
|
LUBINA.- Dile alguna palabra graciosa a
Catalina, hijo.
|
MIMÍN.- Tu habes faciem, Catherina,
pulchram quam lingua latina.
|
RAÚL
MACHÚA.- ¿Has entendido algo, hija?
|
CATALINA.- No, pero me da mucha
ilusión.
|
LUBINA.- (A ALIBORÓN.)
¿Qué ha querido decir?
|
MAGÍSTER.- Son frases amorosas. Y no
está bien que yo me rebaje a traducirlas.
|
CATALINA.- Pero, ¿son galantes?
|
MAGÍSTER.-
¡Galantísimas!
|
LUBINA.- Está muy amable, pero qué
delgado... Pone cara de ayunos y penitencias.
|
GUILLERMO.- Yo también a su edad...
estaba así.
|
LUBINA.- Era otra época. Pero
dejémonos de pláticas inútiles. Hay que buscar
solución a esto de la lengua.
|
GUILLERMO.- Pues lo dicho, Magíster
Aliborón, ¡no salimos de aquí hasta que vuelva
a hablar en español!
|
RAÚL
MACHÚA.- Eso, eso.
|
LUBINA.- Bien dicho.
|
CATALINA.- ¡Qué más da, con
tal que hable!
|
MAGÍSTER.- ¡Pues me parece que si
cuesta tanto salir el latín como costó entrarle, mi
casa se convierte en posada!
|
GUILLERMO.- Pero, Magíster
Aliborón, alguna receta tendrá la ciencia para
curarle.
|
RAÚL
MACHÚA.- Y esa ciencia sin duda la posee
Magíster Aliborón.
|
MAGÍSTER.- |
|
(Halagado.) Veamos si cantando cambia
de lenguaje. Esta es una regla de oro de Hipócrates. Los
estorninos, enjaulados, aprenden a cantar, y las urracas y
abubillas incluso llegan a hablar. Cantemos todos juntos:
(Melodía popular portuguesa. Canta él y
luego repiten los demás. Melodía
2.)
|
|
Los ojos de Catalina |
|
|
|
son verdes como un
limón. |
|
|
|
Ay, sí, Catalina, sí
ay, ay, ay. |
|
|
|
Ay, sí, Catalina, ay,
no. |
|
|
(Se produce expectación y
empieza...)
|
|
|
MIMÍN |
|
(Misma
música.)
|
|
Virides tanquam
limone |
|
|
|
tui oculi, Catherina. |
|
|
|
Et ego parlabo tibi, bi,
bi, |
|
|
|
semper in lingua
latina. |
|
|
|
|
GUILLERMO.-
(Exasperado.) ¡Si le doy un
garrotazo, seguro que gritará en español!
|
CATALINA.- Por San Miguel, no harás tal
cosa, Maese Guillermo.
|
MAGÍSTER.- Un momento. Ya sé la
causa. Y cuando se sabe la causa se curan los efectos.
|
LUBINA.- ¡Qué bien habla!
|
RAÚL
MACHÚA.- Te escuchamos. ¿Cuál es
la causa?
|
MAGÍSTER.-
(Pedantísimo.) Ha trabajado
tanto, ha argumentado tanto, ha investigado tanto; ha leído,
vertido y controvertido tanto; ha escrito tantas disertaciones y
compilaciones; ha sondeado tanto en la Dialéctica, la
Retórica, la Alquimia y la Metafísica, que ahora no
habla más que en latín... porque se ha habituado a
ese idioma.
|
GUILLERMO.-
(Impaciente.) ¡Pardiez! Eso ya
lo sabíamos... ¿Qué podemos hacer?
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MAGÍSTER.- ¡Nada!
(Todos se alejan de él y se acercan a
MIMÍN, que se ha
vuelto a enfrascar en la lectura con grandes
aspavientos.)
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MIMÍN.- Contra vim mortis non est
medicamentum in hortis.
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LUBINA.- (Se vuelve. Con
sigilo.) Escuchadme. Magíster Aliborón
dijo muy bien. Hay que hablarle como a los pájaros, al
oído, pero hemos olvidado ponerle en una jaula.
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RAÚL
MACHÚA.- ¡Pardiez! ¡Y qué
romos somos!
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MAGÍSTER.- ¡Prudente juicio, mi
señora Lubina! Habíamos olvidado la jaula, porque
como dice Aristóteles: «Jaula est omnis divisa in
partes tres».
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CATALINA.- Yo he visto una en el mercado.
(Salen CATALINA y LUBINA por la
jaula.)
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(GUILLERMO y
RAÚL sostienen la
jaula. Es grande y de mimbre. Suficientemente ligera para ser
manejada y bastante amplia para contener a MIMÍN, que quedará algo
agachado, casi en cuchillas, cuando está metido en
ella.)
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LUBINA.- ¡Acercaos por detrás!
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CATALINA.- No lo lastiméis.
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RAÚL
MACHÚA.- Catalina, ponte delante y dile
cualquier cosa amable.
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CATALINA.- (Le muestra la
muñeca bastante baja.) Esta muñequita
tan bonita...
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MIMÍN |
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(Empieza a
cantar.)
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Virides tanquam
limone |
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tui oculi,
Catherina... |
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(Inmediatamente lo meten en la
jaula por la cabeza, aprovechando que él se agacha para
verla.)
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MIMÍN.-
(Estoicamente.) Iustus in jaula florebit. Libros
latinos non possum studiare. Sed sapientia, sicut pulchritudo, est
in interiore.
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RAÚL
MACHÚA.- Dadle de beber.
(CATALINA
intenta darle vino a través de la jaula.)
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MAGÍSTER.- ¡No, no! Galeno dice:
«Aqua fontis clarissima, vel aqua minerale
naturale.»
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GUILLERMO.- Bueno, ¿y el Galeno ese es de
fiar?
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MAGÍSTER.- ¡Ah, caterva inculta!
(LUBINA le
pasa el agua a CATALINA,
que se la ofrece a MIMÍN.)
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CATALINA.- Así, suavemente. Acerca el
piquito.
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MAGÍSTER.- Más agua, más
agua, ut mundet caput eius ab omni latinitate.
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LUBINA.- Ahora conviene hablarle sólo en
español y con dulzura.
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GUILLERMO.-
(Acercándose.) Querido Mimín, habla un
poquito en español.
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MIMÍN.- (Imitando la dulce
afectación de su padre.) Ego parlo Latine
bene, benissime.
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MAGÍSTER.- Dejadme a mí.
(Dirigiéndose a MIMÍN.)
¿Me conoces, Mimín?
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MIMÍN.- Oh, Magíster
reverendissime, tu es qui comedebat carnem fritam, dum ego faciebat
ieiunia.
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LUBINA.- ¿Qué ha dicho?
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MAGÍSTER.- Nada, nada. Una sentencia de
Averroes que no viene a cuento.
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RAÚL
MACHÚA.- Repite conmigo: «Desde hoy no
leeré librotes, porque me trastornaron la cabeza.»
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MAGÍSTER.- Tal afirmación es
grosera y descortés.
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LUBINA.- ¡Callaos todos!
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GUILLERMO.- ¿Callarse? ¿Para
qué?
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CATALINA.- ¡Por favor, dejadme sola con
Mimín! Todos vosotros gritáis demasiado. Mi voz
será dulce y cariñosa y estoy segura de que me
responderá.
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MAGÍSTER.- Esta es una gran verdad,
porque, como dice Horacio: «Amor omnia
vincit.» ¡Vámonos todos!
(Sigilosamente.) Y desde fuera
observaremos.
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CATALINA.- No, no quiere testigos. ¡Todos
afuera! (Se marchan todos.)
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(Solos MIMÍN en la jaula y
CATALINA
fuera.)
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CATALINA.- ¡Se han marchado! ¡Ahora
es la mía! (Le mira.)
¡Mimín! (Le mira largamente y él
parece enternecerse algo.) ¡Mimín, si
hablas nuestro idioma te sacaré de la jaula!
(Siguen mirándose sin decir
nada.) ¡Mimín, si hablas nuestro idioma
serás mi maridito!
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GUILLERMO.- (A los demás,
afuera.) ¡No se oye nada! Me da la
impresión de que sigue hablando en latín!
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CATALINA.- Pero, Mimín, ¿no te das
cuenta del disgusto que das a toda la familia, que para verte vino
de la tierra? (Los ojos de MIMÍN se iluminan al oír
las últimas palabras.) ¿Qué
quieres?
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MIMÍN.-
(Suavemente.) Vino de la tierra...,
vino de la tierra.
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CATALINA.- (Transportada de
gozo.) ¡Vino de la tierra, vino de la tierra!
Toma, toma. (Le alcanza un jarro que tiene a
mano.) Bebe, bebe. Es vino de la tierra.
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MIMÍN.- (Como un
niño.) No puedo, la jaula.
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CATALINA.- (Le quita la jaula de
encima y MIMÍN bebe
alegre.) ¿Te gusta, Mimín?
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MIMÍN.- |
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Mucho, linda
mozuela. (Empieza a cantar
suavemente)
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Los ojos de Catalina |
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son verdes como un
limón... |
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LUBINA.- (Fuera a los
demás.) ¡Me parece que ya hablan en
nuestra lengua!
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GUILLERMO.-
(Emocionado.) Entremos ya.
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MIMÍN.- (A CATALINA.)
Déjame estrechar tu mano, Catalina. ¡Maldito sea el
latín! ¡Y los librotes esos! (Le besa la
mano.) Beso tu mano. (Entran
precipitadamente todos los demás.)
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LUBINA.- ¡Qué alegría!
¡Ya habla como nosotros!
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RAÚL
MACHÚA.- ¡Qué inteligente es mi
hija!
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GUILLERMO.- Habrá que celebrarlo, esto es
un milagro, ¡un milagro!
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MAGÍSTER.- (Solo, aparte,
al ver el porrón.) Vinum cor hominum
laetificat, sed enturbiat cerebelum.
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LUBINA.- Y mañana celebraremos la boda.
Estáis todos invitados, claro, todos, hasta Magíster
Aliborón.
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MIMÍN.- Muy bien.
¡Magnífico! ¡Hasta Magíster
Aliborón! Y se acabó el latín para
siempre.
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TODOS.- ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Vivan
los novios!
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GUILLERMO.- Mientras regresamos a casa,
cantemos. ¡Cantemos todos! (Se disponen a
cantar todos a las órdenes de GUILLERMO, que empieza a entonar
«Los ojos de CATALINA», pero de pronto se
adelanta...)
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MIMÍN.- (Que canta
solo.) Gaudeamus igitur, iuvenes dura
sumus... (Melodía 3. Con gran
estupefacción de todos.)
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FIN
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