En el
capítulo 28 de
Don Quijote I, el cura, el barbero, y
Cardenio descubren a un joven en un lugar apartado de la Sierra. El cuadro, que
se presenta como un momento casi idílico, pronto da lugar a un juego de
velado erotismo cuyas alusiones, reticencias y rodeos nos revelan finalmente
que este joven es, de hecho, una mujer. Dorotea, pues se trata de ella, cuenta
su historia. Es éste un relato cuya pauta repite con singular exactitud
las paulatinas aproximaciones del texto al aspecto físico de Dorotea con
que se inició la escena. Este doble descubrimiento de cuerpo y ser
incita la participación del lector en la recuperación de Dorotea
como totalidad existencial que sobrepasa, sin anularlos, cada uno de sus
componentes, y es también la imagen de nuestro esfuerzo por recobrar la
totalidad del texto mismo.
En la
aventura de la Cueva de Montesinos (Don Quijote, II,
22-24), Cervantes anticipa varios de los argumentos de las
meditaciones de Descartes.
Enfrentándose con la amenaza del escepticismo de no poder distinguir
entre el sueño y la realidad, Cervantes demuestra las limitaciones de
una respuesta epistemológica al escepticismo. Su crítica de la
epistemología -que puede considerarse también como crítica
de los argumentos clásicos que luego se desarrollaron en Descartes- se
funda en la distinción entre las proyecciones de la imaginación
(que no admiten verificación) y casos verificables. Se demuestra que el
argumento epistemológico, tal como lo elabora un Descartes, sólo
se sostiene a base de una confusión de lo imaginado con lo verificable.
De este modo puede decirse que la crítica cervantina de la
epistemología no cae en el escepticismo. Así, la aventura de la
Cueva de Montesinos concuerda escencialmente con otros episodios del
Quijote, en que se defienden los derechos
de la imaginación frente a los ataques (inoportunos) de sus
críticos.