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ArribaAbajo Adiós al amigo

José Edmundo Clemente


Jorge Calvetti acaba de partir, dejándonos solamente su cuerpo, porque su alma ya está en Maimara, recuperada a su paisaje nativo. En plena Quebrada humahuaqueña, borrará los años de ausencia saltando y jugando con el mismo entusiasmo de su juventud. Montando obedientes caballos o persiguiendo lagartijas a la hora de la siesta o gozando del aire puro de la noche que, pronto, reinará con sus estrellas del tamaño de los cerros. Porque ellas son la ruta del paraíso que ahí comienza.

Desde esa felicidad antigua, vino Jorge a Buenos Aires. Otro valle, también de altas torres, lo esperaba. La ciudad lo recibió con igual cariño que a todos los llegados a su casa. Amigablemente. Por algo, su plano catastral tiene la forma de una mano abierta. Aquí tuvo oportunidad de ejercer tareas afines con su natural predisposición de escritor. Trabajó en La Prensa, en la vieja y gloriosa Prensa, como redactor calificado; publicó sus escritos literarios en las mejores revistas del país, fue amigo de los principales hombres de letras, nacionales y de afuera. Recibió el halago de los premios y el reconocimiento unánime de quienes lo trataron y se beneficiaron con su enorme bondad. La Academia Argentina de Letras fue su hogar natural; y el reconocimiento de la Real Academia Española, como miembro correspondiente, una distinción merecida. Siempre su amistad sin fisura fue su distintivo mayor. Pareciera que, entre las montañas del Jujuy nativo y el Buenos Aires de altos edificios, se hubiera trazado una estela fraternal. Un auspicioso arco iris.

Esta tarde de noviembre, despedimos su cuerpo que lentamente reencontrará también su tierra original. Allí, en la cercanía del río Grande, descansará finalmente, junto al tardón adusto y a las ágiles flores que le darán aroma fresco y eterno. También allí, en el portal de los Andes, de Purmamarca hacia Tilcara, las montañas juntarán sus   —358→   pliegues en un monumental rezo de piedra. Aquí, nosotros no nos quedamos solos. Tenemos su obra literaria como herencia legada generosamente. Sus memorables artículos periodísticos, sus poemas, sus libros, como él mismo los anunció, escritos en la tierra. Ahora ya escritos en el cielo. Por siempre.

Si bien esta tarde despido al amigo en nombre de los colegas de la Academia, también lo hago en el mío. Pronto mi gesto será apenas un «hasta luego», cuando haga mi viaje definitivo a mi Salta querida y nos reencontremos arriba, en la común transparencia azul de la puna. Nuestro reencuentro durará entonces el ancho del tiempo infinito. Que es la medida de la amistad.