—143→
La revista parisiense de lengua española, Mundial-Magazine, dirigida por Rubén Darío, publicó en julio de 1912 (núm. 15) una entrevista de Javier Bueno con Galdós. El novelista, casi ciego, estaba dictando a su secretario el último de los Episodios nacionales: Cánovas. Sus declaraciones sorprenden por lo amargo, por lo desesperado del acento. Hasta ahora, a lo largo de tantos años de vida pública, nunca había dejado de expresar don Benito su fe en los destinos de la patria. Ahora, se atreve a declarar con vehemencia y amargura: «Aquí está todo muerto... Esto está muerto, muerto, muerto». Abandonando España a «la putrefacción» o a alguna «gran catástrofe», el viejo maestro vuelve los ojos a los «países jóvenes y fuertes que tienen vida y salud»: Argentina, Brasil, Chile, Uruguay. Los periodistas no saben -o no quieren- explicar tan cruel y total desengaño. El relato de su visita, aunque conmovedor, no permite que el lector acierte los motivos profundos del novelista. La lectura de los periódicos de la época sugiere otras explicaciones.
Junio de 1912. Para anunciar la entrevista que había de aparecer en el número siguiente, Mundial da un grito de triunfo: su director Rubén Darío ha logrado la colaboración del «gran patriarca», «honra y prez de las letras españolas, a quien aman con entrañable cariño todos los pueblos de habla castellana de ambos continentes». Los elogios de la revista van al autor de Doña Perfecta y de los Episodios, al historiador exacto, al creador virtuosamente imparcial de «una epopeya donde se retrata el carácter de un pueblo que lucha denodadamente por la sacrosanta independencia de la patria». Patriotismo, anticlericalismo. ¿No había más que decir de los temas tratados en la obra inmensa que pintaba con cruel verdad la mediocridad de la burguesía española? Mundial celebra con énfasis «el vigor intelectual, la poderosa mentalidad de ese gigante de la literatura castellana», su «fortísima voluntad», pues, no obstante los males que le aquejan, «sigue irradiando luz con su genio», pero la revista calla la actividad política del republicano. Mundial ignora -o quiere ignorar- la verdadera personalidad del novelista. Javier Bueno insiste en los sufrimientos del maestro ciego en tono sentimental y monótono que tampoco corresponde a las declaraciones de Galdós que expresan, con naturalidad, el dolor mezclado con la esperanza: «estoy casi ciego y esperando que hagan una operación en los ojos». El que tantas veces había ensalzado, entre las ciencias de los tiempos modernos, la ciencia médica, y entre las figuras más relevantes de la sociedad moderna, la figura del médico ¿no había de compartir con sus correligionarios la confianza en el cirujano? El día 11 de julio, El País, diario republicano, anuncia con alegría que Galdós ha recobrado la vista,227 felicitando al doctor don Manuel Márquez y a su esposa, doña Trinidad Arroyo de Márquez, a quien los republicanos consideran como una santa «a lo moderno», hacedora de milagros. Las virtudes de «este matrimonio famoso en la ciencia» debieron de inspirar al viejo novelista una simpatía y una confianza que pudieron endulzar sus dolores. Aquella pareja ejemplar era perfecta ilustración de la ética moderna en que permanecían, pero transformados por las nuevas posibilidades abiertas a la mujer en la sociedad moderna, los antiguos valores del amor conyugal, del estudio y de la sabiduría (además del poder de los santos taumaturgos). Lástima que Mundial no haya sentido la necesidad —144→ de indicar que la elección de tales médicos era significativa de la concepción galdosiana de la vida y de la sociedad, pues las aspiraciones expresadas por la obra novelesca y escénica siguen gobernando los actos del novelista, revelando la fuerte unidad de su personalidad.
Todo el relato de la entrevista infunde un sentimiento de profunda melancolía. Galdós «vive muy retirado», alejado del centro de Madrid, en un «hotelito muy modesto», situado en «una gran explanada que hoy comienza a urbanizarse». Ambiente de severidad, recuerdos de pesadilla: estamos «frente a la Cárcel Modelo», en un lugar que «ha servido para fusilamientos». Aquí vive Galdós, envejecido y amargado, ciego, imposibilitado; Galdós, a quien sus familiares tienen que arrastrar como a un niño, en su sillón de terciopelo rojo. Pero los periódicos madrileños nos dicen que Galdós era Presidente del Comité de Conjunción Republicano-Socialista, y señalan sus frecuentes intervenciones en la vida política de España, para reunir y transformar «las energías esporádicas que hoy actúan separadamente». El día 7 de abril, se publica la carta que don Benito escribió en ocasión del banquete con que los republicanos gubernamentales iniciaron la organización del partido gubernamental, bajo la jefatura de Melquiades Alvarez. Carta de Galdós:
—145→
Leída la carta de Galdós, habló Gumersindo de Azcárate. El «insigne repúblico» deseaba «simplificar los partidos sin llegar al sueño, que yo creo inconveniente, del partido único».228 Se excluía de la conjunción a los sindicalistas y a los anarquistas porque se intentaba «relacionar el capital con el trabajo distinguiendo la revolución social de la política». Aunque se sitúa Galdós entre los que van por la derecha de la Conjunción, su campo era en realidad, como lo dijo Lerroux, un «campo neutral». Lerroux hablaba con entusiasmo de «ese grande hombre que se llama Pérez Galdós, que no es de nadie, porque es de todos»,229 proponiendo en ejemplo a los republicanos su voluntad de armonizar los partidos adversos. El estilo de Galdós es todo emoción y ternura. Sin embargo, un profundo instinto político dominaba su inspiración. El fracaso de la tentativa de reconciliación debió de entretistecerle mucho, y de su amargura la entrevista publicada en Mundial se hace eco, aunque calla los motivos. Las disensiones entre radicales y reformistas impedían la realización de su ensueño haciendo más inquietantes las perspectivas de la vida política. A la reunión convocada por Nakens a la casa de Galdós, el día 26 de mayo, el Comité de la Conjunción republicano-socialista «acordó no concurrir» porque ya se había anticipado a expresar públicamente su voto en contra don Pablo Iglesias y entender además que dentro de la Conjunción republicano-socialista se hallan representadas todas las fracciones del partido, y en condiciones, por tanto, de poder cumplir su programa».230 En cambio, «acudieron tres republicanos, entre ellos el jefe de los radicales, don Alejandro Lerroux, que iba dispuesto, en bien de la idea, hasta desprenderse de la jefatura para convertirse en un soldado de fila». Pero algunos días después, en Barcelona, los lerrouxistas silbaban a Melquiades Álvarez, impidiendo que hablase en un meeting republicano. El Progreso, órgano de los radicales, decía con el título: La indignación popular, «No acepta el pueblo más partido que la Unión»,231 mientras que los reformistas declaraban: «sobre los radicales debe caer la responsabilidad por este atentado a la libertad»,232 y El Liberal, entristecido, constataba, el día 11 de junio:
La conversación de Galdós con Javier Bueno debió de efectuarse cuando se desvaneció la esperanza de construir «el ariete formidable cuyo funcionamiento espera con ansia el país más desdichado que hoy existe en el mundo». Pero el pesimismo de la prensa republicana la había llevado antes a condenar toda la obra de la Restauración, y en El Liberal del día 8 de abril de 1912 leemos estas líneas desengañadas en las cuales reconocemos el estado de espíritu que inspiró Cánovas:
El descontento de los republicanos hace eco a la desconfianza y a la tristeza de los comentarios que acogen, en toda la prensa, las noticias de la guerra del Rif:
Cada vez es mayor la impresión que experimenta la opinión pública cuando el telégrafo, con desesperante periodicidad transmite al país las noticias y detalles de un nuevo combate en los campos del Rif... Pero no se adscribe sólo el convencimiento general a la afirmación de un error en la dirección de la guerra; la opinión es también convencida que el Gobierno no es sincero con el país y trata de engañarse, de buena fe, a sí mismo, cuando expresa paladinamente su conformidad y compenetración con los directores de la campaña.233 |
De este cuadro inquietante se destacan las diatribas contra Canalejas (quien había de morir asesinado en noviembre del mismo año). El día 10 de mayo, en el Congreso, Melquiades Álvarez censura «la política democrática minúscula, a ratos reaccionaria, más reaccionaria que la que hemos combatido en el señor Maura». Canalejas ha traicionado sus propias «aspiraciones ultrarradicales» y los principios que inspiraron su política pasada, al aceptar que se derogase la «ley del candado»234 y se propusiese una ley del servicio militar obligatorio menos avanzada que la del partido conservador reaccionario;235 ha escarnecido a la justicia cuando, quedando en vigor, como cosa anormal y extraordinaria el estado de guerra en Valencia,236 permitió que usurpase el Capitán General las funciones del poder legislativo para «aniquilar las fuerzas del partido republicano».237 El mismo orador había condenado la monarquía por haber traicionado y echado a perder los valores morales de la nación: honor, fe y virtudes cristianas, amor a la patria, respeto al derecho, concepto del deber moral:
Al dictar Cánovas, bien podía recordar Galdós con toda exactitud los días que él mismo había vivido en Madrid, en 1876, pero el juicio que ahora informa sus recuerdos refleja el pesimismo de los republicanos de 1912.
C. N. R. S. (Centre National de la Recherche Scientifique). París.
—147→ —148→Juzgué que sería interesante dar a los públicos de Mundial una idea del movimiento literario, artístico y periodístico de Madrid, no como crítico enfadoso, erudito y grave, no hablando ni juzgando obras, sino presentando a los hombres cuyas figuras descuellan en Letras o en Arte. Para esto he ido a sorprenderles en sus casas, en los cafés que habitualmente frecuentan, en sus reuniones de camaradas y hasta en la calle.
Empezaremos por el maestro Pérez Galdós.
DON BENITO
Rubén Darío continuaba delicado y se quedó en el hotel. Guido, Boyé con su máquina y yo tomamos un taxi.
-A la casa de don Benito- dije al chauffeur.
Basta con decir don Benito, pues todo el mundo conoce y quiere al maestro.
Frente a la Cárcel Modelo, en una gran explanada que ha servido para fusilamientos, recreo de chicuelos y campo de maniobras a los militares, y que hoy comienza a urbanizarse, hay un hotelito de ladrillo rosado, muy modesto, como una de esas casitas que cualquier menestral posee en Nogent-sur-Marne o en otro cualquier rincón de la banlieue parisiense. Una tapia de ladrillo lo oculta hasta el piso1.º. Por encima de esta tapia se asoma un rosal, como si quisiera huir enardecido por la primavera. Llamamos, y una criadita joven vestida de negro viene a abrirnos. Apenas le decimos que queremos ver al maestro, corre con la noticia. Si don Benito fuese francés, se —149→ necesitarían memoriales para hablarle. Cualquier escritorzuelo de tres al cuarto de Francia exige una instancia en papel sellado para dejarse ver. Los españoles no saben darse importancia, y de ahí acaso nazca el desdén de las gentes. El vulgo no entiende de nobles llanezas ni necesita de aparato para reconocer a los hombres superiores.
Al momento vuelve la criada y nos hace pasar al cuarto en donde se encuentra el maestro. Estaba trabajando: dictaba a su secretario Pablito Nougués un nuevo volumen de sus Episodios nacionales, que se titulará: Cánovas.
La habitación es modestísima. En un testero, hay una librería blanca, atiborrada de libros, en otro una ventana, en el de enfrente otra librería, y en último la puerta desnuda. Una mesa de estudiante, en la que escribe Pablo Nougués y dos sillas de paja completan el mobiliario.
Galdós está hundido en una butaca de terciopelo rojo. Está casi ciego; unas gafas negras cubren sus ojos.
-Don Benito -le dije- aquí está el señor Guido, administrador y propietario de la revista Mundial, que viene a saludarle. Darío no puede venir por encontrarse enfermo.
-Es Javier Bueno -añade Nougués.
-Sí, sí; ya le he conocido -dice el maestro- le he conocido por la voz. Yo no veo; estoy casi ciego y esperando que hagan una operación en los ojos.
Guido se acerca para saludarle.
-Perdone usted que no le haga más cumplido recibimiento, pero ya me ve, estoy casi ciego. ¿Cómo está Rubén? Yo no he visto Mundial, pero me han dicho que es un primor.
-Se la mandaremos.
-No, no me la manden -interrumpe tristemente el maestro- no la podría ver y sufriría mucho más. Cuando vea, ya se la pediré; ahora, cada vez que recibo un libro o un periódico, sufro mucho, sin poder verlo ¿Y adónde van Vds? -agrega luego de una pausa.
Guido le expone nuestro itinerario, y Galdós exclama:
-Esos países son fuertes; la Argentina, Brasil, Chile, el Uruguay, son paises jóvenes donde hay vida. Aquí está todo muerto, aquí tiene que haber una gran catástrofe o esto desaparece por putrefacción. Esto está muerto, muerto, muerto -repite con amargura el patriarca de las letras españolas.
Yo no quiero (sic) apartar de su mente la triste visión de esta patria española que él tanto quiere, y le digo:
-Don Benito, nosotros queremos fotografiarle aquí, en su cuarto de trabajo.
-Bueno, como Vds. quieran; aquí también me retrataron con el obispo de Jaca. ¿Cómo quieren Vds. que me coloque?
-Así mismo, como está Vd. -le digo-. No se mueva. Voy a empujar la butaca para que haya mejor luz.
Y arrastrando el butacón de terciopelo encarnado le coloco frente a la ventana.
-Como yo no puedo estar mucho tiempo mirando a la luz, que me diga el fotógrafo cuándo debo quitarme las gafas negras. No quiero que me retraten con gafas... Quiero que se vea que aún tengo ojos aunque inservibles.
Hecha la fotografía, volvemos a colocarle en su sitio. Don Benito sonríe al sentirse empujado en el butacón como un pequeñuelo en su cochecito.
Después le pedimos su autógrafo, y a tientas traza su firma y su rúbrica.
-¿Qué obras prepara Vd? -le pregunto.
—150→-He terminado un drama para María Guerrero y Fernando Mendoza, y ahora estoy escribiendo el episodio Cánovas. Trabajo despacio; no puedo, no puedo...
Todos guardamos silencio.
El maestro lo interrumpe: -¿Y Manolo Bueno?
-No le he visto. Aún no he tenido tiempo para ir a su casa.
-Si le ve Vd. dígale que venga a verme, que yo le quiero mucho y me alegraría de que me hiciese una visita. Ángel Guerra viene todos los jueves. Dígale que venga.
Como yo no he visto a Manuel Bueno, desde aquí le envío el encargo del maestro.
Nos despedimos de don Benito. Sus últimas palabras fueron:
-Buen viaje a esos países jóvenes y fuertes que tienen vida y salud. Esto está muerto.
Salimos a la explanada con una impresión de tristeza. Guido me dice melancólicamente;
-Si este hombre fuera francés, sería millonario.
Por encima de la tapia se asomaba el rosal blanco que un viento de tormenta sacudía arrancándole sus mejores flores.