Inventario de quimeras y de pánicos: la última
poesía de Mario Benedetti
Eduardo Becerra (Universidad Autónoma de Madrid)
La muy reciente biografía
sobre Mario Benedetti, El aguafiestas, escrita por Mario
Paoletti, da por terminado el repaso a la vida del poeta
en 1985, fecha que marca el fin de un exilio que había
durado once años y que, además de encarnar
una experiencia vital trágica, puso a su escritura
en la obligación de llenarse de lejanías y
ausencias forzosas, de tiempos y espacios que no están:
Así
se expresa Benedetti en un poema sobre Montevideo cuyo título,
«Ciudad en que no existo», de La casa y el ladrillo (1976-1977),
ya es toda una revelación. Evocar consagra la distancia;
frente a ello, el poeta declara: «soy apenas un hombre de
mi ciudad / que quisiera tenerla bajo sus plantas» (I; p.
208); la meta única está en la disolución
de toda lejanía, intención que subrayan los
últimos versos del poema:
por eso he decidido ayudarte a existir
aunque sea llamándote
ciudad en que no existo
así sencillamente ya que
existís en mí
he decidido que me esperes viva
y he resuelto vivir para habitarte
(I; p. 208)
El
exilio subraya en la poesía de Benedetti, antes que
la nostalgia de lo que fue y la melancolía de la pérdida,
el dolor de lo no presente, la indignación por lo
que no está aquí mismo, bajo los pies o al
alcance de las manos. Constituye entonces un atentado contra
una poética que busca el aquí y el ahora, la
inmediatez de las presencias cercanas: las vidas rotas, la
justicia social, la revolución, el amor, la opresión,
los estragos de las dictaduras fueron y seguirán siendo
siempre en la literatura de Benedetti convivencias con un
presente múltiple que, dependiendo del rostro que
decida mostrar, permite la alegría y la esperanza
o la denuncia y la indignación. En el exilio, el poeta
se ve forzado a convivir con la ausencia, sólo la
vivencia de lo que no está presente; esta ubicación
descentrada se irá haciendo más patente en
su discurrir por países y ciudades que durante once
años nunca fueron ni Uruguay ni Montevideo: «sucede
que ya es el tercer año / que voy de gente en pueblo
/ de aeropuerto en frontera / de solidaridad en solidaridad
/ de cerca en lejos», leemos al comienzo de «Otra noción
de patria» (I; p. 174), perteneciente también a La
casa y el ladrillo. Finalmente, este sombrío viaje
por la lejanía se respirará en prácticamente
todos los poemas de Viento del exilio (1981) y en buena parte
de los versos incluidos en Geografías (1984). Así
nos lo revela una composición como «Eso dicen», poema
inicial de este último libro:
Eso dicen
que al cabo de diez años
todo ha cambiado
allá
dicen
que la avenida está sin
árboles
y no soy quién para ponerlo en duda
¿acaso yo no estoy sin árboles
y sin memoria
de esos árboles
que según dicen
ya no están?
(I; p. 11)
Con Preguntas al
azar (1986) se invierten de forma radical los términos
de la dolorosa encrucijada anterior. Definido por el propio
autor en la dedicatoria a Luz como un «brindis por el regreso»,
Benedetti nos ofrece un lento recorrido por el retorno: las
«lontananzas a granel» que surcaron el pasado dejan paso
a la evidencia de la aproximación de lo remoto; las
«Expectativas», título de una de las secciones de
este poemario, no impiden ciertas incertidumbres ante el
choque de la nostalgia con la realidad, ante las «Cosas a
hallar» (II; p. 297) que también ofrecerán
ciertas ausencias, sobre todo las de los próximos
prójimos que ya no están. Pero finalmente nos
son relatadas las ceremonias del contacto con aquello largo
tiempo anhelado: «revivo aquí con esperanza y duelo
/ me reconstruyo aquí y me reconozco» (II; p. 306);
leemos en el poema «Aquí». «Con los objetos», otro
de los poemas del libro, se cierra con estos versos:
como bebo mastico paladeo el sabor
disfruto aquel en que crecí hace siglos
hago crujir
el pan deslizo el dulce
saboreo las claves del regreso
(II; p. 314)
Más significativo
aún resulta «Rescates», título que ya lo dice
todo. En esta composición Benedetti invierte el epígrafe
vallejiano que abre el poema: «muriendo de costumbre / y
llorando de oído», para describir los múltiples
ámbitos de los encuentros y de los hallazgos:
Este regreso no era obligatorio
sin embargo
la mano encuentra
su cuchara
el paso su baldosa
el corazón su golpe
de madera
el abrazo su brazo o su cintura
la pregunta su
alguien
los ojos su horizonte
la mejilla su beso o su garúa
el orgullo su dulce fundamento
el pellejo su otoño
la memoria su rostro decisivo
los rencores su vaina
el
reloj su lujuria tempranera
el dolor su no olvido o su neblina
el paladar sus uvas
el loor su desastre
la nostalgia su
lecho
o sea
perdón vallejo
aquí estoy
otra vez
viviendo de costumbre
celebrando de oído
(II; p. 309)
En Preguntas
al azar la poesía de Benedetti, a lo largo de muchos
versos, se convierte en una celebración de los sentidos,
de revivencias de antiguas nostalgias convertidas ahora en
presencias. El poeta toca, pisa, abraza, pregunta y le responden,
saborea, besa y palpa, y tras todo ello se siente capaz de
proclamarse reconstruido. El país transportado durante
once años en los espacios íntimos de la nostalgia
se junta con el país al que llega:
¿dónde está mi país?
¿será que
estuvo
está conmigo?
¿que viene y va conmigo?
¿que
al fin llega conmigo a mi país?
«Preguntas
al azar (1)» (II; p. 301)
El
tránsito de Viento del exilio y Geografías
a Preguntas al azar traza un umbral significativo en la poesía
de Mario Benedetti al hilo de este nuevo momento de su vida.
Con el regreso, sus versos y la poética de la proximidad
que siempre arrastran se reúnen y reconcilian con
una realidad que cumple dos requisitos fundamentales para
su disfrute: su encanto (el encanto de lo largamente deseado)
y, sobre todo, su inmediatez. Será más adelante
cuando el poeta revele la aciaga trastienda de su tierra
natal, al preguntarse: «mi país ¿un país vacío
de mi país?» (II; p. 20). De nuevo utilizará
ya desde el título, «Aquí lejos» (Las soledades
de Babel, 1991), la imagen de la distancia para expresar
su desarraigo.
Si señalo
el fin del exilio como umbral de paso a la última
poesía del poeta, en absoluto ello se debe a que considere
que, a partir de ahí, su lírica vaya a sufrir
transformaciones sustanciales. Como creo que es opinión
general, pienso también que el conjunto de su obra
se caracteriza por una fidelidad inamovible a una actitud
moral frente a la literatura que engloba tanto los contenidos
como las formas de su escritura. Ahora bien, la exigencia
autoimpuesta por Benedetti de reducir distancias entre vida,
realidad y literatura convierte a ésta en una labor
obligada a atenerse a las variables y variadas exigencias
que el presente va poniendo por delante. Es este proceso
el que me sirve, con más o menos razón, para
hablar de una poesía que, a partir de determinado
momento, incorpora matices nuevos (nunca cambios radicales)
al enfrentarse a renovados desafíos.
El
exilio fue también, como a menudo ha reconocido el
propio Benedetti, signo de la derrota; fue el resultado de
un proceso histórico que afectó prácticamente
a toda Latinoamérica y que, tras admitir el sueño
y la esperanza, acabó, en la mayoría de los
casos y desde luego en Uruguay, convertido en pesadilla.
Ahora bien, el exilio constituye seguramente aquella experiencia
en la que la historia, siempre adversa y trágica,
se enraiza más directamente en la intimidad del individuo.
En el exilio el devenir histórico se interioriza y
tarde o temprano el exiliado se ve obligado a quedarse solo
frente a él. Con el final del destierro Benedetti
recibe una compensación de la historia, pero ello
en absoluto va a significar que todas las cuentas hayan sido
saldadas. En la última página de El aguafiestas
afirma Benedetti: «La derrota no prueba que luchar por la
justicia sea un error o sea imposible. Sólo prueba
que se han cometido errores que llevaron a esa derrota. Derrota
que ha tenido, también, su parte buena y positiva»;
y el libro acaba con esta declaración de intenciones:
«Ni colorín ni colorado. Este cuento no se ha acabado»248.
Admitir, analizar y comprender la derrota es, para Benedetti,
el paso previo e indispensable para «extraerse de ella» y
así luchar por la victoria. El poeta sigue obcecándose
en la validez de la esperanza y de la solidaridad y, sobre
todo, exige de nuevo la apuesta por la utopía. Sin
embargo, si los años sesenta y setenta fueron los
de la «revolución posible»; ahora los lemas empleados
nos van a hablar de la «decencia como utopía» y, sobre
todo, de la «utopía de sobrevivir». No creo de que
de tal cambio de fórmulas deba concluirse que con
ello Benedetti haya abandonado uno de los principios axiales
de su labor como escritor y como hombre: la coincidencia
entre destino individual y destino colectivo; no obstante,
sí considero que, de algún modo, los nuevos
planteamientos nos colocan ante la evidencia de que la derrota
ha dejado marcas, de que el optimismo y la esperanza llevan
también consigo las huellas de antiguos desengaños
y frustraciones. El resultado va a ser, pienso, una ubicación
diferente del poeta frente a la actualidad: la de un tránsito
por el tiempo histórico, todavía conflictivo
y problemático, que camina por dimensiones más
íntimas. Desde luego, en tal proyecto no quedan excluidas
las implicaciones que los nuevos desafíos proyectan
hacia el conjunto del panorama histórico-social, pero
sí tengo la impresión de que los últimos
libros poéticos de Benedetti surgen de una voz a la
que la soledad presta muchos de sus acentos; soledad que
será siempre «soledad comunicante», voz de un solitario
solidario que, aunque siempre aferrado al optimismo y la
esperanza, no deja de contemplar cómo el mundo sigue
en muchas de sus zonas dando la espalda a los valores que
debieran regirlo. En medio de esta lucha, y como ocurría
con la experiencia poética de su exilio, aparecen
nuevos retos ante los cuales el poeta debe, en determinado
momento, responder en solitario, retos que de nuevo atentan
contra su poética, al amenazarla con la separación
y la lejanía. Dos son los que, en mi opinión,
mejor reflejan este itinerario: la muerte y el olvido, temas
que ocupan una parte importante de la poesía más
reciente de Mario Benedetti.
Tras
el encuentro jubiloso con su país natal, Benedetti
se pone manos a la obra con el futuro e inmediatamente, ya
desde Preguntas al azar, su poesía detecta los primeros
vislumbres de la muerte: «exilio sin retorno» en el que el
rasero igualitario de su guadaña no evita el temor
ante la amenaza del no ser que será para siempre.
A la inversa que en el caso del exilio, es lo que no está
lo que intimida; por lo tanto es en el presente donde es
posible encontrar asideros: «el blando más allá
puede ser un bostezo / el arduo más acá la
picota de turno / no aspiro a los trofeos de ultratumba /
sino a dormir y antes que nada a despertarme» («Siempre una
sorpresa», II; p. 401). Aunque bien es cierto que tal situación
no deja de ofrecer complicados dilemas:
antes que el indecente
rasero igualitario
del no pensar
el no existir
no amar
no disfrutar
no padecer
¿no será
preferible
la sideral distancia
que separa
lo justo de
lo injusto?
«Preguntas al azar (4)» (II;
p. 469)
Convencido de que
la muerte no es su «noche predilecta», no por ello Benedetti
deja de asumir las complejidades y contradicciones que surgen
de su contemplación. Desde aquí y hasta su
último poemario, la muerte comienza a visitar con
cierta asiduidad sus versos; va ocupando mayores espacios
íntimos en una existencia cada vez más «yacente
y reflexiva». Pero ahora el conjuro resulta más sencillo,
aferrarse al presente, al aquí y al ahora supone poner
a la muerte en su lugar:
Este
trozo de vida es tan espléndido
tan animoso tan templado
que la muerte parece desde aquí
tan solo una cascada
remota y para otros
«Fragmento» (Yesterday
y mañana, 1988) (II; p. 187)
La
muerte queda sí abolida en unos versos que buscan
las presencias inmediatas que la realidad convoca, la poesía
de Benedetti vuelve así a encontrarse a sí
misma al encontrarse con el único tiempo que realmente
es: el presente.
Hoy tu tiempo
es real / nadie lo inventa
y aunque otros olviden tus festejos
las noches sin amor quedaron lejos
y lejos el pesar que
desalienta
tu edad de otras edades se alimenta
no
importa lo que digan los espejos
tus ojos todavía
no están lejos
y miran / sin mirar / más de
la cuenta
tu esperanza ya sabe tu tamaño
y por eso no habrá quien la destruya
ya no te sentirás
solo y extraño
vida tuya tendrás y
muerte tuya
ha pasado otro año / y otro año
le has ganado a tus sombras / aleluya
«Onomástico»
(Las soledades de Babel) (II; p. 122)
Si
la muerte, la propia claro está, dibuja un terreno
de soledad para todos, un camino que, como así lo
hace Benedetti, ha de recorrerse obligadamente sin compañía,
el tema del olvido en su poesía reciente nos ofrece
claves importantes acerca de su análisis e interpretación
de la actualidad. Frente al olvido, su voz se sitúa
en el centro exacto de un territorio que se proyecta por
igual hacia su intimidad y hacia el conjunto del paisaje
histórico. En gran número de sus versos y páginas
ensayísticas más recientes Benedetti ha ido
levantando la voz contra los peligros de la amnesia (que
puede llegar a convertirse en amnistía para los crímenes
del pasado) y contra los olvidadores profesionales (los apóstatas
de las antiguas quimeras y también aquellos que profetizan
el final de la historia con el fin de hacernos creer que
vivimos en el mejor de los mundos posibles). Convencido de
que «Sobra olvido», de que «el olvido es piadoso / y también
nauseabundo», Benedetti le confiesa a Juan Gelman que «el
mundo cambió pero no mi mano / ni aunque dios nos
olvide / olvidaremos» («Compañero de olvido»; Despistes
y franquezas, 1990; II; p. 167). Paradójicamente,
el olvido, al ser una invitación a «discurrir por
el antes como antes» (II; p. 171), dibuja un procedimiento
justo inverso al del recorrido poético por el exilio.
Si en éste la memoria y la palabra arrastraban la
consagración de la distancia y la fractura, ahora
ambas son los conjuros aptos para que lo que sucedió
una vez jamás suceda de nuevo, es decir, para, mediante
la presencia de la palabra, consagrar una distancia que ahora
resulta imprescindible:
pero no
quiero disolverme
y a mi pesar sentirme nadie
si ahora
creo en ese ayer
es sólo para despojarme
ayer de pobres emboscadas
ayer espeso como selva
aprendí
todo del ayer
para que el mismo ayer no vuelva
«Beatles
dixerunt» (Yesterday y mañana; II; p. 213)
El
recuerdo sirve así para tener presente el pasado y
evitar así que de nuevo se haga presente: «ocurre
que el pasado es siempre una morada / pero no existe olvido
capaz de demolerla», proclama Benedetti en su poema «Olvidadores»,
de su último libro: El olvido está lleno de
memoria249, cuyo título nos revela la significativa presencia
de este tema en su producción más reciente;
de ahí que, tal y como nos impele en otras líneas,
«aunque el pasado esté escondido y lejos / no tienes
más remedio que mirarlo» («Escondido y lejos», Astarté
y mañana; II; p. 222).
Del
mismo modo que en el caso del exilio y de la muerte, Benedetti
logra someter al olvido a los dictados de su poética:
una poética de la inmediatez y de la presencia («profeta
de la cercanía» se autodefinió en ciertos versos).
Más que en ningún otro desafío, la palabra,
como emisaria privilegiada de la memoria, anula los efectos
destructores de la amnesia y, haciéndose presente
ella misma, encuentra su lugar y su función en el
presente. El extenso inventario de quimeras y pánicos
que integra el conjunto de la lírica de Benedetti
parte en gran medida de este juego con las cercanías
y con las lejanías, con las presencias y las ausencias
de personas, cosas y lugares. Otorgada en su literatura a
la palabra la vocación congénita de nombrar
y no omitir e interesado en todo momento por «la realidad
monda y la palabra lironda», puesto que parte de la simple
e inalterable convicción de que el mundo existe, y
punto; su poesía, como el resto de su literatura,
revela siempre una urgencia por lograr y celebrar de inmediato
el encuentro con lo existente, asumiendo la carga de dolor
o alegría que ello conlleve. Las artes poéticas
que Benedetti nos ofrece en su producción más
reciente apuntan a un lenguaje que nunca pretende ensimismarse
en su propia ocurrencia. En «Suelta de palomas», de Preguntas
al azar, escribe Benedetti: «soltar una paloma / es siempre
algo difícil de imaginar / quizá exista una
sola / manera de lograrlo / soltar realmente / una paloma»
(II; p. 368); en idéntico sentido, en «Detrás
del humo», otro poema del mismo libro, Benedetti desarrolla
un pormenorizado recuento de todo lo que puede encontrarse
allí: comienza afirmando que «detrás del humo
estamos todos» para acabar señalando cómo «así
imperfecta / a trazos / con erratas borrones tachaduras /
así de exigua y frágil / así de impura
y torpe / incanjeable y hermosa / está la vida» (II;
pp. 344-345). En esta composición, los versos no discurren
despejando la cortina de humo que tapa los elementos de la
realidad sino que constatan desde la certeza la existencia
de todo aquello que el humo esconde. Del mismo modo, en sus
poemas el lenguaje no se detiene en la construcción
del lento tejido de la búsqueda; por el contrario,
se impone desde el comienzo la revelación de las certidumbres
de las que parte. Por eso su poesía, más que
inventar, inventaría: verbos ambos de idéntica
etimología pero que, si el primero de ellos nos remite
al acontecer del hallazgo, el segundo nos refiere la lista
o el recuento de lo hallado, y así la lectura de su
poesía nos conduce inevitablemente y ante todo hacia
los encuentros antes que hacia las exploraciones. Es esta
caracterización de su poesía la que, según
creo, ha llevado a sus defensores a destacar preferentemente
su valor ideológico y moral y a sus detractores a
resaltar la falta de valores estéticos de su escritura.
La vulgaridad, el prosaísmo y su dimensión
comprometida como rasgo empobrecedor han sido calificativos
demasiado frecuentes en estos últimos a la hora de
valorar una obra poética que, desde tal perspectiva,
ofrecería carencias en el plano de las modalidades
lingüísticas que despliega. No pretendo defender
en absoluto un replanteamiento de la poética de Mario
Benedetti que me lleve a destacar antes de cualquier otro
aspecto sus logros en el plano formal; lo que sí quisiera
resaltar es mi desacuerdo con tal juicio. En mi opinión,
la poesía de Mario Benedetti está llena de
recursos expresivos de muy variada índole (e incluso
hay estudios, como el de Mónica Mansour Tuya, mía,
de otros. La poesía coloquial de Mario Benedetti,
que así lo demuestran), lo que ocurre es que es muy
difícil, por no decir imposible, sustraerse en la
lectura de sus versos al contacto con una poética
que nos vence y nos convence antes de nada como propuesta
y aventura moral llena de sinceridad y coraje, y ello en
absoluto nos habla de las limitaciones de su verbo; por el
contrario, nos coloca ante una poética llevada, desde
los planteamientos de los que parte, a los límites
de su coherencia.
Escribe
Benedetti en «Otherness», de Las soledades de Babel: «Siempre
me aconsejaron que escribiera distinto / que no sintiera
emoción sino pathos / que mi cristal no fuera transparente
/ sino prolijamente esmerilado / y sobre todo que si hablaba
del mar / no nombrara la sal» (II; p. 25). Ante tales advertencias,
responde con ironía en los últimos versos:
«en consecuencia seguiré escribiendo / igual a mí
o sea / de un modo obvio irónico terrestre / rutinario
tristón desangelado / (por otros adjetivos se ruega
consultar / críticas de los últimos treinta
años) / y eso tal vez ocurra porque no sé ser
otro / que ese otro que soy para los otros» (II; p. 26).
Particularmente, pienso que ese modo de ser y de escribir
es uno de los más aptos para la hermosa labor que
alguna vez se asignó Mario Benedetti como hombre y
como poeta: la de «reclutador de prójimos».