Escena I
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TRISTÁN luego
GUERRA
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Ambos visten blusas de laboratorio.
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GUERRA.-
(Leyendo). «Cada una de
nosotros lleva en sí un fragmento del dolor universal, presente griego
que nos ha legado en herencia, la fatalidad que preside los destinos de los
seres humanos!»
(Marca el margen de la hoja con un
lápiz y cierra el libro). .
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TRISTÁN.-
(Presentándole una
lámina de cristal). Aquí está el venero del Cobra
Capelo.
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GUERRA.-
(Examinando la
lámina). ¡Ah! ¡El veneno del Cobra!, muy bien.
¿Lo has desecado en la estufa?
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TRISTÁN.-
Sí.
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GUERRA.-
¿A cuántos grados?
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TRISTÁN.-
67 grados centígrados.
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GUERRA.-
(Mirando). ¡Bien! Mira,
Tristán, qué peculiaridad. El veneno desecado del Cobra da
laminillas cristalizadas que parecen topacios. Sólo he encontrado el
mismo carácter en el veneno de la Pao Preto del río
Marañón.
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TRISTÁN.-
Pero la Pao Preto es una viborita.
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GUERRA.-
Claro; el cobra es grande, que tiene que ver. Toma el veneno
(Se lo da). y haz la
solución
infinitesimal para las inyecciones que me
voy a dar.
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TRISTÁN.-
¿Se va a dar?
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GUERRA.-
¡Claro! Pienso inmunizarme contra la picadura de las
víboras. ¿Acaso no la he logrado ya con una liebre? Pues lo mismo
he de conseguirlo conmigo mismo.
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TRISTÁN.-
(Tristemente). Si se pudiera
inmunizar uno contra el dolor que nos acecha eternamente.
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GUERRA.-
(Observándole).
¿Filósofo estás?
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TRISTÁN.-
El dolor nos hace filósofos.
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GUERRA.-
¿El dolor? ¿Tú sufres?
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—170→
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TRISTÁN.-
(Profundamente).
¡Mucho!
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GUERRA.-
(Meditabundo). ¡Ah!
¿El casamiento de mi hija?... ¿es la causa?
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TRISTÁN.-
(Signo afirmativo).
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GUERRA.-
¡Ah! ¿Creo que ustedes fueron novios de
niños?
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TRISTÁN.-
¡Eso es!
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GUERRA.-
¡Juegos de la infancia! ¿Y ahora que Blanca se
casa con otro te ha invadido el dolor?
(Burlón). ¡Oye
Tristán! Podremos inmunizar nuestro cuerpo contra todos los venenos
existentes, pero para el dolor sólo hay un antídoto: el ser
fuertes como yo. Tranquilízate. ¿Hay cloruro de oro?
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TRISTÁN.-
Sí.
(Guarda el veneno del cobra en el
estante).
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GUERRA.-
¿Lo suficiente para cuántas inyecciones?
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TRISTÁN.-
Para una o dos. Suero Calmette hay dos ampollas.
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GUERRA.-
Apunta en la lista de pedidos, no se te olvide el cloruro.
(Pausa). ¿Ha comido el
trigonocéfalo?
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TRISTÁN.-
No quiere, desde hace más de un mes.
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GUERRA.-
Habrá que hacerle ingerir un conejo a la fuerza
mañana sin falta. ¿Revisaste las jaulas? ¿Cierran
bien?
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TRISTÁN.-
Sí. ¡Ah! ¿Le doy de comer a las
sérpulas blancas?
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GUERRA.-
No. Quiero comprobar si son caníbales. ¡Hay
muchas ya!...
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TRISTÁN.-
La sección de las sérpulas está llena. Se
han procreado prodigiosamente. Pululan de a millares. ¡Si las
soltáramos, ahora que están hambrientas!
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GUERRA.-
Nos invadirían toda la casa y nos devorarían en
un instante como si fuéramos ratones.
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TRISTÁN.-
(Con fruición).
¡Qué hermosa muerte!
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GUERRA.-
(Estupefacto).
¿Cuál?
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TRISTÁN.-
¡La de ser sorbido lentamente por las sérpulas
blancas del Cambodge!...
(Gesto de supremo gozo).
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GUERRA.-
Vaya... Vaya... ¡Estás loco! ¿Qué
fecha es hoy?
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TRISTÁN.-
15 de agosto. El cumpleaños de su hija.
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GUERRA.-
¡Pero no acordarme! Es cierto. ¡Hoy es el
día del cumpleaños de Blanca!
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—171→
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TRISTÁN.-
¡Ah!
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GUERRA.-
Pobrecita. Me estará esperando en casa para la
comida... No llegaré a tiempo. El tren tarda una hora y cuarto en llegar
a Buenos Aires.
(Aterrado). ¿A que es
capaz de venirse a San Martín?
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TRISTÁN.-
(Sobresaltado). ¡Ella
aquí!
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GUERRA.-
Sí, es capaz de hacerlo, a pesar de mi
prohibición... ¡Un día como hoy! ¡Dónde tengo
la cabeza!
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TRISTÁN.-
Apúrese, si quiere llegar a tiempo a la comida.
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GUERRA.-
¡Realmente que mis distracciones de sabio pasan ya de la
medida! Hace seis días que no voy a Buenos Aires. Ese maldito suero que
no resulta eficaz, tiene la culpa.
(Pausa).
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TRISTÁN.-
Sin embargo debe estar satisfecho de sus trabajos. La
Academia de Ciencias de París le ha nombrado socio honorario por su
monografía acerca del veneno de las yararás...
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GUERRA.-
¡Oh!, lo que vale más para mí, es la
felicitación del doctor Calmette, el toxicólogo más grande
de los tiempos modernos.
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(Suena el timbre). |
(Va
TRISTÁN y vuelve con un cajoncito y una
carta)
|
GUERRA.-
(Abre la carta). Escucha,
Tristán, es del doctor Nilson.
(Lee lentamente).
«Mi querido doctor Guerra: De vuelta de
mi viaje por la India, he creído que el mejor obsequio que podía
traerle, es un hermoso ejemplar de hamadrías. Me ha costado infinitos
trabajos conservarlo vivo a pesar de las penurias propias de un viaje tan
largo. Pero felizmente he llegado bien y el regalo que le hago en iguales
buenas condiciones. Muy afectuosamente, etc. etc.»
(Hablando). ¡Un
hamadrías! La víbora más venenosa del mundo. No hay ser
que pueda seguir viviendo después de su picadura.
(Mirando el cajoncito).
Está viva. ¿Hay alguna jaula disponible, bien abrigada?
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TRISTÁN.-
¡Sí! La del Pitón Egipcio que murió
antiyer.
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GUERRA.-
¿Qué temperatura hay en el
invernáculo?
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—172→
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TRISTÁN.-
28 grados.
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GUERRA.-
Habrá que elevarla a 37 grados.
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(Se oyen voces en la escalera.
TRISTÁN lleva el cajoncito hacia la
izquierda mientras el doctor va a la puerta).
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Escena II
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Dichos.
BLANCA,
JULIO y
JOSEFA.
|
BLANCA.-
(Entrando).
¡Papá!, ¡Papá!
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GUERRA.-
¡Hija mía!
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BLANCA.-
¡Olvidarme en el día de mi cumpleaños!
¡Eso no tiene perdón de Dios!
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GUERRA.-
Es cierto. ¿Que tal, Julio?
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JULIO.-
¡Querido Doctor!
|
GUERRA.-
También la buena Josefa, ¡eh! ¿Cómo
ha consentido usted en ser de la partida?
|
JOSEFA.-
Yo no quería venir, sabiendo que usted tiene prohibida
la entrada, a todo el mundo en la quinta, pero Blanca se empeñó
en hacerlo, y hemos tenido que venir.
|
GUERRA.-
¡Han hecho mal! Esta casa está llena de
peligros.
|
BLANCA.-
(Mimosa). Bueno, hoy no quiero
sermones. Hemos venido y san se acabó. Tú te vistes en seguida y
nos vamos a la ciudad donde nos espera una buena comida.
(A
JOSEFA). Vete a recoger unas cerezas a
la quinta; hoy quiero comer muchas cerezas. ¡Tenía tantos deseos
de visitar la casita donde nací! Desde que te has dedicado a estos
estudios ya no me permites venir...
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GUERRA.-
Y con mucha razón, hija mía. ¡Que sea
esta la primera y última vez que suceda!
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—173→
|
TRISTÁN.-
Muy bien, Señorita Blanca.
(GUERRA y
JULIO se apartan conversando).
|
BLANCA.-
(Burlándose).
Señorita, Señorita... dime Blanquita. ¿Te acuerdas, cuando
jugábamos a los novios?
|
TRISTÁN.-
(Dolorosamente). ¡Cuando
jugábamos a los novios!
|
BLANCA.-
(Seria). Cuando se es
niño, se hacen tantas tonterías. Felizmente de todas esas locuras
no queda ya nada...
|
TRISTÁN.-
¡Felizmente no queda ya nada!...
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BLANCA.-
(Apartándose hacia
GUERRA). Dime Papá:
¿Están los baúles en la pieza del fondo?
|
GUERRA.-
Sí.
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BLANCA.-
Figúrate que a Julio se le ha ocurrido que le regale mi
retrato de primera comunión, y me acordé que tenía
uno.
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TRISTÁN.-
(En voz baja). El retrato.
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BLANCA.-
(Oyéndolo). ¿No
está ya?...
|
TRISTÁN.-
Sí... No... creo que sí... los otros días
estuve buscando unos apuntes del doctor y creo haberlo visto.
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BLANCA.-
¿Dónde Tristán?
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TRISTÁN.-
(Resueltamente). En el
canasto... de la izquierda, entrando...
|
BLANCA.-
¿Está abierta la pieza?...
|
TRISTÁN.-
No. Voy a traerle la llave...
|
(Vase por la derecha llevándose la
mano al lado del corazón).
|
BLANCA.-
(Observándolo). Que raro
está...
|
GUERRA.-
Siempre ha sido maniático. Desde que era niño y
lo recogí en mi casa, ha sido de naturaleza sombría. Bueno, voy a
mudarme de ropa y vuelvo. No se les vaya a ocurrir entrar en el
invernáculo. ¡Está lleno de víboras!
(Vase por la izquierda).
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Escena III
|
BLANCA y
JULIO
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BLANCA.-
(Tomándolo del brazo va con
él hacia la vidriera y tras breve pausa después de mirar hacia
adentro). ¡Me da miedo!
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JULIO.-
¿De qué te asustas, Blanquita?
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—174→
|
BLANCA.-
No, estoy tranquila. Cuántas víboras encerradas
en sus jaulas, durmiendo perezosamente. ¡Mira! Mira aquel enjambre de
viboritas blancas ¡qué horribles!... ¿Habrá un
millón?
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JULIO.-
No tanto...
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BLANCA.-
¡Cómo saltan!
|
JULIO.-
(Apartándola).
¡Hablemos de otra cosa!
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BLANCA.-
¿De qué quieres que hablemos?...
|
JULIO.-
De nuestro amor, de nuestra felicidad futura.
|
BLANCA.-
¡Oh!, ¡mi Julio querido! ¿Dónde
pasaremos nuestra luna de miel?
|
JULIO.-
Donde tú quieras... Un viaje...
|
BLANCA.-
No, seamos egoístas... Iremos a un paraje solitario,
donde no haya importunos, donde la felicidad más completa nos rodee...
Dime Julio: ¿Acaso no somos acreedores a la felicidad?
Jóvenes...
|
JULIO.-
(Burlón).
¡Lindos!
|
BLANCA.-
¡No te burles! ¡Así no quiero!
|
JULIO.-
¡Amándonos sobre todas las cosas!
|
BLANCA.-
¿Verdad, que nada hay más fuerte que el amor,
Julio?
|
JULIO.-
¡Creo que nada hay tan fuerte como el amor!
(Va a besarla en la
frente).
|
GUERRA.-
(Desde adentro). Muchachos,
vengan que les voy a mostrar una cosa muy rara; ¡el veneno del cobra! Van
a creer que son topacios!
(JULIO y
BLANCA van a ver y ya cerca de la puerta entra
TRISTÁN) .
|
BLANCA.-
(Deteniéndose). No, yo
no quiero ver eso. Ve tú.
|
JULIO.-
¡Ya vuelvo!
(Vase).
|
Escena IV
|
BLANCA y
TRISTÁN
|
TRISTÁN.-
Señorita Blanca, aquí está la llave.
|
BLANCA.-
(Indiferente). ¡Ah!, la
llave.
(Va a tomarla y queda perpleja al notar
su aspecto).
|
TRISTÁN.-
(En voz baja). Oígame
usted, Blanca, unas pocas palabras tan solo...
|
BLANCA.-
Pero...
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—175→
|
TRISTÁN.-
(Sombrío). Ya sé
que usted no querrá oírme pero... tiene que oírme.
|
BLANCA.-
(Asustada). Habla,
Tristán.
|
TRISTÁN.-
¿Usted se va a casar?
|
BLANCA.-
Creo que lo has oído bien claro...
|
TRISTÁN.-
¿Y no meditó usted un solo instante en un
compromiso contraído anteriormente?
|
BLANCA.-
¡Un compromiso!
|
TRISTÁN.-
¡Un compromiso conmigo!...
|
BLANCA.-
(Ingenuamente). ¡Cosas de
chicos!...
|
TRISTÁN.-
(Conteniéndose). No,
Blanca. Cuando jugábamos a los novios, como usted dice, ya éramos
un poco grandes...
|
BLANCA.-
No. Tristán, mientras fui niña, creí que
tú eras el único ser capaz de labrar mi felicidad; pero
después que me llevaron a la ciudad y me separé de ti, me di
cuenta que te tenía un afecto fraternal, nada más, y que mi
corazón, ¡era libre de amar... como le diera la gana!
|
TRISTÁN.-
¿De modo que se va a casar con Julio?
|
BLANCA.-
Claro que sí.
|
TRISTÁN.-
Y a mí, el pobre recogido, el pobre huérfano,
sin madre en el mundo, ¡la limosna de un poco de afecto fraternal!
|
BLANCA.-
No pretenderás que te ame a la fuerza...
|
TRISTÁN.-
Si yo fuera un civilizado, quizá diría que
tiene usted razón, pero como soy un salvaje de alma -siempre he sido
salvaje-, desde el fondo de mi ser, con toda mi sangre bastarda e ignoble, si
usted quiere, protesto con una voz que quisiera hacer llegar al infinito, del
robo que me hacen...
|
BLANCA.-
(Compadecida). Tristán
yo te quiero...
|
TRISTÁN.-
(Sin oírla). Tú,
Blanca, mi única esperanza, te vas sonriente, dejándome a
mí, al pobre huérfano, en medio de las más insensibles
fieras de la creación. Al ver tu indiferencia, he aprendido a quererlas;
hay más he aprendido de ellas, el ser artero, el ser malo, con
—176→
disimulo, ocultando el veneno, en el fondo de mi alma... Soy un
impuro, Blanca.
(Pausa). Tú,
quizá me hubieras salvado.
(Pausa). Cada uno a su
destino...
(Pausa grande). Yo a mis
víboras, ¡tú a la felicidad eterna!
(Se calma). ¡Adiós
Blanca, hasta que algún día nos encontremos en la eternidad!
(Pausa). ¡Tome usted la
llave!
|
BLANCA.-
(Tomándola). Nada de
rencores...
|
TRISTÁN.-
¡Nada!
|
BLANCA.-
¿En el canasto de la izquierda?
|
TRISTÁN-
(Lúgubremente). En el
primer canasto de la izquierda.
(Vase
BLANCA y
TRISTÁN la sigue con la vista.
Después de un momento entran
GUERRA y
JULIO.
TRISTÁN inquieto escucha)
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Escena V
|
Dr. GUERRA,
TRISTÁN y
JULIO
|
JULIO.-
Dígame, doctor, ¿qué son esas
víboras blancas que pululan en un rincón del
invernáculo?
|
GUERRA.-
¡Ah!, son las sérpulas del Cambodge.
|
JULIO.-
¿Muy venenosas?
|
GUERRA.-
Al contrario, inofensivas.
|
JULIO.-
¿Peligrosas?
|
GUERRA.-
Peligrosas por el número.
(Mirando). Están
agitadas. Hace tres meses que no comen.
|
JULIO.-
¿Y con qué objeto no las alimenta?
|
GUERRA.-
Quiero comprobar si son caníbales, pero creo que
no.
|
JULIO.-
¿Y desde que las tiene no comen?
|
GUERRA.-
Sí. De cuando en cuando les echo una media res... la
devoran ávidamente en menos de lo que tardo en contarla, dejando
sólo los huesos desnudos...
|
JULIO.-
¿Y aquella serpiente grande que duerme en la jaula de
la derecha?
|
GUERRA.-
Es un
crótalo... la otra vez se
tragó entera una frazada de lana y la devolvió hecha una
papilla...
|
JULIO.-
¿Usted no les teme a las víboras?
|
GUERRA.-
No; se me han hecho familiares, y luego estoy inmunizado
contra el veneno como las águilas, y contra el
—177→
dolor como
los filósofos.
(A
TRISTÁN). ¡Ah! ¿Y el
hamadrías?...
|
TRISTÁN.-
(Como saliendo de un
sueño). ¿El hamadrías?
|
GUERRA.-
Sí. ¿El hamadrías?
|
TRISTÁN.-
Estará en su cajoncito.
|
GUERRA-
(A
JULIO). ¿Quieres conocer la
víbora más venenosa de la tierra?
|
JULIO.-
Bueno. Siempre que no haya peligro.
|
GUERRA.-
(A
TRISTÁN). Trae el cajoncito.
|
TRISTÁN.-
(Va hacia la pieza). ¡Ah,
sí!...
|
GUERRA.-
A este muchacho le pasa algo.
|
JULIO.-
¿Y no habrá peligro en ver la víbora?
|
GUERRA.-
No. Tomaremos precauciones; luego la caja de madera tiene
otra interna de alambre.
(Trae
TRISTÁN la caja).
|
GUERRA.-
(Poniéndose unos
guantes). Con estos guantes.
(A
TRISTÁN). Prepara por las dudas
una inyección de cloruro de oro.
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(TRISTÁN hace que
prepara).
|
JULIO.-
¿El cloruro de oro?
|
GUERRA.-
Sí. Una o varias inyecciones oportunamente dadas
bastan para evitar los efectos del veneno más terrible.
|
JULIO.-
Es una suerte contar con ese contraveneno...
|
GUERRA.-
También tenemos el suero Calmette.
(Tomando el cajoncito).
¡Caramba, pesa poco!
(Destornilla las tablas y lanza un
grito). ¿Pero es posible? ¡El hamadrías no
está! Se ha escapado... Tristán ¿cómo es eso?
(Fuera de sí). ¿Y
Blanca?
|
TRISTÁN.-
No sé nada... Blanca estará en la quinta.
|
GUERRA.-
Hay que salvar a Blanca. ¡Corramos!
(Desesperado).
(Se oye un grito estridente y entra
BLANCA pálida,
cayéndose).
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Escena VI
|
Dichos,
BLANCA, luego
JOSEFA
|
BLANCA.-
¡Ay!, me muero... ¡me muero!... me ha mordido
aquí.
(Muestra la mano).
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(TRISTÁN abre la puerta
del foro y desaparece lúgubremente).
|
GUERRA.-
¡La inyección!
(Toma la jeringa preparada y le da una
inyección en el brazo derecho).
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—178→
|
JULIO.-
¿Cómo fue?
|
BLANCA.-
(Desfallecida). Revolvía
el cesto, y sentí una cosa fría... después...
después...
|
GUERRA.-
(Tomándole el pulso). Se
muere... se muere... alcance el frasquito que dice «Cloruro de
oro».
|
JULIO.-
(Tomándolo).
¡Maldición, no hay más!
|
GUERRA.-
¿El suero Calmette, entonces?...
|
JULIO.-
¡Tampoco hay! Las ampollas están
vacías.
|
GUERRA.-
(Soltando el brazo).
¡Todo sería inútil! ¡Ha muerto ya!
|
(Lanza un sollozo). |
JULIO.-
(Sollozando). ¡Mi
Blanca!
|
GUERRA.-
(Queda un instante indeciso entre
sombrío y sollozando, preocupado; luego toma la jeringa
hipodérmica y prueba una gota de su contenido). ¡Esto no
es cloruro de oro! ¡Es agua pura!
(Fuera de sí).
¿Por qué ahora no había ampollas de suero y hoy sí?
¡Dios mío! ¡Entonces hay un criminal, hay un asesino! Hay
alguien que ha colocado intencionalmente el hamadrías en...
(Como un rayo de luz).
¿Y Tristán? ¡Él!
|
JULIO.-
¿Tristán?
|
GUERRA.-
¡Sí, él!
(Con voz estentórea).
¡Tristán! ¡Tristán! ¡No contesta, habrá
huido! Hay que agarrarlo... ¡asesino!...
(Buscándolo).
¿Dónde? ¿Dónde está?
|
JULIO.-
(Se detiene junto a la vidriera
horrorizado). ¡Qué horror! Ha abierto todas las jaulas.
Las sérpulas blancas se lo están devorando. ¡Está
blanco, blanco!
|
GUERRA.-
(Mira fríamente, y vuelve a su
hija quedando en silencio contemplándola.
JULIO cae de rodillas detrás de
BLANCA).
|
JOSEFA.-
(Entra alegremente).
Niña, las cerezas. ¡Aquí están las cerezas!
¡Niña, niña las cerezas!
(Al notar que está muerta
arranca un sollozo y deja caer las cerezas desgranándolas sobre la falda
de
BLANCA).
|
GUERRA.-
¡Y yo que creía estar inmunizado contra el dolor!
¡Pobre, pobres seres humanos!
(En un inmenso sollozo).
¡Hija mía!
|