
La expresión de buenos deseos hacia nuestro prójimo: ¿un acto de habla cortés automático?
Domnita Dumitrescu
(California State University, Estados Unidos)
Este trabajo
analiza un acto de habla que los hispanohablantes formulan
frecuentemente en su interacción con otros interlocutores,
muchas veces sin siquiera darse cuenta de ello, como una especie de
automatismo verbal provocado por la situación o el contexto
en que sucede la conversación. Se trata de lo que en
inglés se describe con el verbo realizativo
«to wish», al que le
corresponde en español «desearle algo a alguien»
o «hacer votos (por algo). Este acto lingüístico
se puede describir como un enunciado que el locutor dirige a su
interlocutor para expresar su deseo de que un estado de cosas
positivo se realice para este ultimo. Su formulación se
puede llevar a cabo a través de verbos realizativos
explícitos o implícitos (ej. ¡Te deseo mucha suerte!
¡Que tengas un buen fin de semana!) o mediante
fórmulas fijas, especialmente de tipo nominal
(¡Salud! ¡Buen viaje!,
¡Feliz cumpleaños!). En muchos casos, el
deseo forma un par adyacente con la reacción al mismo, que,
dependiendo de la situación y del contexto cultural en que
se produce el intercambio puede consistir en un agradecimiento (ej.
¡Buena suerte! / Gracias) o en una
devolución, muchas veces simétrica (ej.
¡Que descanses! / Tú también, o:
¡Feliz Navidad! / ¡Feliz Navidad!). Su
contenido proposicional se refiere al futuro bienestar del oyente
(y de su familia, implícitamente) y su propósito
ilocutivo parece estar relacionado con algún tipo de
superstición, aun cuando haya perdido totalmente sus
connotaciones religiosas (como en el caso de
¡Ojalá!). El deseo es un acto de habla
intrínsecamente cortés (que refuerza la imagen
positiva del interlocutor) y al mismo tiempo, un fuerte marcador de
solidaridad entre los miembros de las comunidades que comparten un
sistema de valores culturales. Los datos del español
confirman la clasificación (propuesta por Katsiki (2001) en
su análisis comparativo del francés y del griego) de
los deseos en dos grandes subcategorías: «deseos interaccionales»
(opcionales, de
formulación relativamente flexible, y que realzan sobre lodo
la imagen de autonomía de los interlocutores) y «deseos situacionales»
(intercambios
rituales obligatorios entre los miembros de una cultura, en
situaciones sociales dadas, que realzan sobre todo, su imagen de
afiliación). Además, como en griego, el
español parece usar con relativa frecuencia, especialmente
en el ambiente rural, los deseos «metadiscursivos»
, muchas veces con
connotaciones religiosas transparentes.
La multitud de
refranes que existen en castellano acerca de la cortesía
-tanto verbal como no verbal- sugiere el importante papel que
desempeña este concepto en la interacción de las
comunidades hispanas. He aquí un breve botón de
muestra: Buen porte y buenos modales abren
puertas principales (variante: Cortesía y bien
hablar cien puertas nos abrirán); Más moscas
se cogen con miel que con hiel; Más puede el
sombrero que el dinero; Cortesía de sombrero hace
amistades y no cuesta dinero; Las buenas palabras nada
cuestan; Cortesía de boca, mucho vale y poco
cuesta, etc.
(Sevilla
Muñoz, 2000).
La conocida monografía de Werner Beinhauer ([1929] 1985) sobre el español coloquial es, si no el primero, seguramente uno de los primeros trabajos lingüísticos prepragmáticos que dedica un denso capítulo a la «cortesía de boca» (o sea verbal) en la lengua española1. Pero es sobre todo en el último cuarto del siglo pasado, después de la publicación del trabajo pionero de Brown y Levinson ([1987] 1987), que este tema ha empezado a hacer correr ríos de tinta, encauzados principalmente hacia el estudio de las complejas relaciones entre los actos de habla y la cortesía en varios idiomas del mundo, incluyendo, desde luego, el español2.
Como señala
Haverkate (1994), los actos de habla -o de discurso, como prefiere
llamar ahora este autor a los «actos de
habla incrustados en una situación comunicativa
concreta»
(Haverkate, 2003)- se pueden clasificar en
actos corteses (cuya finalidad intrínseca es beneficiar al
interlocutor) y en actos no corteses (cuya realización no
redunda en beneficio del interlocutor). Estos últimos se
pueden subdividir, a su vez, en no descorteses (o sea, neutros en
lo que respecta a la expresión intrínseca de
cortesía) y descorteses (que denotan un estado
psicológico negativo del hablante con respecto al oyente).
Representantes prototípicos (y privilegiados por la
investigación pragmalingüística) de los primeros
serían los cumplidos; de los segundos, los pedidos; y de los
terceros, los insultos, representables, esquemáticamente,
como [+ cortés - descortés), [- cortés -
descortés] y [- cortés + descortés],
respectivamente.
El tema de este trabajo es un acto de habla intrínsecamente cortés que apenas ha sido estudiado hasta ahora, y ciertamente no en español: se trata del acto lingüístico de «desear(le algo a alguien)» o de «hacer votos (por algo)»3, cuyos equivalentes en otras lenguas son los verbos realizativos explícitos «to wish», en inglés; «Wünschen» en alemán; «souhaiter» en francés; «augurare» en italiano y «a ura» en rumano.
En su diccionario
de los verbos realizativos del inglés, Wierzbicka (1987)
incluye «to
wish» bajo dos acepciones diferentes, como acto
mental y como acto de habla (completamente separado, sin embargo,
de «to make a
wish» -esp.
«pedir un deseo»- que cumple una función
diferente)4.
Por su parte, Stavroula Katsiki (2000, 2001), al comparar la
expresión de los deseos en francés y en griego,
define este acto de habla como un enunciado producido por un
locutor (L1)
y dirigido a su interlocutor (L2), mediante el cual
L1 expresa
su deseo de que en el futuro de este último se produzca un
estado de cosas positivo (aunque, como mostraré más
adelante, esta definición se puede ampliar,
haciéndose extensiva al hablante y/o a terceras personas
estrechamente relacionadas con el interlocutor). Según
Katsiki, hay una forma de superstición implícita,
muchas veces inconsciente, que subyace a la formulación del
deseo, cuya meta ilocutiva última parece ser, como
diría Searle, «hacer que el mundo
se parezca a las palabras»
(motivo por el cual,
agregaría yo, algunas personas religiosas invocan
explícitamente la ayuda o colaboración de Dios al
respecto). Además, el deseo cumple una clara función
relacional, representando (al igual que los cumplidos), una especie
de «regalo verbal» que valoriza la imagen positiva del
interlocutor, con quien el hablante trata obviamente de
«quedar bien». Finalmente, el deseo constituye un
poderoso marcador ritual de solidaridad entre los miembros de un
grupo social, quienes, al emplearlo, reafirman su pertenencia a la
misma comunidad discursiva y su adhesión al mismo sistema de
valores éticos y de códigos de conducta.
Como todo acto de habla, el deseo debe realizarse cumpliendo con ciertas condiciones de adecuación, que se pueden formular de la siguiente manera (véanse Wierzbicka, 1987 y Katsiki, 2001). La condición preliminar supone que el estado de cosas indicado por el contenido preposicional del deseo sea realizable, pero que no se haya realizado (o al menos no se haya realizado en forma definitiva) en el momento de la enunciación. La condición de sinceridad requiere que el hablante debe, incluso al acudir a fórmulas rituales fijas, esforzarse por crear la impresión de que está siendo sincero, al usar, por ejemplo, entonaciones convincentes o expresiones de refuerzo con el verbo realizativo desear, como «sinceramente», «con toda el alma», «de todo corazón», etc. La condición de apropiación contextual implica adecuación al contexto situacional y al contexto del oyente, lo que significa que el deseo debe formularse en el momento y/o las circunstancias apropiadas5 y que debe ser pertinente para el destinatario (o sea, inscribirse en su sistema de valores, aludir a una característica particularmente importante para los interlocutores, etc.). Asimismo, la condición de temporalidad requiere que el deseo se formule antes (y no después6) de cumplirse el plazo al que alude su contenido preposicional, pero no demasiado temprano tampoco; de ahí la necesidad de tomar «precauciones lingüísticas» especiales en el caso de los deseos retrasados (como en las tarjetas impresas en inglés con la fórmula Happy belated birthday!) o anticipados (por ejemplo, Buen viaje, si no te vuelvo a ver antes de que salgas). Por último, la posición dentro de la interacción es un requisito importante para el éxito del acto de habla de que nos ocupamos, ya que la gran mayoría de los deseos ocurren dentro de las dos secuencias rituales más altamente estructuradas de la interacción: el inicio o la clausura (o preclausura) de la interacción; los deseos que ocurren, de forma bastante infrecuente, en medio de la interacción dependen exclusivamente del desarrollo, verbal o de otro tipo, de la misma (por ejemplo, cuando uno estornuda, menciona a un difunto, levanta la copa para brindar, etc.).
En cuanto a la
tipología de los deseos, Katsiki (2001) distingue dos
grandes categorías que existen, si bien con frecuencias y
formas de realización distintas, tanto en francés
como en griego: deseos «situacionales»
(«voeux
situationnels»
) y deseos «interaccionales»
(«voeux
interactionnels»
) -según
estén provocados, principalmente, por la situación
(contexto extra-lingüístico) o por la
interacción (contexto conversacional, o sea
lingüístico)-. Además, dentro del griego, esta
autora identifica un tercer tipo de deseos, los «deseos metadiscursivos»
, que expresan
la actitud emocional del hablante con respecto a su propio discurso
(o al del interlocutor), y cuyo propósito parece ser, en
última instancia, el de alejar el mal y atraer el bien en
conexión con el contenido preposicional del enunciado
inmediatamente precedente. Volveré sobre este tema
más adelante, para mostrar que se puede hablar de un tipo
parecido de deseos también en español.
Por último,
es importante señalar que el deseo, como acto de discurso
cortés en el sentido antes mencionado, se realiza
típicamente en forma diádica, ya que provoca una
reacción verbal, con la que forma, en términos del
análisis de la conversación, un típico
«par adyacente». La «respuesta esperada» en
español (o francés) es, por lo común, el
agradecimiento7,
acompañado, si viene al caso, por una devolución
simétrica. Por ejemplo, a ¡Feliz Navidad!, se
espera una respuesta idéntica, mientras que a
¡Feliz cumpleaños!, se contesta con un
agradecimiento; asimismo, a ¡Feliz fin de semana! se
espera un respuesta como Igualmente (precedido muchas
veces de Gracias), o similar, mientras que a
¡Buena suerte! -deseo dirigido a alguien que se
prepara a emprender una acción difícil, no se
contesta de la misma manera, sino que simplemente se agradece el
buen deseo-. Como comenta uno de mis informantes mexicanos,
«en cualquier situación en que la
gente educada exprese sus buenos deseos, siempre se contesta con
una gran variedad de gracias»
. El siguiente ejemplo de la
literatura española, citado por Steel (1985: 303), ilustra
el mismo punto: -¡Que tengan mucha
suerte esta tarde!- les grité-. Se agradece,
morena...
(Ángel María de Lera).
En este
artículo, voy a abordar el estudio de los deseos en
español. Mis datos proceden principalmente de cuestionarios
de hábitos sociales8
(seguidos, en ciertos casos, por entrevistas aclaratorias). Los
cuestionarios (un total de 80) han sido distribuidos a 34 hombres y
46 mujeres entre 19 y 54 años de edad, estudiantes y
profesores de lengua y literatura españolas, procedentes de
Argentina, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala,
México, Nicaragua y Perú -todos residentes del
área de Los Ángeles (EE. UU.) en la actualidad-. Por lo
tanto, se trata de un grupo de informantes cultos que
podríamos designar con el término global de
hispano-estadounidenses. Las respuestas a las preguntas del
cuestionario forman un corpus bastante homogéneo de frases
usadas por ellos en una variedad de situaciones, como, por ejemplo:
la despedida para el fin de semana, antes de un viaje, o antes de
ir a dormir; el regreso de un viaje o de una ausencia prolongada;
la despedida de una persona enferma, de una persona que sale a
divertirse, o que va a presentarse a un examen o una entrevista;
las fórmulas usuales antes y después de comer, para
brindar, o para felicitar a los novios; también, las
típicas con motivo de la Navidad, el Año Nuevo, las
Pascuas, el cumpleaños y/o el santo de uno; y las que se
usan cuando alguien estornuda, o menciona el nombre de un difunto.
Varios de los informantes me han hecho comentarios finales, que
citaré más adelante, cuando sea oportuno. Pero los
siguientes, hechos por dos estudiantes mexicoamericanos, me parece
que expresan perfectamente la conciencia lingüística de
la mayoría de estos informantes con respecto a su idioma y a
sus costumbres: «He vivido en
México la mitad de mi vida y la otra mitad en Los
Ángeles. Algunas respuestas que he escrito en las preguntas
son en realidad lo que la gente dice. Le parecerá que no
tienen sentido, puesto que debe uno convivir con ellos para saber
lo que quieren decir»
. El otro estudiante escribe:
«Después de observar y analizar
estas preguntas, me he dado cuenta de que, en general, en mi
cultura se trata uno con respeto y cortesía. Pero si alguien
te enfada, el respeto desaparece»
(sic!).
Además de
los cuestionarios, he recurrido a la observación de
interacciones entre hablantes nativos de español, ocurridas
en España, México y Estados Unidos, en los que he
participado directa o indirectamente en los últimos cinco
años; también he usado, si bien en pocos casos,
diálogos de obras literarias y otras fuentes
eclécticas9.
Este método de recogida de datos me ha permitido, por
supuesto, destacar en primer lugar las semejanzas en el
comportamiento de los hispanohablantes al formular este acto de
discurso, y menos las diferencias culturales que seguramente no
dejarán de darse entre una comunidad concreta y otra. Sin
embargo, por tratarse de una primera aproximación al tema,
he considerado que no carece de interés identificar primero
las características pragmalingüísticas comunes
más sobresalientes del acto de habla de formular deseos en
la lengua española en general, y dejar para estudios
ulteriores el enfoque de este tema desde una perspectiva
interlingüística y/o intercultural específicas.
Y ello porque, como con razón se ha afirmado, «hablantes de español de diferentes zonas
geográficas pertenecerían, al mismo tiempo, a un
mismo sistema sociocultural y a diferentes subsistemas
socioculturales ordenados en relación al primero»
(Bravo, 2003: 103).
Los deseos situacionales son fórmulas lingüísticas fijas10 que una lengua -en nuestro caso, el español- pone a la disposición de sus usuarios para que éstos las empleen en situaciones sociales específicas. Estas situaciones -que a menudo conllevan una alta carga emocional, y crean la expectativa de un comportamiento verbal adecuado por parte de los miembros de una misma comunidad sociocultural- incluyen, principalmente, fiestas y celebraciones colectivas o individuales, pero también otros eventos, públicos o privados, que ocasionan alegría o, al contrario, angustia y sufrimiento (esta caracterización se inspira en la de Tannen y Öztek, 1981, quienes clasifican las fórmulas de cortesía en griego y en turco según su empleo para eventos felices o para eventos que provocan angustia o dolor)11.
Entre las fiestas comunitarias más importantes para las cuales existen fórmulas rituales de deseo en el mundo hispano están la Navidad, el Año Nuevo y, en una medida bastante menor, las Pascuas Floridas (la Semana Santa) y/o las Pascuas de Pentecostés. También, varios de mis informantes mencionaron el Día de Reyes, el Día Guadalupano, y algunos de los que llevaban más tiempo de residencia en los Estados Unidos enumeraron las fiestas típicas de ese país, como el Día de Acción de Gracia (Thanksgiving), el Día de las Madres (también, del Padre e incluso de los Abuelos), o el Día de los Enamorados (San Valentín), que los hispanos estadounidenses acostumbran celebrar con gran frecuencia. En todos los casos, las fórmulas empleadas son bastante estereotipadas en lo que concierne tanto a su estructura sintáctica como su contenido léxico-semántico.
La estructura
sintáctica predominante es una frase nominal en que figura
un sustantivo (a menudo en forma de plural) precedido casi siempre
del adjetivo «feliz» o del cuantificador
«mucho». Entre mis datos aparecen con alta frecuencia:
¡Feliz Navidad! o ¡Felices
Navidades!, y también ¡Feliz Nochebuena!
y ¡Felices Pascuas! (en Navidad); Feliz (o
Próspero/Venturoso) año nuevo, Felices
Fiestas, Muchas Felicidades (con motivo del
Año Nuevo); Feliz Pascua (al final de la Semana
Santa); o, según el caso, Feliz día de
Reyes, Feliz día de San Valentín,
Feliz Día de Acción de Gracias, Feliz
Día Guadalupano, etc. La otra fórmula
sintáctica, quizás menos frecuente en este caso
(aunque predominante entre los votos interaccionales, como voy a
mostrar más adelante) es una oración desiderativa o
imperativa indirecta, del tipo: Que tengas un próspero
año nuevo, Que pases una bonita Navidad,
Que Jesús te traiga muchas cosas buenas, Que
todos tus deseos se cumplan, etc. He aquí
también el comentario que hace al respecto un informante en
el Corpus de conversaciones coloquiales recogidas en
Valencia: «llegan las fiestas y dices que
el año que viene te traiga muchas cosas buenas, que pases
unas felices fiestas, o sea que...»
(Briz y grupo
Val.Es.Co., 2002: 357).
Estructuras sintácticas muy similares se dan también en el caso de las fiestas y celebraciones individuales, como, por ejemplo, el cumpleaños y el onomástico12 de una persona, la boda, el bautismo, el aniversario de un matrimonio, las quinceañeras (en México), etc. Feliz cumpleaños, Feliz Día (de tu santo), Feliz santo, Feliz aniversario, o simplemente Felicidades (en tu día) son algunas fórmulas que ilustran el patrón nominal ya señalado. Por otra parte, Que tengas un feliz día de tu santo13, Que todos tus deseos se cumplan, Que cumplas muchos años más, Que tu matrimonio dure para siempre14, etc., son algunas fórmulas que ilustran el patrón verbal.
Los deseos situacionales arriba mencionados suelen ocurrir en la secuencia de apertura de la interacción, sustituyéndose a los saludos habituales, o inmediatamente después de éstos, pero no antes: sería aceptable, al llegar a casa de una persona que celebra su cumpleaños, decir: Buenas noches, Feliz cumpleaños (aunque lo más habitual, según mi propia experiencia con hispanohablantes, sería expresar el deseo en lugar del saludo), pero sonaría raro decir: Feliz cumpleaños, Buenas noches. Es posible, por supuesto, reiterar un deseo situacional en el curso de la interacción (especialmente como brindis) o al final de la misma, a guisa de despedida, pero lo importante es que la primera vez hay que formularlo al principio de la interacción (y que si a uno se le olvida momentáneamente esta obligación social, es habitual disculparse por el retraso, diciendo, por ejemplo: Ay, perdón, se me olvidó decirte «feliz cumpleaños», o Disculpa, ni me dio tiempo felicitarte, etc.).
Es interesante
comentar, al respecto, la relación que existe entre el deseo
y el saludo, un acto de habla con el que el deseo está
estrechamente emparentado en su origen. Efectivamente, según
Kerbrat-Orecchioni (2001), varios saludos derivan
etimológicamente de la expresión de buenos deseos,
por ejemplo, «saludar» y sus equivalentes en otras
lenguas románicas como el francés o el rumano,
proviene de «desearle salud a uno» en latín; y
la despedida inglesa Good-bye es una alteración de la
fórmula antigua God Be with You, cuyo equivalente en
español «que Dios te acompañe» (o en
rumano: Dumnezeu cu
tine) todavía se usan como despedidas entre personas
creyentes, probablemente más en el ambiente rural que
urbano. De ahí que Areiza Londoño y García
Valencia afirmen que «en términos
del acto de habla saludar se podría entender como desearle
cortés y sinceramente al otro que se encuentre
bien»
(2003: 79)15.
Sin embargo, es de observar que en la actualidad, el saludo, a
pesar de su parentesco genético con el deseo, ha perdido la
fuerza ilocutiva de este último y se usa simplemente como
señal de reconocimiento entre los interlocutores,
razón por la cual, en el modelo de la cortesía
propuesto por Kerbrat-Orecchioni (2000, 2001), se clasifica como un
FFA (face flattering
act), o sea, como un acto de habla con una carga de
cortesía más alta. Esta carga de cortesía
más alta los acerca a otro tipo de «regalos
verbales», los cumplidos, que, al igual que éstos, no
sólo se pueden, sino que incluso -como he mencionado en la
sección anterior- se deben agradecer. Los saludos, en
cambio, aunque son también actos de habla corteses, no son
FFAs, y por esta razón no se pueden agradecer, sino
solamente devolver. Compárese: Buenas noches/Buenas
noches (saludo) con Que tengas (una) buena noche /
Gracias, igualmente (deseo); o Buen día / Buen
día (saludo argentino) con Que tengas un buen
día / Gracias, también vos (deseo). Es de notar,
además, que el deseo siempre les sigue por tratarse, por lo
visto, de un crescendo de cortesía cuyo orden no se
puede invertir. Y finalmente mencionemos también que otra
diferencia importante entre el saludo y el deseo es que este
último tiene contenido proposicional, razón por la
cual no se puede realizar en forma no verbal, como es a veces el
caso del saludo.
Las fiestas y
celebraciones colectivas o individuales ocasionan, además,
el empleo de otros deseos situacionales, directamente dependientes
del desarrollo ulterior de la interacción. Los casos
más típicos son los brindis que se hacen antes de
beber y las fórmulas que se emplean con motivo de las
comidas. El brindis más usual en español es
¡Salud!, a veces expandido en la forma
¡Salud, pesetas (o: dinero) y
amor16,
pero está ganando terreno rápidamente el anglicismo
onomatopéyico ¡chinchín! (ya incluido
en la última edición del DRAE). También es
frecuente mencionar por qué o por quién se brinda
(por ejemplo: ¡Por tu éxito!, ¡Por
nuestra amistad!, ¡Por nosotros!, o
¡A tu salud!, ¡A la tuya!,
¡A la nuestra!, etc.). La fórmula más
habitual asociada con la comida es «(Buen)
provecho», usada antes de empezar a comer o cuando
alguien ya está comiendo y otra persona pasa por su
lado17.
Por ejemplo: «Sixto jamás se
movía durante las comidas. Todas [las clientas]
deseaban: -Buen provecho.»
(J. A. de Zunzunegui, en
Steel, 1985: 62). (Sobre el uso de provecho al final de la
comida, véase la nota 6). Otro ejemplo interesante, que
combina en un solo par adyacente, los deseos asociados con ambas
actividades, comer y beber, es el siguiente, de R. Marqués:
«(José se levanta, va al
armario de los licores y toma la copa que se había servido.
Vuelve con ella. La alza). J: -¡Salud! M: -Que le
aproveche»
(R. Marqués, citado en Steel, 1985:
62).
Por último, hay otras situaciones felices en que, si no es obligatorio, sí es al menos muy recomendable (y usual) expresarle buenos deseos a su interlocutor, tanto en español como en otras lenguas. Además de las fiestas y celebraciones ya mencionadas previamente (y que Tannen y Öztek, 1981, incluyen en el subgrupo de las «ocasiones»), se consideran eventos felices las «ganancias» en sentido amplio, o sea -según las autoras citadas- las «llegadas» y las «nuevas posesiones». La llegada de una persona que ha estado ausente por un tiempo más o menos largo se suele «celebrar» en español con la conocida fórmula de ¡Bienvenido/a!, a la que, a diferencia del griego y del rumano, lenguas en que es obligatorio contestar con una fórmula cuyo significado exacto es «bienhallado». no le corresponde ninguna reacción verbal rivalizada. Las nuevas posesiones pueden incluir la compra de una casa, de un nuevo auto, o de otros bienes de valor, así como la expansión de la familia al tener un matrimonio (más) hijos. En español, según mis informantes, casi no hay fórmulas estereotipadas para expresar buenos deseos en tales situaciones, aunque sí es común felicitar a los nuevos padres de las criaturas o a los nuevos dueños del coche, de la casa, etc. En el caso de estrenar alguien una prenda de vestir nueva, mis informantes mexicanos aludieron a la costumbre de recordarle a la respectiva persona la obligación del «remojo»18, pero no usaron expresiones de deseo, sino a lo máximo, usaron algún tipo de cumplido, como ¡Qué bien te va esta nueva blusa!, ¡Qué linda pulsera!, o una exclamación de aprecio: ¡Qué padre! Otros usaron exclamaciones con adjetivos diferentes: ¡Qué chivo!, ¡Qué chulo! (dicho por un informante de El Salvador), ¡Qué regio!, ¡Qué bacán! (Perú), y sólo los informantes colombianos mencionaron fórmulas como ¡Disfrútalo! o ¡Que lo disfrutes! para alguien que acaba de adquirir un bien material que hacía tiempo deseaba tener, o una ropa cara.
En este aspecto, me parece que el español contrasta claramente con el griego, el rumano, el turco, y quizás otras lenguas de la Península Balcánica, cuyos hablantes, en vez de felicitar o halagar al interlocutor en las situaciones citadas, usan fórmulas de deseo muy ritualizadas, que siempre aluden a la salud, la felicidad y a la longevidad, los tres valores más apreciados, a juzgar por la profusión de deseos que los menciona; en las respectivas culturas: se le desea a uno que Heve la nueva ropa estando en buena salud, que posea la casa, el auto, etc., en buena salud y/o con felicidad, o que la compra que ha hecho sea de buen augurio, y que los niños le vivan muchos años y le traigan mucha felicidad19. En este sentido, el castellano se acerca, al contrario, al francés (que en tales situaciones, según Katsiki, 2001, contrasta con el griego de la misma forma) y, diría yo -basándome en mi experiencia de convivencia estadounidense-, con el inglés.
Las situaciones
que provocan angustia y/o dolor son, básicamente,
situaciones de crisis personal, incluyendo los casos de enfermedad,
muerte y las separaciones largas (quizás porque, como dicen
los franceses, partir, c'est mourir un peu...). En
español, a una persona enferma se le suele desear Que se
reponga / Que se mejore / Que se alivie / Que se recupere
pronto, y a una persona que estornuda (acto que puede anunciar
una enfermedad) se le desea ¡Salud! o se le dice
¡Jesús!20
A diferencia de las fórmulas asociadas con eventos felices
-que, como se ha dicho antes, se usan en la secuencia inicial de la
interacción- los buenos deseos asociados con la salud del
enfermo se suelen formular en el momento de la despedida, o sea, en
la secuencia de clausura de la interacción, en lugar o a
continuación de un saludo de despedida. Por su parte, en el
caso del fallecimiento de una persona, es habitual dirigir los
deseos para el difunto a los familiares del mismo, probablemente
con la intención de aliviar su dolor al asegurarles que el
ser querido que acaban de perder no sufrirá. Las
fórmulas castellanas más usuales son: Que en paz
descanse, Que en Gloria esté o Que Dios
lo/la tenga en su gloria. También se usan frases como:
Te acompaño en el sentimiento o Lo siento,
pero estas fórmulas no son deseos propiamente dichos, sino
más bien descripciones del estado anímico del
locutor, con el propósito de mostrarle al interlocutor que
se solidariza con su dolor. Es interesante observar que los
hispanohablantes (como los rumanos, por lo demás) suelen
formular el deseo de que el difunto descanse en paz cada vez que se
le menciona el nombre en una conversación21,
a menudo prescindiendo incluso de la palabra que. Un
ejemplo de este tipo se puede ver en el siguiente pasaje del Corpus
de Valencia: «mi cuñada,
en paz descanse, (énfasis mío)
tenía / por naturaleza un poquito los ojos saltones / como
la tía Remedios»
(Briz, 2002:211).
Con respecto a las despedidas, lo más usual es desearle a la persona que sale que Tenga un buen viaje o un feliz viaje22, pero no es habitual, de acuerdo a mis informantes, formular deseos explícitos para que uno regrese sano y salvo, como es habitual en las lenguas del área balcánica (ej., en rumano: Sā te întorci sānātos/sānātoasã, «que regreses sano/sana» o Sã ne vedem cu bine!, «que nos veamos con bien, en buenas condiciones». Lo mismo que en el caso de las despedidas de una persona enferma, los deseos relacionados con el desarrollo sin incidentes de un viaje se formulan después del saludo convencional de despedida, y no antes: ¡Adiós, buen viaje!, pero no: ¡Buen viaje, adiós! (cf. lo comentado más arriba).
Los deseos situacionales mencionados en el párrafo anterior forman, en realidad, un puente hacia la otra categoría principal de deseos, llamados «interaccionales», cuya función discursiva principal es cerrar una interacción en una nota eufórica y optimista. Como señala Katsiki (2001: 128-129), a diferencia de los deseos situacionales, cuya formulación parece ser el resultado de un imperativo social, los deseos interaccionales corresponden a frases cuya utilización, lejos de proceder de la necesidad de adaptarse a una situación social determinada, se deriva mis bien de los requisitos interaccionales, y que tienen carácter facultativo: el locutor escoge, en función del contexto, del cotexto, y de su interlocutor, la frase que le parece más apropiada, en función de las relaciones entre los interactuantes.
El hablante tiene en principio la opción de escoger entre fórmulas más o menos estereotipadas y formulaciones más o menos personalizadas, ya que, como se expresa Katsiki (2001: 129), el paradigma de este tipo de deseos es uno casi ilimitadamente abierto y propenso a favorecer la creatividad semántica. En su comparación del francés con el griego, esta investigadora señala que en la primera lengua los deseos interaccionales son más abundantes que en la segunda y, sobre todo, que su formulación tiende a ser mucho más original y personalizada23. En los datos del español que yo he recogido, no se da mucha creatividad de este tipo, sino que más bien el hispano (que en esto se acerca mucho al rumano y al griego) prefiere usar fórmulas más generales y más estereotipadas, cuya estructura sintáctica predominante es el mandato indirecto, y cuyo contenido semántico predilecto tiene que ver con el ocio, la diversión, los pasatiempos y el éxito. Estas fórmulas se emplean, como ya he dicho, al final de la interacción, en conjunción con los saludos de despedida, lo mismo que en el caso de los deseos situacionales analizados antes. He aquí algunos ejemplos de los datos que he recogido al respecto.
Si una persona va
a dormir, se le dice, en el momento de la despedida (muchas veces
después del saludo apropiado en este caso, que es
¡Buenas noches!): ¡Que descanses!,
¡Que pases buena noche! o ¡Que duermas
bien! y se agrega muy a menudo: ¡Que
sueñes (o: que soñés, para los
hispanos voseantes) con los angelitos! o
¡Felices / dulces sueños!, probablemente el
equivalente español de Sweet dreams! tan común en inglés.
El deseo Somn
u°or! del rumano -textualmente «Sueño
ligero»- no parece tener un equivalente en español,
pero está claro que el sueño, que uno no puede
controlar racionalmente, se incluye, en muchas cultura, entre los
eventos que, si bien placenteros, pueden provocar cierta angustia
(de ahí la tendencia a usar buenos deseos hacia la persona
que se va a dormir). El siguiente ejemplo, de Carmen Martín
Gaite (en Steel, 1985: 63), demuestra el uso de esta fórmula
de deseo para la despedida al final del día (entre la
sirvienta y el ama de casa): «-[Usted] Se puede acostar o salir o lo
que quiera. Gracias. -En el horno tienen ustedes el pescado y en la
nevera sobras de esta mañana. -De acuerdo. Que
descanse»
.
Otra
ocasión sumamente propicia para la formulación de
buenos deseos surge cuando, durante la interacción, uno de
los hablantes menciona planes futuros relacionados con fiestas,
pasatiempos y diversiones de todo tipo, o vacaciones. Lo más
común es desearle en este caso ¡Que lo pases
bien! (muchos latinoamericanos dicen ¡Que la -o
incluso te la- pases bien!), Que lo pases
lindo!, Que tengas (o pases) buenas
vacaciones -si es el caso- o ¡Que te diviertas
(mucho)!24
Véase este ejemplo de Alfonso Sastre (Steel, 1985:62), donde
se supone que el primer hablante ya está enterado de que su
interlocutor va a ir a una fiesta o algo por el estilo: «-Tú vete tranquilo. No te preocupes.
-Pues hasta luego. -Que te diviertas»
. Por otra parte,
incluso si durante la interacción no se especifica
ningún tipo de evento placentero en que los interlocutores
van a participar, el español cuenta con un número de
fórmulas fijas para expresar buenos deseos con respecto al
futuro inmediato del interlocutor: Que te vaya bien
(variantes: Que te vaya muy suave / muy bonito), Que
sigas bien, Que pases un buen fin de semana, Que
tengas un buen día, Que pases una buena tarde,
etc. También, recientemente se ha puesto muy de moda
desearle a uno que se cuide (Cuídate o te
cuidas), quizás bajo la influencia del inglés
Take care! que
se usa hoy casi sistemáticamente para clausurar las
interacciones cordiales. Una informante mía comenta:
«Noto que es común que la gente
diga Que le vaya bien, o Cuídese cada vez
que uno está a punto de irse, en vez de Hasta luego
o Adiós»
.
Finalmente, en las situaciones en que está en juego una cosa buena para el interlocutor, pero que puede conllevar, sin embargo, el riesgo de un fracaso, es muy común desearle a la persona que intenta conseguirla, ¡Éxito! o ¡Suerte! / ¡Buena suerte!25, hasta el punto de que en algunas variedades del español (por ejemplo en la Argentina), ¡Suerte! se ha convertido en una fórmula de saludo de lo más habitual. Véase la despedida ¡Chau! ¡Suerte! registrada con frecuencia en Ferrer y Sánchez Lanza (2002). Y si la persona necesita hacer acopio de valor para lograr su meta, en España se puede decir: ¡Suerte y al toro!, una frase que recuerda la expresión italiana In bocca al luppo!, usada para animar a alguien a arriesgarse (M. Saltarelli, comunicación personal), o sea, a enfrentarse a un peligro, personificado metafóricamente en una bestia.
Sin embargo,
algunos de mis informantes me han comentado que las personas
religiosas no usan mucho las fórmulas relacionadas con la
suerte, sino que prefieren dirigir deseos que invoquen la voluntad
del cielo. Dice una informante mía de Costa Rica: «Los cristianos nacidos de nuevo no utilizamos
expresiones que tienen que ver con la suerte. Por el contrario,
pedimos que Dios tome el control de todas las situaciones y que
Él prospere todo»
(sic!).
Este comentario me
proporciona una buena transición hacia el lema del grupo
especial de deseos que Katsiki ha analizado en griego y ha llamado
deseos «metadiscursivos»
26.
Como esta etiqueta sugiere, se trata de fórmulas de deseo
que indican la actitud del hablante hacia su propio discurso (o, a
veces, hacia el discurso del interlocutor), y que parecen emanar de
una superstición ancestral relacionada al poder
«mágico» de las palabras de modificar la
realidad, o de una profunda convicción religiosa. Los deseos
que invocan la ayuda de Dios para realizarse abundan en
árabe27,
y la presencia de fórmulas similares en español ha
sido atribuida, según Beinhauer (quien sigue en esto la
línea de pensamiento de Américo Castro) a la herencia
islámica y judaica en la Península Ibérica.
Efectivamente, es habitual entre los creyentes de habla
española poner su futuro en manos de Dios, por así
decirlo, a través de expresiones como
¡Ojalá! (que al origen significaba algo como
Que quiera Dios, en árabe), ¡Si Dios
quiere!. Primero Dios, o Quiera Dios (muy
típico para los salvadoreños), Que Dios te oiga /
te escuche / que Dios te haga profeta! Que tu boca sea de
santo, si se trata de algo bueno; y No (o:
ni, en Nicaragua) quiera Dios, Que Dios nos
guarde, No lo permita Dios, Dios quiera que
no, si se trata de algo malo, que se quiere evitar. El
siguiente ejemplo, de A. Berlanga (citado en Steel, 1985: 61),
ilustra el uso de los buenos deseos por parte de una persona que
invoca la voluntad de Dios para que estos se cumplan: -Que descanse. -Igualmente, hasta mañana, si
Dios quiere
, Y el siguiente comentario de una informante
corrobora la misma idea: «En el sur de
Colombia, y en las áreas rurales en general, se menciona
mucho a Dios: Que Dios te lleve con bien, Que Dios te
cumpla tus deseos, Que Dios te traiga con vida,
haciéndole a la persona la señal de la
cruz»
.
Por otra parte, existen deseos metadiscursivos también laicos en español, como por ejemplo, si alguien desea que las palabras de su interlocutor no se cumplan, puede decir Que la boca se te haga chicharrón, Que la boca se te haga a un lado, Brincos dieras, Cruz diablo, Toca madera, Muérdete la lengua, Que se te cebe, o, si quiere que se cumplan, se va a decir Que todo se te dé, Que se te cumpla, Ojalá se te haga, Ojalá y suceda, etc.
Se ha afirmado en
las secciones anteriores que el acto de habla de desear es un acto
de habla que se realiza en la inmensa mayoría de los casos
(al menos en español, pero no solamente) mediante el empleo
de fórmulas rituales fijas, que el hablante emite a menudo
en forma automática, como una reacción a la
situación o al contexto discursivo en que se desarrolla la
interacción. Esta característica se refleja muy bien
en el siguiente comentario que me escribió al final del
cuestionario uno de mis informantes: «Tal
vez porque nunca lo he comparado, todo sale automáticamente,
que nunca le puse cuidado a lo que dice uno, siempre ha sido una
respuesta por sí sola, como una
reacción»
.
Pero entonces, si
la formulación de los deseos es automática,
¿cómo se puede afirmar al mismo tiempo que se
está llevando a cabo un acto cortés, si asumimos, con
los más importantes teóricos actuales de la leona de
la cortesía verbal, que esta se basa en una conducta
eminentemente racional de los interlocutores?28
¿Puede haber actos de habla corteses automáticos, o
sea, realizados en forma inconsciente, o refleja? Me parece que los
buenos deseos que dirigimos a nuestro prójimo en el
transcurso de una interacción representan una clara
instancia de tales actos discursivos. Aún más, cuando
se realizan en forma verbal, (o sea, como consejos y mandatos
indirectos, e incluso directos, como es el caso de
¡Cuídate!, por ejemplo) los deseos
contravienen también al postulado de Brown y Levinson (1987:
76), según los cuales «advice and orders are basically threats to
H[earer]'s face»
. ¿Puede haber
entonces mandatos y consejos corteses?29
Una vez más, los deseos parecen proporcionar una respuesta
afirmativa también a esta pregunta.
La mejor
argumentación en favor del carácter cortés del
acto de habla de desear se puede llevar a cabo, creo yo, partiendo
de la fructífera distinción entre «imagen de autonomía»
e «imagen de afiliación»
que Bravo
(1999, 2002, 2003) plantea a la base de su modelo de la
cortesía, adoptado con éxito por la gran
mayoría de los participantes del programa EDICE (Bravo,
ed., 2003). También es
importante, me parece, la afirmación que esta autora hace
con respecto a que «no existe una tajante
separación entre “imagen de autonomía” e
“imagen de afiliación”, sino que, en muchas
ocasiones, los contenidos de imagen toman formas complejas que unen
elementos de ambas»
(Bravo, 2003:106).
A mi modo de ver, los deseos, por muy automáticos que parezcan, representan poderosas estrategias de imagen de afiliación, tanto para la persona que los formula (y que al usarlos en forma adecuada se identifica como un miembro socioculturalmente competente de la respectiva comunidad) como para la persona que los recibe, y que queda integrada de esta forma en el grupo del que forma parte su interlocutor, con el cual comparte el mismo sistema de valores y las mismas normas de conducta. Es que el deseo, como hemos visto, requiere una reacción verbal específica por parle del receptor, quien, al proporcionarla, se identifica a su vez como miembro socioculturalmente competente de la comunidad respectiva. El «automatismo» de estas reacciones es en sí mismo una poderosa prueba de su poder afiliativo.
Por otra parte, los deseos interaccionales, en la medida en que son susceptibles de originalidad, pueden representar también gestiones de imagen de autonomía, si bien siempre dentro de unos límites de creatividad que se ajustan a los patrones de interacción sancionados por la tradición de la comunidad. Este sería entonces un caso en que los contenidos de imagen unen elementos de ambas: afiliación, al formular un deseo en un momento de la interacción donde cabe hacerlo, y autonomía, al tratar de evitar el cliché y de encontrar una formulación original, novedosa.
Un argumento adicional a favor del carácter fuertemente afiliativo de los deseos lo constituye, me parece, el hecho de que no siempre conciernen al interlocutor nada más, sino que el locutor mismo se puede «solidarizar» con este y autoincluir en el deseo (por ejemplo, los brindis del tipo Por nosotros o los deseos metadiscursivos del tipo Dios nos guarde). En griego o rumano, además, es muy común formular deseos plurales a los miembros de la familia de una persona que celebra su cumpleaños o su santo, diciéndole, pongamos por caso, a la mujer o a la madre de un hombre llamado Ion Sã ne trãiascã lonã «Que nos (dat. ético) viva Juan»; o directamente a Juan, en presencia de su familia, Sā ne trāieāti! -«Que nos vivas»- o sea, como si uno dijera «Feliz cumpleaños a nosotros por Juan». Me parece que el poder afiliativo de tales fórmulas de deseo no necesita más comentarios.
Por último,
opino que la combinatoria discursiva de los deseos aboga
también en favor del importante papel que estos actos de
habla -automáticos o sinceros- desempeñan en las
gestiones de cortesía e imagen. Ya he señalado la
estrecha relación existente entre los saludos y los deseos,
ya que estos últimos toman a menudo el lugar de los
primeros, o los acompañan en la apertura y clausura de las
interacciones. Pero también es posible emplear los deseos en
combinación con o en sustitución de otro acto de
habla intrínsecamente cortés, que es el
agradecimiento. Por ejemplo, en español, la persona que
recibe limosna suele manifestar su gratitud empleando un deseo que
invoca a Dios como futuro protector de su benefactor (el siguiente
pasaje de D. Medio, citado en Steel, 1985: 64, ilustra este punto:
«Pablo mete la mano en el bolsillo, saca
algunas monedas, y se las entrega. -Dios se lo pague,
señor. Que el señor le bendiga»
).
En conclusión, el acto de habla de formular buenos deseos hacia nuestro prójimo demuestra, una vez más, la complejidad del funcionamiento de la cortesía verbal como función «emergente»-en términos de Bravo (2003: 107-108)- de la relación coparticipativa de los interlocutores, cuyas expectativas acerca de los comportamientos adecuados a un discurso cortés giran en torno a una imagen social básica, cuyos contenidos socioculturales se reflejan precisamente, en este caso, en el sistema de valores éticos que reflejan las fórmulas de deseo consagradas por la tradición de una u otra comunidad hispana.
- Nombre:
- Edad:
- País de origen de su padre:
- y de su madre:
- País de origen de usted:
- Tiempo de residencia en los Estados Unidos (para los que nacieron en el extranjero):
- Países hispanos en que tiene familiares a quienes visita con cierta regularidad:
- Si está casado/a, país de origen de su cónyuge:
¿Qué dice la gente en su país de origen en las siguientes situaciones?
Por favor, escriba las palabras exactas. Si cree que no dice nada, diga «Nada», no deje el espacio en blanco. También mencione la reacción de la persona a la que va dirigidas las palabras que usted escriba, si es el caso (por ejemplo, si debe agradecer o decir otra cosa de tipo similar).
- Al despedirse de sus amigos o colegas al final de la semana de trabajo:
- Al despedirse de unos amigos que se van de viaje/ de vacaciones:
- Al reunirse con unos amigos que vuelven de un viaje/ de vacaciones:
- A una persona que se va a dormir:
- A una persona que está comiendo:
- Antes de empezar a comer:
- Después de terminar de comer:
- Al brindar con vino u otra bebida alcohólica:
- Al estornudar alguien:
- Al despedirse de una persona que está enferma:
- A una persona que va a tomar un examen o a presentarse a una entrevista:
- A una persona que se prepara a hacer algo arriesgado o peligroso:
- A una persona que va a una fiesta, al cine, al teatro, o a otro tipo de diversiones:
- Al mencionar alguien la edad que tienen sus hijos, sus padres, u otros familiares:
- Al mencionar alguien a un difunto de su familia:
- Al notar que alguien estrena ropa nueva:
- Al mencionar alguien que se acaba de comprar una casa, un automóvil:
- Con motivo del cumpleaños de una persona:
- Con motivo de las Navidades:
- Con motivo del Año Nuevo:
- En las Pascuas de Resurrección:
- Con motivo del día del santo de una persona:
- Con motivo de otras fiestas religiosas o comunitarias (por favor especifique):
- Para expresar el deseo de que lo que la otra persona acaba de decir se cumpla:
- Para expresar el deseo de que lo que la otra persona acaba de decir no se cumpla:
Por favor, agregue aquí cualquier comentario que le parezca relevante con respecto al tema de los deseos que la gente expresa en una situación o en otra en su país o en su cultura:
- Arciza Londoño, R. y García Valencia, A. D. (2003). «¿Qué significa saludar?». D. Bravo (ed.) (2003).
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