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Hay un tropel de
potros sobre la pampa inmensa. |
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¿Es Pan que se incorpora?
No: es un hombre que piensa, |
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es un hombre qué tiene una
lira en la mano: |
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él viene del azul, del sol,
del Océano. |
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Trae encendida en vida su palabra
potente |
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y concreta el decir de todo un
continente... |
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Tal vez es desigual... (¡El
Pegaso da saltos!). |
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Tal vez es tempestuoso...
(¡Los Andes son tan altos!...). |
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Pero hay en ese verso tan vigoroso
y terso |
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una sangre que apenas veréis
en otro verso; |
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una sangre que cuando en la estrofa
circula |
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como la luz penetra y como la onda
ondula... |
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Pegaso está contento, Pegaso
piafa y brinca, |
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porque Pegaso pace en los prados
del inca. |
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Y este fuerte poeta de alma tan
ardorosa |
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sabe bien lo que cuentan los labios
de la rosa, |
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—126→ |
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comprende las dulzuras del panal y
comprende |
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lo que dice la abeja del secreto
del duende... |
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Pero su brazo es para levantar la
trompeta |
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hacia donde se anuncia la aurora
del Profeta; |
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es hecho para dar a la virtud del
viento |
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la expresión del terrible
clarín del pensamiento. |
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Él sabe de Amazonas,
Chimborazos y Andes. |
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Siempre blande su verso para las
cosas grandes. |
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Va como Don Quijote en ideal
campaña, |
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vive de amor de América y de
pasión de España; |
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y envuelto en armonía y en
melodía y canto |
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tiene rasgos de héroe y
actitudes de santo. |
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«¿Me permites,
Chocano, que, como amigo fiel, |
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te ponga en el ojal esta hoja de
laurel?». |
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Tal dije cuando don J. Santos
Chocano, |
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último de los incas, se
tornó castellano. |
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