
Clorinda Matto de Turner
María M. Caballero Wangüemert
El día 11
de noviembre de 1852 nace en Cuzco (Perú) Grimanesa Martina
Matto Usandivares, conocida en la historia literaria como Clorinda
Matto de Turner, hija de D. Ramón
Matto y Torres, y Dña.
Grimanesa Concepción Usandivares, de la más rancia
aristocracia cuzqueña. Manuel Cuadros ha glosado los
primeros años de la escritora dedicada a los suyos,
años repartidos entre su ciudad natal y la hacienda familiar
de Paullo-Chico, en contacto directo con los indios, cuya lengua
llega a dominar a la perfección. Así se justifica la
declaración que inserta en el prólogo de Aves sin
nido: «Amo con amor de ternura a la
raza indígena, por lo mismo que he observado de cerca sus
costumbres, encantadoras por su sencillez»
(pág. 2).
Su vida cambia de escenario al casarse el 27 de julio de 1871 con D. José Turner, médico inglés con negocios agrícolas en Tinta, donde fija residencia el nuevo matrimonio. En el retiro campesino, Clorinda -llamada así por su marido- encontrará tiempo para compaginar las labores propias de su estado con el ejercicio literario, en el que se inicia ahora. Julio Sandoval ha recogido algunos testimonios de su producción primera, insertos en la órbita del incipiente y superficial romanticismo peruano y publicados en periódicos cuzqueños: El Heraldo, El Ferrocarril, El Eco de los Andes... Son versos y tradiciones que imitan a Palma sin demasiado éxito. Apuntan tímidamente a sus preocupaciones futuras: el interés por lo indígena, desdibujado aún por el ropaje folklórico, y la reivindicación del papel social de la mujer, que debe ser potenciado por la educación. Adolecen de didactismo y presentan resabios enciclopedistas y románticos.
Igualmente cristaliza en estos años una vocación periodística que en adelante va a ocupar gran parte de su tiempo: Funda y dirige El Recreo del Cuzco (abril 1876), a través del cual va incrementando paulatinamente su producción y prestigio. Prueba de ello es la velada en casa de Doña Juana Manuela Gorriti, el 28 de febrero de 1877, en la que es coronada simbólicamente, como testimonia Joaquín Lemoine.
Conviene recordar
que en esta etapa adquieren gran importancia las veladas
literarias, cuyo auge acompaña al de la tradición y
el cuento. Dentro del campo narrativo se van afirmando las figuras
femeninas de la capital: Mercedes Cabello de la Carbonera, Amalia
Puga de Losada, Juana Rosa Amézaga, etc. Predomina una atmósfera
tenuemente romántica, a la que van superponiéndose
los nuevos aires literarios del continente europeo: realismo y
naturalismo. Contribuye también a afirmarlos ese soterrado
«limeñismo
satírico»
, disolvente eficaz de las esencias
románticas, según Raimundo Lazo.
La Guerra del Pacífico revoluciona el panorama nacional, y también afecta directamente la vida de la escritora. Clorinda colabora con la causa de Andrés A. Cáceres, defensor de los indios que resiste en la sierra peruana, hasta conseguir alzarse como presidente en Lima (1886). En mitad de la contienda (1881) muere su esposo. Para afrontar los graves problemas económicos que la acosan se instala en Arequipa (1884) y acepta la jefatura de redacción de La Bolsa, uno de los periódicos más prestigiosos de allí. Su actividad periodística está íntimamente ligada a la problemática del momento. Recoge ahora parte de sus Tradiciones Cuzqueñas (1884), editadas con prólogo de Palma, obra que sirve para darle popularidad. Este paréntesis vital se cierra en 1886, año en que se traslada a Lima y reemprende una labor más específicamente literaria. Organiza sus propias veladas, en las que prima el amor por lo nativo, el énfasis en el progreso científico y el valor de la literatura. Fruto de esta actividad y de sus presupuestos ideológicos son dos obras del 89: Aves sin nido y Bocetos al lápiz de americanos célebres, que incluye una biografía de la autora firmada por Abelardo Gamarra. El 5 de octubre del mismo año le es ofrecida la jefatura de redacción de El Perú Ilustrado, que será hasta 1892 el órgano difusor de sus veladas y a través del cual presenta personajes como González Prada -con cuyos ideales reformistas concuerda- y Rubén Darío.
Funda ahora una imprenta propia, en colaboración con sus hermanos, para dar salida a su incansable producción: las novelas Índole (1891) y Herencia (1895); Hima Sumac, drama fallido (1892); Leyendas y Recortes, miscelánea que recoge sus mejores tradiciones de tema indígena; asimismo, el periódico bisemanal Los Andes. Se convierte en una figura controvertida y polémica, pronuncia conferencias y colabora activamente en política. En 1895, como consecuencia de la derrota electoral de Cáceres, la casa e imprenta de la escritora son saqueadas. La primera parte de Boreales, miniaturas y porcelanas (1902) refleja los pormenores de la dolorosa lucha fratricida, así como el posterior exilio voluntario de Clorinda en Buenos Aires. Bien recibida en la Argentina, prolonga en los 14 últimos años de su vida la trayectoria intelectual anterior: colabora con La Nación, La Prensa, La Alborada... Lanza un nuevo periódico, El Búcaro Americano, y trabaja desde 1896 como profesora de la Escuela Normal y de la Comercial de Buenos Aires.
Por último, realiza uno de los ritos más característicos de los intelectuales y artistas hispanoamericanos: el periplo europeo. Del 27 de mayo al 4 de diciembre de 1908 recorre el viejo continente: España, Francia, Inglaterra, Italia, Suiza, Alemania... son jalones obligados del itinerario, de los que da puntual testimonio en su Viaje de Recreo (1909), que refleja también la persistente enfermedad pulmonar que causará su fallecimiento el 25 de octubre de 1909 en Buenos Aires.
Por su interés literario intrínseco y sus repercusiones posteriores centraremos nuestro estudio en la narrativa de Clorinda Matto. Dejando a un lado las tradiciones, carentes de originalidad, dedicaremos nuestro análisis a sus tres novelas.
«La novela tiene que ser la fotografía que
estereotipe los vicios y virtudes de un pueblo, con la consiguiente
moraleja correctiva para aquellos y el homenaje de
admiración para éstas»
. La frase del
Proemio de Aves sin nido explicita los motivos de su
génesis, que determinan la radical dualidad de perspectivas
de la novela, a tono con la orientación de la literatura
peruana de la época. La novela como fotografía
-trasposición de la famosa sentencia de Stendhal- anuncia la
llegada al país del realismo francés, triunfante en
España desde 1870. Clorinda parte de su experiencia en el
hogar de Tinta, cuyo correlato en la obra es el de los
Marín; y en su deseo de «hacer
apuntes del natural»
-como diría Fernán
Caballero que se mueve en la misma encrucijada- desemboca en una
especie de costumbrismo paralelo al de algunos coetáneos
como Abelardo Gamarra, por ejemplo.
Por la vía del afán realista se introduce en la literatura el indio cotidiano. Abordado hasta entonces desde una óptica idealizada y nostálgica, como accesorio decorativo y exótico, va a convertirse en figura clave de la futura novela indigenista, centrada en torno al Cuzco y sur andino en la década del 20. Su problemática se plantea todavía en términos ético-pedagógicos y no económico-sociales, como sucederá después. Subsiste el didactismo moralizante, de clara raigambre romántica, que conlleva un lastre sentimental e idealista interpuesto entre el lector y la realidad. A través de él vierte Clorinda su deseo de redención social: se propone hacer patentes las lacras de la sociedad provinciana corrupta que explota a los más débiles. Idéntica preocupación subyacía en los dos precedentes inmediatos de Aves sin nido: El padre Horán (1848), de Narciso Aréstegui, quien había fundado la 1.ª Sociedad Amiga de Indios; y La trinidad del indio (1883), de José Itolarrares.
El momento
cronológico, así como el contexto literario, explican
la constante fluctuación perspectivística en las
novelas de la Matto. La escritora hace causa común con una
de las mejores novelistas del período, Mercedes Cabello de
Carbonera, quien publicó en 1892 un ensayo donde se
objetivan las vacilaciones de la narrativa de la época,
decidiéndose por una orientación ecléctica:
«La novela del porvenir se formará
sin duda con los principios morales del romanticismo,
apropiándose los elementos sanos y útiles aportados
por la nueva novela naturalista»
(«La novela
moderna», Lima, Hora del hombre, 1948, pág. 65). Solución de
compromiso que explica las contradicciones detectables en obras
como las que analizamos a la hora de describir personajes o
paisajes. Los abundantísimos excursos del narrador -cuya
óptica suele coincidir con la de los forasteros- se inclinan
hacia la hinchazón retórica romántica, dentro
de las coordenadas señaladas.
La novela se organiza ateniéndose a la bipolarización sarmientina civilización (Lima)/barbarie (interior serrano), anticipando el enfrentamiento cosmovisional de José M.ª Arguedas (costa/sierra). Surge como novela de tesis, cuya linealidad cronológica se desglosa en dos partes:
El Cuzco a finales del XIX
La primera, que
consta de 26 capítulos, está centrada en un eje
accional: «librar la sangrienta batalla
de los buenos contra los malos»
(pág. 34). Tiene como actores, por un
lado, los forasteros -personificados en el matrimonio limeño
de los Marín-; y por el otro, los notables del lugar serrano
que forman la «trinidad aterradora del
indio»
, según las palabras de González
Prada, con las que coincide la Matto. En la obra están
simbolizados en el cura, el cacique y el juez. Su referente
inmediato es el indígena, definido por la pasividad.
Sobre este telón de fondo se pone en marcha la trama argumental en el segundo capítulo, con la petición de ayuda de la india Marcela a Lucía Marín; petición que pone de manifiesto los abusos sufridos por los humildes e impulsa un desarrollo narrativo en torno a la serie de intentos frustrados de remediarlos (caps. IV, V y VII) hasta el aparente triunfo de los buenos (caps. IX y X). La intervención de los forasteros a favor del estrato indígena genera la oposición de los notables (cap. VIII), que se transforma en sentencia de muerte para los intrusos (cap. XIV) y desemboca en un motín (caps. XV y XVIII).
La
«asonada» o motín marca el punto culminante de
la trama. Este motivo llega a Clorinda por dos vías: una
literaria, El padre Horán, obra ya citada, sobre la
que publica un estudio crítico-biográfico en El
Perú Ilustrado el 30 de agosto de 1890; y otra vital:
la experiencia directa de su abuelo en la investigación
subsiguiente al asesinato que recrea Aréstegui. Los
capítulos finales de esta primera parte abordan las
consecuencias del motín: arrepentimiento de los personajes
débiles: el cura Pascual (caps. XXIV y XXV) y el gobernador
Pancorbo (cap. XXIII); puesta
en marcha de las investigaciones (caps. XXI, XXII y XXIV); y muerte de la
india Marcela (caps.
XX-XXIII). Sus hijas, «aves sin
nido»
, son recogidas por los Marín y se
insinúa la relación entre una de ellas, Margarita y
el supuesto hijo del gobernador, Manuel, personaje afiliado al
bando de los buenos como reflejo de su educación
limeña.
La segunda parte, dividida en treinta y dos capítulos, desarrolla la problemática de la primera a partir de tres ejes argumentales:
1.- Maquinaciones
de los notables para mantener su status: dilatan el juicio abusando de sus
prerrogativas políticas (caps. V, XI, XIV y XV); y sobre todo
buscan un chivo expiatorio, el indio rico Champí, al que se
acusa de provocar la asonada (caps. VI, X, XVII, XXI y XXII). El
objetivo de esta parte de la trama es obvio: avalar la tesis de la
explotación indígena ya expuesta. Aparecen
aquí los más amargos lamentos acerca del destino de
esta desgraciada raza, cuya única salvación
está en la muerte: «Nacimos
indios, esclavos del cura, esclavos del gobernador, esclavos del
cacique [...] La muerte es nuestra dulce esperanza»
(pág. 241). Este enfoque
es ampliamente compartido por el narrador, que en un excurso
declara: «¡Ah! Plegué a Dios
que algún día, ejercitando su bondad, decrete la
extinción de la raza indígena [...] ya que no es
posible que recupere su dignidad, ni ejercite sus
derechos»
(pág.
11). Los forasteros van perdiendo su primitivo optimismo, sin
llegar a identificarse con la óptica resignada de los
sojuzgados. La conclusión de la novela, ya adelantada en el
proemio, es que el problema no debe plantearse a nivel individual,
porque atañe a toda la sociedad:
«-¿Y quién libertará a toda su desheredada raza? -Esta pregunta habrá que hacerla a todos los hombres del Perú». |
(pág. 253) |
2.- El segundo bloque temático gira en torno de la partida de los buenos a Lima (caps. VII, XIII, XVI, XIX, XX, XXII, XXIII, XXVI y XXIX). De la amplitud del espacio que se le dedica se desprende la importancia de la tesis latente: la capital es el paradigma de las virtudes peruanas; para ser útil al país la juventud debe trasladarse allí. Estas ideas, comunicadas a Manuel por Fernando Marín (pág. 181) encubren un hecho innegable: el fracaso limeño en la primera confrontación de los dos mundos y la consiguiente necesidad de replegarse sobre sí mismo.
3.- El tercer
núcleo secuencial, íntimamente ligado al anterior y
de clara estirpe romántica, se centra en el surgimiento del
amor (caps. II, IV, IX, XII,
XIX, XXVI, XXXI y XXXII) entre las dos «aves sin nido»
, Manuel y Margarita,
que en la anagnórisis final y por curiosa ironía del
destino, resultan hermanos, hijos ambos del obispo Claro.
La técnica
compositiva es floja. Hay abundante material de relleno, que
obedece al deseo de la escritora de ejemplificar sus asertos, pero
que igualmente es fruto de su incapacidad para sostener la
tensión narrativa, mejor lograda en la primera mitad.
Episodios como el descarrilamiento del tren durante el viaje de
regreso de los Marín a Lima (caps. XXVII y XXIX) basados en la
técnica de la «pista falsa» son absolutamente
redundantes. Pequeñas tramas secundarias se abortan en
germen. Por otro lado, los momentos culminantes carecen de fuerza
dramática; y la división en capítulos que
dejan sistemáticamente interrumpidas las secuencias
desdibujan la acción. En algunas ocasiones un narrador
omnisciente, que hace y deshace a voluntad, intenta retomar el hilo
narrativo: «mientras las huérfanas
hacen esta visita, veamos lo que pasa en la casa blanca»
(pág. 212).
Al servicio de la
tesis se mueven los personajes según haremos
axiológicos previamente establecidos. Faltos de profundidad
psicológica, funcionan en bloques familiares. La dualidad
buenos/malos se fragmenta originando una nueva dicotomía en
el último grupo: los decididamente corruptos, cuyo nefasto
influjo en el alejado ámbito serrano refuerza la importancia
de escoger un personal administrativo adecuado; y aquellos otros
caracterizados no tanto por su maldad como por su debilidad. Entre
ellos destacan el gobernador Pancorbo y el cura Pascual,
víctimas respectivamente de la barbarie serrana y del
celibato eclesiástico, al que Clorinda es refractaria:
«¡Desgraciado el hombre que es
arrojado al desierto del curato sin el amparo de la
familia!»
(pág.
103). En la obra, el sacerdote indigno reconoce sus faltas y se
arrepiente.
La mujer
desempeña un papel insustituible. Considerada «diamante en bruto»
, que al hombre y la
educación toca convertir en brillante (pág. 41), conjuga su proclamada
misión de «poetizar la
casa»
(pág.
200) con un voluntarismo positivo que le lleva a intervenir en los
asuntos exteriores. En este sentido puede mencionarse la
resolución de Lucía Marín en su lucha contra
la injusticia, o la iniciativa de las indias en su súplica
impetratoria frente al pesimismo resignado de los maridos. Todo
ello responde al feminismo de Clorinda vertido en multitud de
artículos y conferencias a lo largo de su vida.
Aves sin nido no pasa de ser un precedente en el camino del indigenismo. Para su culminación habrá que esperar a obras como Cuentos andinos (1920), de López Albújar o Tempestad en los Andes (1927), de Luis E. Valcárcel. El planteamiento paternalista, que hoy se considera obsoleto, le ocasionó a la autora persecuciones políticas e incluso la excomunión.
Con un intervalo
de dos años, Clorinda Matto de Turner publica una nueva
obra. Prescinde ahora de la declaración de principios que
significaba el proemio de Aves sin nido; no obstante lo
cual, el punto de vista de la peruana aparece expuesto en boca del
narrador en el capítulo X de la segunda parte. La firme
creencia en su misión: «Nadie sino
el novelista observador que llevando el correctivo en los puntos de
su pluma penetra los misterios de la vida»
(pág. 250), se mezcla con la
melancolía y el sentimiento de impotencia ante las trabas
sociales existentes: «¡Ay de
aquella mano que, enristrando la poderosa arma del siglo, la
tajante pluma, osara tasajear velo y tradición! Los pueblos
se moverían para condenarla»
(pág. 251). Palabras especialmente
significativas, por cuanto la autora acentúa en esta obra el
anticlericalismo que ya se perfilaba claramente en la anterior
criticando por una parte, el funcionamiento deshonesto de ciertos
sacerdotes, y por otra, el sistema social que les permite el
dominio de la mujer a través de la confesión.
Índole es una novela bimembre donde alternan contrapuntísticamente dos estratos sociales, el humilde y el medio-alto. El primero queda representado en el relato por los amores de Ildefonso y Zisca, enmarcados en un alegre y despreocupado ambiente campesino (caps. VIII, X, XIII, XVIII, XXI, XXV, XXVIII; así como II, V y VI de la segunda parte). Hay un toque de idealismo y ternura en el prisma romántico con que se enfocan diálogos y distendidas escenas costumbristas. Clorinda olvida su anterior denuncia de la explotación del indígena, llevada por una nueva finalidad testimonial: oponer el sano funcionamiento del estrato inferior a las manipulaciones de los señores.
Sobre este
último grupo se forja la tesis novelesca: «la buena índole siempre
triunfa»
. Este aserto atestigua el solapado, pero eficaz
avance del naturalismo, enmascarado bajo el nombre de «observación
fisiológica»
. El narrador, algo ingenuamente, se
apoya en ella para justificar la fuerza de «la inclinación natural peculiar a cada
individuo»
(pág. 237) que, según
él, traduce la lógica de los hechos y es reflejo de
las leyes impresas por Dios en el universo (pág. 213). Con esta concepción
la escritora armoniza el determinismo propio de fines del XIX con
el deísmo filosófico del XVIII. En la novela, no
sólo se superpone a modo de excurso dirigido al lector, sino
que es asumido por los personajes, con especial relevancia en la
mujer «no habría cedido por nada
del mundo. Tú conoces mi índole»
-dice Eulalia a su marido en una situación comprometida
(pág. 201).
La tesis se explicita argumentalmente mediante la historia de dos matrimonios, definidos por una relación axiológica: buena/mala índole, que se traduce en la contraposición de la honradez de Antonio López y la auténtica religiosidad de su mujer, Eulalia, con la corrupción de Valentín Cienfuegos y la beatería de Asunción.
La lógica de las acciones refleja el proceso de contaminación del primer bloque por el segundo, a partir de dos instancias desencadenantes: 1.- La quiebra inminente de D. Antonio; y, 2.- El intento de seducción de Dña. Eulalia por parte del cura Peñas, elemento de enlace y distorsión entre las dos familias. Ambos asuntos se conectan por su trasfondo, un problema de honra.
En el desdibujado escenario de haciendas andinas ya conocido, el desastre económico se plantea de modo romántico en los capítulos iniciales y alcanza su punto álgido con la firma de un documento para constituir una sociedad fraudulenta entre los dos amigos (cap. VI). Esta parece ser la única alternativa al suicidio que se le ofrece a Antonio. No sólo el asunto, sino también el planteamiento y los recursos utilizados -por ejemplo, el documento cae ocasionalmente en manos del sacerdote, quien lo empleará para chantajear a Eulalia (caps. XXV y XXVII)- se mueven dentro de los más estrictos cánones del romanticismo.
La trama progresa
por medio de extensos diálogos. El lector entrevé la
organización del nuevo trabajo (caps. IX, XIV y XXIV) basado en la
manipulación del indígena que, «envuelto en la noche de la ignorancia»
(pág. 99), se convierte
en eficaz instrumento de los desaprensivos. Igualmente se plasman
las reacciones psicológicas: tristeza en Antonio
López por haber comprometido su honra, y perversa
alegría en Valentín Cienfuegos, personaje oportunista
que corresponde a los notables de Aves sin nido, con la
diferencia de que participa también de la
idealización limeña.
En la segunda parte se precipita la decisión de Antonio de abandonar el negocio y partir a Lima (caps. IV y VIII), con lo que, a modo de moraleja, asistimos al triunfo de su buena índole impulsada por la de su mujer, que le sirve de ejemplo. La moraleja determinista se completa con otra, que acentúa el planteamiento romántico de la quiebra: la delación vengativa de Valentín se vuelve contra el acusador (caps. IX, XI, XII, XIV y XVI). Los malos siempre pierden.
La seducción soporta el peso novelesco. Perfilada con mayor complejidad, recoge el surgimiento de los celos y las ambigüedades psicológicas de los personajes. Desde luego, no cabe hablar aquí de la maestría de un Clarín en La Regenta, por ejemplo. La peruana acierta a describir, no a sugerir, la vacilación femenina. En cuanto al sacerdote el proceso es más burdamente fisiológico: a partir de la visita a Eulalia en su hacienda, que lo pone en marcha (cap. VII), se desarrolla una fluctuante etapa intermedia de acoso psicológico. En ella se incluyen una entrevista en el confesionario, en la que el clérigo ofrece una aparente ayuda espiritual (cap. XV), y un par de encuentros en las haciendas de los López y Cienfuegos (caps. XX, XXIII y XXV). Mediante sabrosos diálogos se exagera de forma paródica el influjo que la figura sacerdotal ejerce sobre las mujeres, así como sus defectos, presentados sin paliativos. Esta etapa culmina con una propuesta más o menos velada de adulterio (caps. XXVI y XXVII), frustrada por la aparición de los maridos. El asalto definitivo se producirá en casa de los López, al amparo de la circunstancia de la boda campesina (cap. XXVIII). La buena índole femenina se impone y el sacerdote es rechazado.
La segunda parte
de la obra, como ocurría en el caso de la quiebra, describe
las consecuencias de la primera: el chantaje sobre el marido que lo
descubre (cap. I) y las
cavilaciones en torno a posibles forma de rehabilitación
(caps. III y IV), que se
concretan en una hábil huida al servicio del
ejército. La irrupción de este grupo (caps. IV, VII y X) inserta la novela en
el contexto sociopolítico peruano, de más peso en
Índole que en Aves sin nido. El triunfo
militar lleva aparejado el del sacerdote oportunista, que obtiene
una canonjía. Ahora se presenta en toda su crudeza la velada
crítica anterior: «El
ridículo caerá sobre usted sólo, don Antonio.
¿Quién le creerá en la sociedad lo que usted
cuente de mí? Mi condición, mi estado me escudan y
[...] la sociedad es mía»
-dice el cura
Peñas al marido presuntamente ultrajado (pág. 200). La implacable denuncia de
los malos sacerdotes que «siembran en el
confesionario la cizaña de la familia y la deshonra del
hogar»
, en palabras de Antonio López (pág. 209), trata de paliarse, a veces
de modo poco convincente, con la defensa de la religión que,
¡cómo no!, tiene en la capital sus mejores exponentes
(pág. 241).
En conjunto, Índole es más ágil que la novela anterior, ya que los frecuentes diálogos le dan una relativa fluidez, disminuyen los excursos del narrador y se consigue que las intrigas aparezcan imbrincadas en un mismo capítulo.
Herencia supone la culminación del quehacer narrativo de Clorinda Matto de Turner. Es fruto del progresivo deslizamiento de los presupuestos operantes en las dos obras anteriores y de su aplicación a una realidad distinta: el espacio urbano, concretamente Lima, idealizada hasta el momento y cuya figura se desmorona ahora.
La finalidad de la narración es doble y paralela a la que produjo Índole: 1.- Describir una realidad, en este caso, la sociedad limeña abordada bajo el prisma crítico; y, 2.- probar una tesis de tipo naturalista: el poder de la herencia, desglosada en dos campos complementarios, el biológico y el educativo. La obra insiste en el primero, aplicándolo a la mujer. La tesis puede sintetizarse en el siguiente diálogo que mantienen dos personajes masculinos:
(pág. 114) |
A pesar de su
feminismo militante y de haber reconocido la injusticia de la
sociedad que perdona los deslices de los hombres, Clorinda se
muestra mujer de su época al hacer responsables de las taras
hereditarias al género femenino; cuestión que en la
novela es asumido incluso por éste último. La
unilateralidad de puntos de vista al respecto es total: los nuevos
matrimonios están prefijados por sus antecedentes. Por
supuesto, el narrador avala teóricamente el simplista
determinismo zolesco. Los excursos admirativos de tono
romántico han sido sustituidos en su mayoría por
largas disquisiciones explicativas (págs. 152-153, por ejemplo)
encaminadas a fijar cómo el clima y la hora nocturna
doblegan la voluntad femenina, ya minada por la funesta herencia:
«Cuando el sol comienza a ponerse
principia la pasión a actuar en el organismo
femenino...»
-dice en otra ocasión (pág. 178).
La tesis naturalista toma cuerpo de nuevo en una trama de tipo opositivo, ésta vez aceptablemente llevada y centrada en torno de la historia de dos familias, los Aguilera, paradigma de la vacía sociedad limeña; y los Marín, excepción al paradigma. Estos últimos son los conocidos protagonistas de Aves sin nido, historia que se supone aunque las dos obras funcionan independientemente.
La materia novelesca se organiza en torno a tres grandes núcleos secuenciales: el primero se centra en la presentación de los personajes, los Marín (cap. I) y los Aguilera (cap. II) dentro del estrato social alto; y los humildes, el arrivista Aquilino Merlo (cap. III) que seducirá a la hija de los Aguilera, y Espíritu Cárdenas, celestina ocasional de sus amores, símbolo de la miseria económico-moral del bajo pueblo limeño (cap. IV).
La introducción a la alta sociedad capitalina se lleva a cabo por el baile en casa de los Aguilera (caps. V, VII y VIII), ocasión para poner de manifiesto la ausencia de sólidos valores en ese ámbito. Las actitudes de las dos familias se revelan contraponiendo el fin de fiesta en sus respectivas casas (caps. IX y X). Este segundo núcleo secuencial se cierra con la parodia del evento por las clases populares (cap. XI).
A partir del
capítulo XII se desarrolla el grueso de la acción
narrativa, consistente en el relato de dos relaciones, las de
Camila Aguilera - Aquilino Merlo/Margarita Marín - Ernesto
Casaalta, reflejo de las de sus progenitores. La narración
monolítica se va intensificando en torno a este doble
círculo, hasta su culminación matrimonial acelerada
en los últimos capítulos (XXIV-XXXII); apostillada
por el narrador en el párrafo final: «En el curso de la vida, a través de los
sucesos, Margarita y Camila habían entrado en
posesión de lo que les legaron sus madres: su
educación, su atmósfera social y más que su
sangre era pues la posesión de la HERENCIA»
(pág. 247).
Aunque es claro el sello naturalista en la concepción global de la obra, así como en el proceso de seducción de Camila, siguen percibiéndose elementos románticos. Casi todos afectan a la pareja ejemplar: desde la figura de Ernesto, noble pero pobre, hasta los acontecimientos novelescos, como la compra del billete (cap. XII) que al ser premiado facilita su boda (cap. XVI). Esto es algo característico, aunque no privativo de Clorinda Matto: recordemos las primeras narraciones de la condesa de Pardo Bazán, por ejemplo.
La crítica
del funcionamiento social basado en las apariencias que lleva a las
familias hasta la quiebra es directa y recorre todo el relato,
agudizándose en determinados momentos (caps. X, XIX y XXVIII). Fernando
Marín reflexiona sobre ello actuando como portavoz de las
preocupaciones de la Matto: «Las fortunas
del vecindario se desmoronan a la luz del gas de las tertulias que
obligan a sacrificios y que no son más que el fruto del
anhelo de ostentar ante el mundo lo que no se tiene»
(pág. 158). Se
señalan la ausencia de caridad limeña y los
fraudulentos manejos políticos mediante tramas secundarias
(caps. XII y XIX) que, aunque
en menor medida, adolecen de los defectos detectados en Aves
sin nido. Todavía la tesis se impone a la estructura
narrativa.
La trayectoria novelesca de Clorinda corre, pues, paralela a sus vivencias: idealización de la lejana capital que, tras su conocimiento directo, se hunde. El ciclo se ha cerrado tras abarcar inquisitivamente el entorno a su alcance.
- Tradiciones cuzqueñas, Arequipa, Imprenta La bolsa, 1984, vol. I; Lima, Imprenta de Torres Aguirre, 1886, vol. II.
- Aves sin nido, novela peruana, Buenos Aires, F. Lajoune, 1869.
- Aves sin nido, Lima, Imprenta del Universo de Carlos Prince, 1889; prólogo de Emilio Gutiérrez de Quintanilla.
- Bocetos a lápiz de americanos célebres, Lima, Imprenta Bacigalupi, 1890.
- Índole, novela peruana, Lima, Tipo-litografía Bazigalupi, 1891.
- Leyendas y recortes, Lima, Imprenta La Equitativa, 1893.
- Herencia, Lima, Imprenta Bacigalupi, 1893.
- Boreales, miniaturas y porcelanas, Buenos Aires, Juan A. Alsina, 1902.
- Viaje de recreo, Valencia, Sempere, 1909.
- CAMPBELL, Margaret V., «The Tradiciones cuzqueñas», Hispania, XLII, 1959, págs. 492-497.
- CASTRO ARENAS, Mario, «Clorinda Matto de Turner y la novela indigenista»; en: La novela peruana y la evolución social, Lima, Cultura y Libertad, 1965, págs. 105-112.
- CORNEJO POLAR, Antonio, «Clorinda Mato de Turner: para una imagen de la novela peruana de siglo XIX», Escritura, 1977, págs. 91-107.
- CUADROS, Manuel E., Paisaje y obra. Mujer e historia. Clorinda Matto de Turner: Estudio crítico-biográfico, Cuzco, H. G., Rozas, Sucs., 1949.
- SCHNEIDER, Luis Mario, «Clorinda Matto de Turner»; en: Clorinda Matto de Turner, Aves sin nido, Nueva York, Las Americas Publishing Company, 1968; edición, prólogo y notas de Luis Mario Schneider, págs. VII-LIII.
- TAMAYO VARGAS, Augusto, Guía para un estudio de Clorinda Matto de Turner, Lima, Turismo 1945.
- YÉPEZ MIRANDA, Alfredo, «Clorinda Matto de Turner en el 90 aniversario de su nacimiento», Revista Universitaria, XXIII, núm. 86, Cuzco, 1944, págs. 156-174.