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Martín Morán, José Manuel.
El Quijote
en ciernes. Los descuidos de Cervantes y las
fases de elaboración textual
Texas A & M University
Al estudiar los descuidos de Cervantes como evidencia de las
etapas de la creación del
Quijote, Martín Morán se
propone
«reconstruir [su] coherencia textual»
(10) y descubrir aspectos esenciales del texto tales
como su unidad, la función del narrador y su dimensión
paródica. Se trata de algo así como intentar la cuadratura del
círculo crítico de los estudios cervantinos, la
«reconstrucción ideal del
Protoquijote»
(18), y lo logrado en el proceso es, si no definitivo,
una contribución notable, digna de aprecio y encomio.
El libro está dividido en cinco capítulos; el primero nos presenta a manera de introducción un breve historia de cómo la crítica ha tratado los descuidos y ofrece una clasificación de los mismos. Los capítulos 2 y 3 se ocupan de analizar las incongruencias y el papel de Cide Hamete en la Primera Parte, mientras que los dos restantes, invirtiendo el orden, estudian la función del narrador múltiple y las incongruencias de la Segunda Parte.
El minucioso análisis textual, los intrincados
razonamientos con respecto a la lógica espacial y temporal del texto y
la inevitable abundancia de especulaciones y conjeturas hacen que a menudo este
lector se sintiera algo aturdido y confuso. Sin embargo, si bien las pruebas
particulares sobre la reordenación del texto lleguen a ser
difíciles de seguir, y aun de aceptar, los hallazgos resultantes
constituyen en su conjunto una aportación válida; la
elaboración fragmentaria del
Quijote y la
«especial atención al episodio en detrimento de la
unidad superior de la trama»
(19) nos parecen ahora premisas indiscutibles. Pero
sin duda la aportación crítica de mayor importancia es la
relacionada con el análisis del papel de Cide Hamete. En la Primera
Parte, Martín Morán lo ve como una manera de dar a la historia
unidad, estructura interna (113), y lo relaciona con otras dos decisiones: la
reordenación de capítulos y la interpolación de novelas.
En este contexto, es lástima que Martín Morán no llegara a
conocer a tiempo lo dicho al respecto por James Parr en Don Quixote:
An Anatomy of Subversive Discourse (Juan de
la Cuesta, 1988). Especula que en un principio el texto no llevaba
división en capítulos y que Cide Hamete no pudiendo ser su primer
autor,
—130→
según las menciones que se hacen en el texto, queda
reducido a un
«instrumento de composición de su relato»
(129). El orden de elaboración textual
sería: 1) división en capítulos, 2) división en
partes e introducción de Cide Hamete, 3) interpolaciones, 4) retoques a
divisiones en partes y 5) nuevas interpolaciones. Este orden le lleva a
concluir que en su primera versión el
Quijote consistía de tres partes de
ocho capítulos cada una, habiéndose introducido las
interpolaciones y retoques entre los presentes capítulos 8 y 9 y 21 y
22.
La inclusión de la Primera Parte en la Segunda afecta el
papel de Cide Hamete, visto ahora por Martín Morán como
«autor ficticio»
(145),
«ficcionalizado»
(164) y finalmente personaje o
«ente imaginario»
(193). En contraste con la Primera Parte, es ahora
narrador múltiple con dos funciones bien delimitadas; una
paradigmática, de cara a la parodia de los libros de caballerías,
y otra sintagmática en relación con su realización como
narrador (153). Esta división se elabora en torno al análisis de
las funciones de las voces narrativas siguiendo la tipología de Genette.
Cide Hamete domina las funciones narrativa y testimonial y comparte con el
segundo autor las funciones organizativa, comunicativa e ideológica. De
nuevo aquí la referencia a Parr resulta ahora imprescindible. A
través de ejemplos textuales Martín Morán da prueba de la
inconstancia como voz autónoma y de la falta de omnisciencia de Cide
Hamete, mientras que las intervenciones del segundo autor,
«responsable directo del efecto irónico»
(190), se remiten a su función paródica.
Estamos plenamente de acuerdo con que la perspectiva narrativa de Cide Hamete
obedece siempre a la parodia del motivo del
«autor ficticio y remoto»
de los libros de
caballerías
(197), aunque no sea esto del todo original.
El estudio de las incongruencias presentes en la Segunda Parte,
de menor número, pone de manifiesto cómo las exigencias de la
situación contradicen a veces informaciones pasadas. Asimismo, los
cambios observados en Sancho Panza y don Quijote parecen estar motivados por la
«necesidad de satisfacer las expectativas del
público»
(211), a lo teatral. Niega por lo tanto toda
quijotización o sanchificación. En cada caso los cambios son
«acomodación al molde comportamental»
de
las situaciones
(214-15). Cervantes busca dar a su relato coherencia
paradigmática en lugar de sintagmática. Las aparentes posturas
contradictorias de los personajes no son producto de un desarrollo gradual,
sino
«cambios bruscos con lo que se diría que Cervantes
busca la eclosión súbita de los significados, la
manifestación efectista de las características de los
personajes»
(215).
El Quijote en ciernes representa un sólido avance con respecto a la interpretación de los descuidos de Cervantes y su comprensión como base de la elaboración del texto y constituye, por sus razonables conjeturas y convincentes razones, una valiosa aportación crítica que ha de ser el punto de partida inevitable de toda futura investigación.