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La interpretación esotérica del Quijote tenía un precedente en Puigblanch, Opúsculo gramático-satírico, Londres: Guthrie, 1832-34. Díaz de Benjumea insistió en sus interpretaciones, más que en los comentarios acompañando su edición del Quijote, en sus opúsculos sueltos: Comentarios filosóficos del Quijote, en América, Madrid, nov-dic 1859; La estafeta de Urganda, Londres: Wertheimer, 1861; El correo de Alquife, Barcelona: Alou, 1886; etc. Tuvo otros continuadores: Polinous (Benigno Pallol), Interpretación del Quijote, Madrid: Ríos, 1893; Villegas, Estudio tropológico sobre el don Quijote de la Mancha, Burgos: Correo Burgos, 1899; etc., etc., hasta incluso nuestros días. (N. del A.)

 

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Es muy difícil determinar el número exacto dada la falta de precisión entre ediciones, reimpresiones o simplemente cambios de portada con simples variantes; truco, este último, muy empleado por casas editoras poco escrupulosas y que aún hoy en día es corriente. (N. del A.)

 

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Asensio, al que por otra parte se le deben algunas aportaciones valiosas sobre Cervantes, se atrevió a publicar su edición, DQ:B-1898-Seix, modificando el orden y la numeración del los caps. de la primera parte, que repartió en 54 en vez de los 52 originales. ¡Y esto a punto de entrar en el siglo XX! Seguramente actuó así para hacer honor a sus propias palabras en el proemio de su edición (t.I, p. viii): «No obstante ser en todas ellas (las ediciones) el mismo el texto, ó muy semejante, cada editor procura enriquecer su libro con nuevos alicientes que despierten la curiosidad de los lectores». Parece que esta teoría de la libertad del editor de «enriquecer» (lo que es un supuesto muy discutible) el texto editado, y que Asensio proclamó abiertamente, es la que siguen los editores, incluso actuales, al socaire de la libertad que les confieren sus estudios e investigaciones. Cfr. los artículos de Flores, Allen y Eisenberg, que citaré luego, que defienden esta postura. Los resultados nefastos al hacer uso de esta autoatribuida libertad están a la vista. El investigador debe dirigir sus esfuerzos al esclarecimiento de la verdad, y, sobre ella, divagar como mejor le venga en gana; pero no le está permitido alterar los datos objetivos que, en sus investigaciones, se halle al paso. (N. del A.)

 

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Prefiero no comentar el engendro de Feliciano Ortego, con su DQ1:Palencia-1884-Ortego, que pretendió hacer pasar los comentarios y las notas marginales como manuscritos del propio Cervantes. (N. del A.)

 

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En realidad, seguimos inmersos en una confusa nebulosa creada en torno a Cervantes y en la interpretación de sus obras, y de ello no están libres de culpa autores tan prestigiosos como Unamuno, Ortega y Gasset, Américo Castro, etc. Mas esto es irremediable. Los falsos Avellanedas seguirán repitiéndose incansablemente, para entretenimiento y desesperación, a la vez, del «curioso» investigador. ¡Laus Deo! (N. del A.)

 

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Introducción, t.I, p. xv: «En esta edición de Don Quixote hemos procurado presentar el texto limpio de las arbitrarias alteraciones introducidas por nuestros antecesores. Hemos seguido de cerca el plan de The Cambridge Shakespeare, imprimiendo íntegramente el texto de la primera edición, salvo patentes errores de imprenta, añadiendo en las notas las variantes de más importancia y rechazando toda enmienda conjetural cuando nos parece que el texto primitivo expresa mejor las intenciones del autor». Pero estas palabras suenan más bien a excusa previa para justificar las enmiendas, no siempre correctas, que se permiten. Ciertamente, algo más tarde advierten los mismos editores (p. li) que «Siempre que hay posibilidad razonable para creer que Cervantes escribió lo que aparece impreso en la editio princeps, rechazamos toda enmienda», para acto seguido anunciar también que «Cuando nos ha parecido indispensable una corrección...», etc. O sea: que el criterio personal priva antes que el criterio objetivo. (N. from the A.)

 

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Los mismos que censuraron a Fitzmaurice-Kelly y Ormsby incurrieron luego en iguales o parecidos errores. El texto de Fitzmaurice-Kelly no tuvo mucho éxito en España, pero fue reimpreso varias veces en Edimburgo y creo que también en los Estados Unidos. (N. from the A.)

 

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Los desmanes cometidos con el Quijote a raíz del centenario son incontables: ediciones conmemorativas, ediciones centenarias, comentarios patrióticos, homenajes, condecoraciones...; pero dentro del cúmulo inmenso de trabajos publicados hubo algunos verdaderamente serios. En el centenario del nacimiento de Cervantes, en 1947, imperaron más la sobriedad y la prudencia. (N. del A.)

 

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En la portada: «Primera edición crítica, con variantes, notas, y el diccionario de todas las palabras usadas en la inmortal novela». Este diccionario no llegó a publicarse. De la introducción no resultan claros los criterios seguidos, pero véase el método empleado, según se explica en t.I, p. clxv: «Veintiséis jóvenes (y en nota, su nombre), sentados en torno de una mesa, repitiendo la lectura de cada capítulo hasta diez y doce veces, anotando las variantes que van saliendo, otro; eligiendo entonces el que esto escribe la lección más razonable, cuando el caso no parece dificultoso, o suspendiendo el juicio hasta nuevo y maduro examen, es espectáculo que consuela el ánimo...» Los resultados no fueron tan consoladores. (N. del A.)

 

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Basta el primer detalle que inmediatamente salta a la vista, y que es sintomático de todo el texto; «don Quixote» es transcrito siempre con el «don» abreviado; «D. Quijote». (N. del A.)