71
En el prefacio de Stephen Gilman a su libro Cervantes y Avellaneda. Estudio
de una imitación, dice este crítico que el Apócrifo es «significativamente ajeno al
Quijote original»
(12) y exhibe un constante «desprecio» del autor por su héroe. Se
pregunta por qué imitó Avellaneda «a un autor por el que, según todas las apariencias,
sentía aversión»
(13). Para él se trata, pues, de «un sólo autor»
(14).
72
Eisenberg (131) percibe «evidentísimas»
diferencias «lingüísticas y estilísticas
entre el texto y el prólogo»
, que concibe pudo haberlo escrito Lope.
73
En el capítulo I, 22 (comunicación personal). Es una posible alusión a un estado anterior del texto.
74
En Cervantes y el duque de Sessa, José de Armas habla de «una amistad
íntima de Lope con Luis Rosicler, un practicante francés de las artes ocultas»
(71).
Es información de Eisenberg, quien no da crédito a tal suposición, dado el momento
histórico y la falta de correspondencia entre las fechas («Cervantes, Lope
y Avellaneda» 127 n. 19).
75
Sobre el origen y desarrollo del símbolo medieval del mono como parodia e imitación servil, véase Curtius, «El mono como metáfora» (2: 750-52). Ha sido recurso cervantino en más de una ocasión, el más original, quizás, el de la alegoría de Antonomasia, como apunto en la nota 55.
76
Referencias de Forcione (147 n. 80).
77
Sobre las relaciones entre Jerónimo y sus suegros, de quienes dice Pasamonte
ser «asiduos practicantes de la hechicería»
y de quienes es objeto de numerosas
maldades, véase Riquer, Cervantes, Passamonte y Avellaneda 44-46.
78
En el pasaje sobre la recuperación del rucio, añadido al capítulo I, 30 de la segunda edición de Juan de la Cuesta, p. 380 de la edición de Murillo utilizada.
79
Véanse «El cautiverio en Argel» en mi Cervantes y su concepto del arte (517-49), «¿Quién era Belerma?» y «Unas palabras más».
80
El meticuloso y exhaustivo trabajo de Riquer en la introducción al Apócrifo (1: vii-xcvii) corrobora el fallo de don Quijote sobre su origen zaragozano.