La premisa
mayor de
La gitanilla es que «la codicia por
jamás sale de nuestros ranchos». Además de ser
intuición de Cervantes, esta implantación de anhelos materiales
en el alma de cada personaje, el gitanismo de la obra, es la herencia de los
grandes antecesores literarios de
Las novelas ejemplares, el
Lazarillo de Tormes y, sobre todo, el
Guzmán de Alfarache, cuya
importancia para Cervantes se revela en el acto de supresión de Mateo
Alemán en el prólogo a las
Novelas. El universo descubierto por
La gitanilla es, desde luego, un mundo
mixto e impuro en el cual predomina el deseo, irrefragablemente aliado con el
alma mientras viva el cuerpo. No permitiéndole a Cervantes las mismas
condiciones de la empresa artística desterrar de ella lo concupiscible,
acepta, invierte, y explota esta economía compuesta de elementos
tradicionalmente incompatibles por crear un orden material regido por la
virtud. Para lograr esta plenitud Cervantes sistemáticamente incluye y
cultiva en
La gitanilla personas y ambientes antes
creídos marginales, y hace fructificar a los gitanos. La esterilidad de
éstos paradójicamente contribuye a la dichosa abundancia
espiritual que apetece y realiza la novela. La estancia de Preciosa y
Andrés en el mundo demoníaco de los gitanos es así una
estación en el infierno, invierno que prepara mediante negras tardanzas
el brillante brote primaveral de un amor inagotablemente
dadivoso.
Una investigación sobre los trabajos
de Cervantes en conjunción con los documentos y los estudios
históricos sobre la ropa demuestra que el atuendo de Diego de Miranda
(Don Quijote II, 16) ni sigue el modelo de los trajes de
los bufones del Norte de Europa ni constituye una metáfora que indica
degeneración del carácter, como han sugerido algunos
comentaristas. Antes bien, la ropa de Don Diego está en perfecto acuerdo
con su estado de hidalgo rural español y, a la luz de la manera de
vestir de su época, manifiesta una tendencia decididamente
conservadora.
Para probar
ante el Canónigo de Toledo la historicidad de los libros de
caballerías, don Quijote inventa una aventura caballeresca
prototípica, en que un paladín se arroja a un lago hirviente y en
su fondo encuentra una tierra maravillosa; allí el caballero es acogido
por unas doncellas que lo llevan a un castillo, donde la más hermosa de
ellas lo desnuda y lo baña. Roger M. Walker ha demostrado que la
mayoría de este episodio proviene del
Caballero Zifar, pero la sección
sobre el baño, con la evocación de un lujoso ambiente oriental,
con doncellas desvestidas que lavan al desarropado héroe, parece derivar
del episodio del
Salabaetto e Iancofiore
en el
Decamerón (VIII, 10). Claro
está que tal aventura realmente prueba todo lo contrario de lo sostenido
por don Quijote, o sea, que los libros de caballerías eran
fantásticos y no históricos, mas el relato también sirve
para recalcar la innata sensualidad de su añoso
narrador.