En el dilatado territorio comprendido
entre la sierra de Gomera, el Océano y el Sebú en el reino de
Fez, se encuentran no restos, sino vestigios de ruinas de antiguas poblaciones
minuciosamente recorridas por el que suscribe estas líneas.
Principiaremos por las de
junto al
riachuelo de este nombre, que ocupando una especie de cuadrilátero de
100 metros de lado, en cierto terraplén de la orilla derecha, conserva
únicamente hacia el extremo de su ángulo meridional algunas
brazas de pared, despojada de su antiguo revestimiento de sillares. Aun
restituyéndoselo mentalmente, lo cual daría á la obra el
carácter de la antigua construcción mural llamada
emplecton, harto débil se nos
antoja la pared existente para muralla destinada á la defensa de una
estación romana de cierta valía, aislada en medio de aquellos
campos y á una distancia tan considerable del
Lixus, de
Oppidum Novum y de Aurelia
Banasa. Después de hecha la
observación, tomamos nota de que M. Tissot sitúa en Suáir
la estación romana de
Frigidae. Nos parecen, no obstante, poco
fundadas las afirmaciones de tan ilustrado autor; y aun creemos que se
desvanecen ante la simple observación de que una estación
destinada á servir de enlace á dos colonias tan importantes como
las que acabamos
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de nombrar, y establecida en el centro de un
país conquistado y siempre dispuesto á rebelarse, no hubiera
debido ocupar un sitio en el llano, al borde de un riachuelo, cuyo cauce
atestigua no haber tenido nunca mayor importancia que la actual, ni contar con
muros relativamente débiles. ¿Cómo suponer, además,
que los romanos hubiesen olvidado en
Frigidae la constante práctica de
erigir sus fortalezas
(Castra) en parajes elevados y dominando
puntos verdaderamente estratégicos? Otra reflexión
convencerá al más incrédulo de que en
Suáir no pudo existir ninguna
estación romana de la importancia que debió alcanzar
Frigidae.
Desde las orillas del
Luccus
hasta el
Ras-el-Daura
estaba en
lo antiguo cubierto el país de una inmensa selva de encinas y
alcornoques, cuyos, restos son los actuales bosques de Larache
de
Jebila
y del
Jerishi
La
adopción de un camino estratégico definitivo, á
través de un matorral interminable y espeso, en donde se viesen las
tropas amenazadas de constantes peligros y celadas, sería un
contrasentido según el arte militar; y mucho más lo sería
que el mercader y el simple viandante tomasen de ordinario una vía tan
azarosa y comprometida, que les ofreciese á cada paso riesgo de muerte.
Donde debe buscarse, pues,
Frigidae, no es en
Suáir, sino en alguna de
las alturas de
Jebel Dal
que próximo al río
Emda
se encuentra en el verdadero camino por donde debió necesariamente
seguir el trazado de la vía romana de
Lixus á
Oppidum Novum, cruzando
el Luccus por debajo de Sidi
Ueddar
continuando por el
Adir
y volviendo á atravesar aquel río por el
hundido puente cuyas ruinas se miran debajo del agua muy cerca de
Meshrá el Neshma
y de
Oppidum Novum á
Aurelia Banasa, hoy
Sidi Alí Bujennun.
El que suscribe, aunque incompetente en estas materias, pero
ateniéndose al examen que ha hecho
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de las diferentes
localidades, no vacilaría en fijar tal trazado, haciéndolo pasar
desde
Oppidum Novum, algo al
E. del soco de
umaa de
Taganáut
por el mismo camino que hoy al efecto se utiliza. Desde
umaa
al Jebel Dal
subiendo á este monte por el collado llamado
todavía
Bab-Enserani
ó puerta del cristiano,
cuyas dos alturas laterales ostentan las ruinas de una población romana:
conservándose además en el país la tradición de
existir en otros puntos de la montaña muchos edificios sepultados debajo
del suelo. En
Bab-Enserani
debe, pues, buscarse la estación romana de
Frigidae,
punto estratégico elevado, y desde el cual se divisa al Mediodía
el Sebu
y
Sidi Alí
Bujennum
ó
Aurelia
Banasa, y al N. buen trecho de campiña. En cuanto al nombre mismo
de
Frigidae,
cuya analogía cree encontrar M. Tissot en los frescos manantiales
vecinos á
Suáir,
más propio sería aplicarlo al
Jebel Dal
de cuyas laderas brotan con abundancia numerosas
fuentes. Y observando que
Jebel Dal
se encuentra precisamente á mitad del camino de
Oppidum Novum
á Aurelia Banasa, es decir, á unas cuatro horas de distancia
de entrambos puntos, espera el que suscribe haber probado asaz el fundamento de
las opiniones que sustenta.
Puesto que en
Jebel Dal nos encontramos, y que desde el
collado de
Bab-Enserani hacia el S. y allende del
Sebú hemos dado vista á
Sidi Alí Bujennun
y que en
Sidi Alí Bujennun se encuentran
las ruinas de AURELIA BANASA cubiertas de tierra y vegetación, digamos
algo acerca de ellas. Si Banasa fué importante por su situación
respecto á las demás colonias romanas del país, no cabe
atribuirla gran valía en proporción del área de la ciudad,
que en las dos colinas sobre que se extendía, apenas ocupó un
espacio mayor de dos hectáreas. Hé aquí lo que allí
he visto: dos cuadradas
cubbas con pajizo techo y formadas con
ladrillo extraído del arruinado puente que en la
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época romana existió en aquella parte del Sebú; restos de
murallas que apenas sobresalen del suelo al S. de lo que fuera como la
acrópolis, y en donde va el tiempo descubriendo lo que debieron ocupar
las
puticulae ú hoyas sepulcrales
comunes, á juzgar por el espesor que tiene la capa de huesos visible hoy
día; un pedestal incompleto, con una inscripción conmemorativa
que se remonta al año 177; un pozo circular romano revestido de
sillares; una
quadra ó base de columna de
blanco mármol colocada á manera de ara, ó más
propiamente de asiento enfrente de una sepultura árabe y en medio de un
sembrado de habas á dos mil pasos de distancia de las ruinas, un capitel
corintio con sus volutas mutiladas y teñido de amarillo por los
óxidos térreos. Nada de paredes, nada de edificios, nada de
restos de productos cerámicos. Las tumbas musulmanas se han sobrepuesto
á los sepulcros paganos. A no ser por la incompleta inscripción
del pedestal no se hubiera llegadlo quizá á poder identificar
nunca la coincidencia de Sidi Alí Bujennun con
Banasa. M. Ernest Desjardins, sabio
amigo de M. Tissot, ha cuidado de restablecerla11, no sin algunas equivocaciones que ha rectificado
Wilmanns12:
imp
caesari
l. aurelio commodo
augusto germanico
sarMATICO PONTIfici
maXIMO TRIBVNIciae
potesTATISP
P
COS
cuRANTIBVS C
CASTRICio
..IIO ET · Q · IVNIO GA
...II VIRIS · COL
aur?ELIAE BANASAE
l. D · D · D ·
Posible sería que el curioso investigador no acertase hoy á encontrar —44→ esta monumental piedra entre las ruinas de Banasa, si no advirtiésemos que, deseando cerciorarnos de si en su reverso contenía algún otro signo ó indicación, la hicimos volver del lado opuesto, de modo que hoy la inscripción se encuentra debajo contra el suelo.
Una última observación nos resta que hacer. En 1870, cierto Sherif llamado Sidi Hamed Nasiri, que todavía vive hoy (1885) en Larache, trajo al autor la inscripción del pedestal mencionado, si bien conteniendo varias equivocaciones por no haber hecho el moro más que copiarla como si fuese un dibujo. Al pasar M. Tissot por Larache en 1871 con objeto de hacer un viaje al interior, tuve yo el gusto de hablar largamente con él sobre cosas mauritanas y de entregarle la copia traída por Sherif, haciéndole la indicación del sitio del hallazgo. De esta suerte13 pudo el sabio ministro de Francia descubrir el verdadero emplazamiento de Aurelia Banasa, que ignoraron hasta entonces todos los geógrafos.
Ligada á
Aurelia Banasa por el puente, ó
tal vez con objeto de defender la preclara colonia en caso necesario contra el
enemigo, debieron tener los romanos en la orilla opuesta del Sebú alguna
fortificación de corta importancia. Los árabes han conservado por
tradición la existencia del mencionado reducto, llamando á una
especie de
agger de cerca de 8 metros de
elevación, convertido hoy en cementerio,
Alcoléa
ó el
fortín. Recorriéndolo en todos sentidos, pudimos
únicamente encontrar una gran piedra labrada de un metro en cuadro.
Examinada de cerca nada se observaba en ella; pero á un paso de
distancia parecía vislumbrarse vagamente el contorno de una S.
Indudablemente aquella piedra había contenido una inscripción.
Muy probable sería que, si en las ruinas todavía subsistentes
allí y en otros parajes de la Mauritania se practicasen ordenadas
excavaciones, se encontrarían
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con abundancia objetos de
arte, medallas y monedas. Hoy guarda todos estos tesoros arqueológicos
la avara tierra, para legarlos lal vez á otras generaciones; siendo para
la ciencia incalculable ventaja la superstición árabe y la
creencia de los indígenas en los espíritus maléficos que
pueblan las ruinas; pues de lo contrario, la codicia les impulsaría a
empuñar la zapa y el pico destructor para extraer (aniquilando de paso
cuanto encontrasen) los montes de oro y plata que suponen en ellas
enterrados.
TEODORO DE CUEVAS.
Larache, 26 de Junio de 1885.