91
Cód. «discencium.»
92
Liber Mariae, fol. 61 v. 62 r.
93
BOLETÍN, t. VI, pág. 418, 419.
94
«Y en el año 130 (1370 de J. C.) hubo ocasión de angustia para todas las aljamas de Castilla, y para la aljama de Toledo doblemente, pues estuvieron sitiadas hasta que comieron carne de sus hijos, y murieron 28.000 personas de judíos por causa de la guerra de dos reyes, en la cual mató el rey D. Enrico á su hermano... D. Pedro, el mismo que había quitado la vida con tormentos (castigos de efecto mortal) en la cárcel al rabí Samuel Halevi, quien hiciera sinagoga en Toledo, y otras sinagogas en Castilla, y grandes bienes en Israel.» Zacuto. Ed. de Filipowski, pág. 224.
95
Ya en el capítulo I de la Crónica del Rey D. Pedro, hablando el gran canciller de la batalla del Salado, escribía: «E fue esta batalla ante la villa de Tarifa, lunes treinta días de Octubre, año del Nacimiento de Nuestro Señor Jesu Christo de mil trescientos é quarenta, e de la Era de Cesar mil e trescientos setenta y ocho, e del Criamiento del mundo, según la cuenta de los Hebreos, en cinco mil e cien años, e del año de los Alárabes setecientos e cuarenta e dos.» Señalando después la fecha correspondiente á los años de los reinados de D. Pedro I, D. Enrique II, D. Juan I y D. Enrique III, á contar desde el segundo del rey muerto en Montiel al quinto de D. Enrique III (último que se conserva narrado en su principio, según la manera general usada por López Ayala), indicaba en igual forma la cuádruple correspondencia. De tal suerte, al comenzar la relación del año 1351, segundo de D. Pedro, el autor se expresa en estos términos: «Año segundo que el Rey D. Pedro reinó, que fué año del nacimiento de Nuestro Señor Jesu-Christo de mil trescientos cinquenta e uno, e de la Era de Cesar, segun costumbre de España, de mil trescientos ochenta e nueve, e del Criamiento del mundo, según la cuenta de los Hebreos, cinco mil ciento e once, e de los Alárabes, en que Mahomad comenzó su secta, setecientos e cinquenta e tres.» A este tenor encabeza, con solo variar los guarismos, todos los años siguientes hasta el 1395 de la Era Cristiana.
96
Escritores judíos como Isaac Cardoso (Las Excelencias y Calumnias de los Hebreos; Amsterdan, 1679, p. 373) y varios historiadores cristianos, entre los cuales debe citarse el anotador de la Historia del P. Mariana en la edición de Valencia, han declarado fabulosa la especie, en atención á no mencionarse en la Crónica de D. Juan II; pero la razón de este particular se explica más satisfactoriamente por la noticia de cierta exculpación póstuma, de que hablaremos más adelante.
97
El texto íntegro del documento puede leerse en el apéndice núm. LXXVII, impreso como suplemento á mi Memoria Estado social y político de los mudejares de Castilla, que tuvo á bien laurear la Academia en el concurso perteneciente al año 1865. Aparece asimismo reimpreso un extracto de él, bastante prolijo, en el primer tomo de mi obra, intitulada Instituciones jurídicas del pueblo de Israel, páginas 275-277.
98
Describiendo Samuel Usque las predicaciones de San Vicente Ferrer en su titulada Consolacoes (III, N. 22; Ferrata, 1553), se expresa de esta suerte: «E, amuntinando um grande número de gente, sahió com ella penas cidades, com um crucifijo nas manos e um Çefer da Ley em braços, chamando em altas e temerosas vozes, que se viessen recoller debaixo a Cruz.»
99
Existe una
quinah ó elegía de cierto
interés, relativa á estos sucesos, dada á la estampa por
vez primera (1855) por Ben-Jacob y Jellinek en la introducción al
(Escudo de los Padres), de Simón b. Z.
Durán, quien había emigrado á África. Ha sido
reimpresa sin ninguna traducción por Mr. Graetz (Geschichte der Juden,
tomo VIII, páginas 111 y 112, nota 2 de la segunda edición).
Aunque parece á primera vista equivocación de los editores el
haber incluido en la primera estrofa dos versos terminados en
rima propia de los de la segunda, es de advertir
que forman un estribillo dístico, el cual se repite al final de todas
las estrofas, variando en cada una el primer verso.
Sin lisonjearnos de haber acertado en todo, dadas las formas libérrimas que usa el hebreo rabínico en materia de lexicología y de sintaxis, mayormente en las composiciones en verso, y aceptando con Graetz que la primera palabra del ritornelo de la segunda estrofa (Ba por Abba) se refiere á San Vicente, ensayamos esta traducción castellana:
99.1 |
Isa., LXI, 20. |
99.1 |
Todo lo destruyeron. Frase bíblica. Fürst. Concord., t. II, p. 555, col. 2. |
99.1 |
Cant. v-7; Reyes 1-37 ed. de Hahn. |
99.2 |
Esto es, escribieron contra mí o sobre mí acerbos suplicios. |
100
Refiriéndose Aben-Verga á la autoridad de
Abravanel en sus glosas al Deuteronomio materia sacada probablemente del libro
de Efodi, intitulado
habla con amargura (pág. 89 de la
edición de Wiener; Hannover, 1855) de «la segur de San Vicente
.
Josef Ben-Josua Ben-Mayr Ha-Cohen, en sus Crónicas del Reino de Francia y de Turquía, se expresa en tales términos: «En los días en que eran Papas Eugenio y Félix, la destrucción iba en aumento en España, cabiendo mucha parte de los males al pueblo de Israel. Entonces se levantó en la ciudad de Valencia Fray Vicente Ferrer, de la Orden de Santo Domingo (Baal Domingo, dice el texto), el cual quiso ser un Satán para él; pues lanzaba en su persecución á todos los habitantes del país, imponiendo á muchos hebreos el bautismo y quemando á otros en la hoguera. Los amotinados arrojaban al fuego los libros de nuestro Dios, hollándolos y esparciéndolos por las calles. Ni se contenían en desgarrar las carnes de las madres á la presencia de los hijos. Mis antepasados salieron en tales días de la ciudad de Cuenca, y se refugiaron en el castillo de Huete, donde permanecieron. Los que estuvieron al alcance de los alborotadores fueron sacrificados. Algunos de ellos daban muerte á sus hijos y á sus hijas, cuidando en esto de que no fuesen deshonrados con apostasías. Otros trocaron su gloria por cosa de menos provecho, en lo presente y en lo porvenir.» (Edic. de Londres, t. I, páginas 264, 265 y 266.) El mismo autor asegura en el Emec Habacá (Valle de Lágrimas, edición y traducción francesa de Julian Sée, Paris, 1881, p. 84) que el número de los judíos muertos, en aquella persecución, llegó á «ciento cincuenta mil, y el de los convertidos á quince mil solamente.»