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Excmo. Sr.: La parte del África septentrional vecina á nuestras costas, que por la conformación de su suelo y la naturaleza de sus producciones tanto se asemeja á nuestra Península, ha gozado siempre el privilegio de llamar poderosamente la atención en España, y cuando ahora más que nunca tienen todos fija la vista en los futuros destinos de esa tierra, natural es que volvamos nosotros los ojos á los tiempos pasados y procuremos aclarar los orígenes y recordar las antiguas glorias de la gente siempre indómita, que con igual impaciencia que sufrió el yugo romano ha llevado después la supremacía árabe y aguanta hoy el cetro de los monarcas indígenas.
Ocasión para discurrir sobre materia de tanto interés nos brinda el obsequio que M. Tissot ha hecho á esta Academia al ofrecerle, ejemplares de sus obras tituladas Notice sur le Chott el Djerid; Itinéraire de Tanger á Rabat; Sur les monuments mégalithiques et les populations blondes du Maroc; La Libye d'Herodote y Recherches sur la Géographie comparée de la Mauretanie Tingitaine.
El autor, dotado de sólidos conocimientos en las lenguas griega y latina, familiarizado con la árabe y no del todo extraño á la berberisca, ha residido largo tiempo en el Mogreb, y escudado con su carácter diplomático, ha visitado buena parte del territorio, examinando escrupulosamente los lugares, llevando consigo los textos de Hannón y Scylax, de Plinio y Mela, de Estrabón y Tolomeo, del Becrí y del Edrisí, de Mármol y de León Africano; y es fácil comprender que con tales elementos y no común sagacidad, hayan sido notorios y dignos de gran estima los adelantos que para la geografía antigua señalan los libros indicados.
La raza dominante en lo que fué antigua Mauritania, por más que se diga mucho en contrario, es la primitiva líbica ó númida, llamada hoy berberisca. Ni los fenicios, ni los cartagineses, ni los —215→ romanos hicieron más que sujetar el país desde algunas colonias y puestos militares; los vándalos fueron totalmente destruídos lo mismo que los árabes de la conquista, y solamente en el siglo V de la hégira vinieron de la Arabia septentrional algunas tribus, que son el único tronco de la parte actual de población de raza arábiga. Bien es verdad que se tiene á sí misma por tal, aquí como en el resto del África, toda la que olvidada de su lengua nacional ha adoptado el uso de la flúida y elegante en que les ha sido el alcorán enseñado, pero los rasgos de la fisonomía, las costumbres tradicionales y el testimonio de la historia, deponen unánimes contra pretensión tan infundada.
Las razas pobladoras, aquellas que han ocupado el suelo con sus familias y sus ganados y lo han hecho productivo con el continuo afanar de muchas generaciones, cambian de lengua, de religión y de hábitos civiles y de formas políticas según las dominaciones que sucesivamente saben imprimirles nuevos moldes; pero rara vez desaparecen en ninguna parte, aun cuando lleguen á negar su propio nombre y á olvidar su primera existencia.
La gran antigüedad de la raza berberisca en el Norte del
África, desde las orillas del Atlántico hasta los confines de
Egipto, se echa de ver cuando se lee en Heródoto que en toda la Libia no
hay más que un solo pueblo indígena fuera de los etíopes,
y se confirma al encontrar vestigios de costumbres que por su singularidad
consigna el escritor griego. Los rifeños se afeitan la cabeza, dejando
una trenza en el lado derecho como los antiguos maxyes; otras tribus conservan
el cabello sólo en la mitad posterior como hacían los machlyes, y
en muchas partes llevan para la caza y la guerra la
tabanta de piel de cabra, que el
historiador de Halicarnaso tenía por modelo del traje de Minerva. Ni han
variado la mayor parte de los nombres propios desde tiempo tan remoto
consignados. El adjetivo
mazig, dictado nacional de la mayor parte
de los bereberes que no lo han olvidado por otro árabe, es á no
dudarlo la raíz y equivalente de los de
masúas de las inscripciones
egipcias,
de
Heródoto,
de Hecateo,
maxitani de Justino
de Tolomeo.
En los
zauagas, pobladores de nuestra ciudad de
Azuaga en Extremadura, se encuentran los
de
Heródoto, y los montañeses
atarantes, llamados equivocadamente
atlantes en todas las
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copias
del mismo autor, rectificadas en este punto con oportunidad por Salmasio,
tomaron nombre de las palabras
at, «hijos» y
darán, que significa
«montañas» y sirve aún para designar la gran
cordillera del Atlas, cuyas extremidades orientales habitaban. Por otra parte,
M. Hanoteau, en su
Grammaire kabyle, nos enseña la
raíz del nombre de los garamantes en la palabra
garam, que en dialecto targuí
significa «ciudad,» y explica gran número de apellidos de
personas numidas por la inicial
mes, que quiero decir
«señor».
El origen de esta raza singular es punto de notorio interés que se ha dedicado á aclarar M. Tissot, incitado á ello por el ilustre general Faidherbe y apoyado por el sabio naturalista Broca. Más de la tercera parte de la población marroquí es rubia, y otra tercera parte, aunque castaña ó morena, tiene tal fisonomía europea, que el autor la encuentra muy parecida á la de los franceses de Gascuña, del Berry ó de Borgoña. El citado general había notado igualmente gran número de rubios en la provincia de Constantina, y los libios están pintados con igual coloración en los muros de Tebas. Á estos indicios de la procedencia septentrional de los berberiscos hay que añadir los monumentos megalíticos en todas sus variedades, que hallados también en la parte oriental de Argelia, abundan sobre manera en las cercanías de Tanger, de Alcazarquivir, de Fez y de otros puntos menos conocidos. Reparando que el número de estos monumentos, así como la frecuencia de las fisonomías europeas progresan visiblemente conforme se acerca el observador al Estrecho, nuestro autor afirma que la raza berberisca procede de Europa y entró en África por la misma vía que siglos y siglos más tarde había de tomar para recobrar transitoriamente los campos de donde saliera, empujada tal vez las primeras emigraciones célticas.
Si esta teoría es cierta, cobra vigor la idea de los que sostienen la existencia de un elemento berberisco considerable en la etnografía española; mas no en el sentido de que viniera de África en tiempos anteriores á la historia escrita, sino como residuo del paso de esa raza vigorosísima por nuestro suelo. Faltan hoy observaciones físicas y estudios lingüísticos que den siquiera un rayo de luz en cuestión tan importante y compleja, oscurecida forzosamente —217→ con el hecho tan sabido de la inmigración berberisca, abundante sobre manera en la Edad Media. Si literatos de saber reconocido han podido imaginar que eran berberiscos los genuinos y típicos celtas de la Maragatería, véase cuán difícil no será distinguir los caracteres de la raza líbica en esa Andalucía, centro de atracción de pueblos tan diversos y donde los del Norte han enviado una y otra vez sus oleadas para desalojar á los ocupantes hasta la mitad del siglo décimosexto. Acaso los libifenices de Avieno denoten el abolengo de esa corriente primitiva y no la colonización africana que ha entendido el común de los comentadores; puede ser que ciertos nombres geográficos, como Attegua, Obucula, Caviclum, Subur, Sala, Cusibi y otros encierren identidad de origen con los análogos del otro lado del Estrecho; y quién sabe si el examen atento de la escritura tifinag, hija de la fenicia y propia de los targuíes del desierto, contribuirá algún día á interpretar las singulares inscripciones canarias, y á desvanecer las sombras de las inscripciones turdetanas. Pero todo son esperanzas y conjeturas, y en el estado actual de nuestros conocimientos no se puede pasar de plantear los problemas y sospechar las soluciones.
Dos viajes á los lagos que al Sur de Túnez ha
hecho célebres el proyecto de mar interior del capitán Roudaire,
permitieron á M. Tissot probar la identidad del mayor de aquellos con el
Tritonis de Herodoto y vindicar contra Niebuhr, de acuerdo con Ritter y Heeren,
la exactitud de que el escritor griego conocía la Libia, salvo en su
parte más occidental, de donde declara él mismo francamente tener
apenas algunas noticias confusas. Esta oscuridad fué base y origen de no
pocas de aquellas fábulas que los griegos se complacían en forjar
donde quiera que la falta de nociones ciertas dejaba á la
imaginación libre el campo. En aquel desconocido rincón de
África fingieron que el monte Tedla de los naturales era el Atlas que
sostenía el cielo; la Medusa, según Pausanias cabeza de una gran
mona africana, encuentra explicado su nombre en el dialecto yolof como
«hombre con cola»; la sima Taurga, que los berberiscos de hoy creen
que necesita devorar cada año una víctima humana, fué
cambiada en deforme fiera; en la costa más apartada pusieron el teatro
de la lucha de Hércules y Antéo, y en el
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campo de
Larache colocaron el famoso jardín de las Hespérides, en una isla
que con sus numerosas vueltas defiende á manera de dragón el
río Luco. El autor ha determinado con afortunada sagacidad el sitio de
esa isla en las cercanías del aduar de Recada; y al demostrar de una
manera concluyente, contra el parecer de Müller, que Estrabón
escribió
no por Tingis, sino por el
de Artemidoro,
Lixus de los romanos, con el
artículo femenino berberisco
T antepuesto y permutada la
L en R, me ha hecho pensar que por la
semejanza de ese nombre con el
taranch
que oirían á los persas, les vino la idea
de que las preciadas naranjas ó manzanas de oro crecían ocultas
en tan apartados lugares.
No ha fijado solamente la atención del erudito diplomático el ignorado sitio del jardín de las Hespérides, sino que todo el territorio de la antigua Lixo ha sido objeto de un estudio topográfico cual hasta ahora no se había hecho, por más que ya hubiera determinado su sitio el célebre viajero Barth. Un plano detallado del terreno da á conocer con claridad notable la posición de la ciudadela fenicia, de las murallas romanas, del puerto antiguo interior construído á manera de dársena en la margen del río y las profundas alteraciones que esta corriente ha sufrido, todo demostrado con planos parciales y cortes geológicos del terreno, cuyo seno avaro no ha dado hasta ahora más que una inscripción poco importante, (C. I. L., VIII, 9991), desconocida por cierto para el Sr. Tissot.
En cambio, en las investigaciones no menos detenidas que ha
hecho sobre las antigüedades de Tánger, descubrió tres
inscripciones nuevas, una sepulcral, otra dedicada al emperador Diocleciano, y
la tercera, que es sin duda la más importante, parece justificar el
título de
Colonia Julia Traducta, que concede Plinio
á la capital de la Tingitania. Verdad es que el cipo está roto y
no aparece en él más que las letras LON - v - IVLI; pero
compaginando esto con la aserción terminante del naturalista romano, no
contradicha sino por el silencio de los demás contemporáneos,
deduce una gran probabilidad á favor de que Tingis fuera llamada
Colonia Victrix Julia Traducta, no obstante
cuanto en contrario de esto se ha dicho por Mannert, ya refutado por su
traductor
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Marcus, y se ha repetido obstinadamente y sin alegar
pruebas por Vilmann, aun después de conocido el epígrafe. Toda la
dificultad nace de que ya tenía aquel dictado la colonia bética,
llamada por Mela
Tingentera, nombre que tanto ha dado que
discurrir á los eruditos, y que sospecho si podrá interpretarse
por las palabras berberiscas Ting-en-térua
Tingis de los descendientes) pero la razón es poco
valedera y los casos de homonimia son tan frecuentes en la antigüedad como
en nuestros días.
Así acontece en Banasa, llamada Valentia, cuyo sitio indudable tuvo el Sr. Tissot la gloria de fijar el 14 de Noviembre de 1871, gracias á una magnífica inscripción dedicada al emperador Cómodo, en cuyo honor debió tomar la colonia el apellido de Aurelia y no el de Aetia, como Desjardins (en la Rev. Archéol.) indujo á pensar á nuestro autor.
La fijación de esta ciudad no fué importante
sólo por sí misma, sino por cuanto contribuyó á
determinar sin vacilación la traza de la vía romana que
conducía desde Tingis al puerto avanzado sobre las tribus
montañesas
Exploratio ad Mercurios. De los puntos
intermedios eran conocidos, Zilis en Arcilla sobre el río Zilia
de las monedas fenicias, que me parece
recordar la raíz berberisca
ezzel, fluir); Lixus, ya mencionada, cerca
de Larache; y Sala en Xela, junto á Rabat, donde hace sólo tres
años se ha encontrado una lápida dedicada á un presidente
de la Bética. La posición tan tierra adentro de Banasa
demostró cuán en vano se esforzaron los geógrafos
especulativos en buscar las demás estaciones del itinerario en una costa
cuyo tránsito interrumpen extensas lagunas ó inaccesibles
peñascos. Por contrario modo, M. Tissot, atendiendo á la
dirección de los caminos más practicables y guiándose por
numerosos restos de puentes y edificios, ya que allí falta del todo el
firme en las vías como en muchas de la Hispania, pudo dar con el sitio y
ruinas de
Ad Mercuri, Tabernae, Frigidae y Thamusida
en parajes apartados del litoral y á las distancias convenientes de las
poblaciones ya determinadas.
Toda la fatiga empleada por el incansable investigador en explicar la segunda vía, que desde la estación Ad Mercuri llegaba á Tocolosida, si bien le ha permitido fijar el trayecto con todo rigor, —220→ no le ha dejado determinar las mansiones sino de una manera conjetural, si se exceptúan las de Tocolosida, Aquae Dacicae y Ad Novas, y especialmente la de Oppidum Novum, cuya correspondencia con Alcazarquivir, propuesta por Lapie y Renou, confirma con varios restos antiguos allí encontrados, entre otros una inscripción griega metida en la fábrica de un alminar. El único jalón conocido sin duda alguna desde hace tiempo para buscar la dirección del camino era Volubilis, cuya incierta posición geográfica y mal definida topografía puso en claro el detenido reconocimiento llevado á cabo en 1874 por el mismo viajero, del cual resultaron desvanecidos los cargos de inexactitud que Mannert había hecho contra Plinio y rectificadas algunas medidas de este autor latino. Al describir las ruinas restaura por primera vez la gran inscripción del arco de triunfo de Caracalla y Julia Domna, publicada más tarde por Wilmann (C. I. L., VIII, 10950) después de haberla dado incompleta en el mismo tomo (núm. 9993) sin reparar que ponía como inscripción distinta poco más adelante (núm. 9996), un trozo mal copiado de ella.
Lo más acabado y minucioso es el estudio de la costa,
desde el río Muluya hasta el Sus, enmendando no pocos errores de los
mapas más modernos, y sus resultados se imponen con la fuerza la
evidencia por encima de cuanto han dicho Mannert, Müller, Förbiger,
Lapie, Movers y el mismo Vivien de Saint-Martin. Con singular sagacidad discute
y esclarece la multitud de noticias, al parecer contradictorias, que
consignó la antigüedad sobre la costa que en tan gran parte nos
pertenece desde el Estrecho á la frontera secular de las dos
Mauritanias, deshaciendo errores fundados en ilusiones etimológicas,
como el de confundir las
de Tolomeo
con las
Sex insulae del Itinerario, y aprovechando
en cambio con oportunidad la homonimia para colocar en su verdadero sitio el
río Laud y el
Promontorium album. Aunque la
teoría geológica que propone para el Estrecho, impulsado por el
afán de compaginar los guarismos suministrados por diversos autores no
es nada feliz, la atribución de todos los accidentes topográficos
de los alrededores de Ceuta es en extremo acertada, y sólo habiendo
visitado muy despacio los lugares es como se puede llegar á resultados
semejantes en geografía comparada.
Muchas páginas ocupa la demostración de que son
uno mismo los ríos
Malvane y
Mulucha de Plinio,
y
de Tolomeo, citados en una y otra forma por
Salustio, Mela ó Estrabón. Aunque no sería extraña
confusión semejante en autores clásicos cuando hablan de
países remotos y poco poblados, mi parecer es que las equivocaciones son
de otro género. El río Malvana de Plinio y el
de Tolomeo son indudablemente uno con el
actual Muluya, límite entonces y ahora de la Tingitania; pero el Mulucha
de Plinio es el
de Tolomeo y el
de este geógrafo el que pasa por la
ciudad del mismo nombre situada en lo interior, y cuya posición
corresponde á las orillas del río Amlilu, el
Amilo de Plinio, afluente del anterior, y
al cual dió el alejandrino desembocadura propia, según piensa
también Mannert.
Al buscar el asiento de las antiguas tribus, encuentra
acertadamente en la de Berguata á los
, en la de Uarga á los
y á los
en la famosa de
Mecnesa, pobladora de Mequinez. Otras muchas correspondencias hubiera podido
hallar, como la de los
Getuli en Guezula, y de los Vesuni en
Uazán, pero no convengo en que los terribles Autololos sean los de
Ait-Hilala, porque este pueblo es de origen árabe moderno.
El papel importante que ya concede Movers á la lengua
berberisca empieza á tener algo del valor que debe corresponderle en los
trabajos del docto residente francés, aun cuando sería de desear
que tuviera, más ensanche. Así como explica el nombre de Tamuda
por
tamda
«estanque» y el de
Abrida por
abrid
«camino» ó «paso»; podría haber
encontrado el de los
Galaudes, no en a corrupción de
Autololes, sino en el dictado
aguelid
«rey», y el de la región
Egel en acal
«tierra» ó «suelo»; así como la voz
que Herodoto aplica al ratón no debe
buscarse sino en
aguerda
que significa lo mismo. Por fin, el apelativo
mismo de los moros,
Mauri, lo hallaría reflejado en la
voz
temurt
«país», así como las
dos ramas principales parecen denominarse, los xelojes de la
«tienda»
axloj
y los
amaziges de la raíz
ezzeg
«ordeñar».
En conclusión, los escritos del Sr. Tissot son modelos do investigación y de crítica en geografía antigua, y la Academia deberá felicitarle por tan útiles trabajos y recibirle en el número de sus correspondientes, si lo estima oportuno.
EDUARDO SAAVEDRA.
Madrid 9 de Mayo de 1884.