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ArribaAbajoHomenaje a Jorge Mario Furt en el centenario de su nacimiento (1902-2002)64

Pedro Luis Barcia


Hoy evocamos la figura señorial y exquisita de un humanista argentino que, como tal, supo articular en su obra lo universal y lo nacional: don Jorge Mario Furt, quien fue nuestro Correspondiente, elegido el 25 de agosto de 1966. Lo hacemos con motivo de cumplirse el centenario del nacimiento, ocurrido en la ciudad de Buenos Aires, el 20 de mayo de 1902.

Furt estudió con los dominicos en el colegio Lacordaire, quienes le dejaron su impronta para el trabajo intelectual riguroso. Ensayó varias carreras: Medicina, Derecho, Filosofía, Letras, pero no ancló en ninguno de esos claustros. Exploró campos de diferentes disciplinas, como Arqueología, Antropología y Folclore, de la mano de personalidades, como Juan Ambrosetti, Roberto Lehmann Nistsche y Félix Outes. Estas incursiones revelaban su amplio apetito cultural. Fue hijo de sí mismo, en cuanto a la disciplina de estudio a que se aplicó toda su vida y al rigor laborioso que impuso a sus producciones. Abrió el humanizante abanico de las literaturas gracias a su conocimiento de las lenguas clásicas, aprendidas en clases de Francisco Capello y Clemente Ricci, y las modernas: alemán, inglés, francés e italiano.

Su precoz vocación por la investigación histórica, expresa en su trabajo primicial «Un códice de La Argentina de Ruy Díaz de Guzmán», estuvo estimulada por la sabia orientación de Emilio Ravignani, Juan Agustín García y Monseñor Pablo Cabrera.

Pasó fructuosas temporadas de investigación en repositorios bibliográficos europeos, la Biblioteca Nacional de París, la de Madrid;   —300→   la Biblioteca Vaticana; centros germanos especializados, etc.; y cursó con maestros de alta talla, como Arturo Farinelli, en Turín, y Rafael Corso, en Nápoles. Así se fue gestando esta peculiar laya de criollo universal que fue don Jorge Furt.

En su país, radicó en la estancia Los Talas, vecina a Luján, donde atesoró su riquísima biblioteca, que resguarda incunables, libros raros, ediciones impares. Es sorprendente que todo este arcón de joyas esté en medio de la pampa bonaerense. Diseñó el catálogo de esa biblioteca en cinco secciones, cada una presentada por una autoridad en la materia: los académicos Arturo Marasso, para la de «Libros Antiguos», y Rafael Alberto Ameta, para la de «Literatura»; Federico Fernández Monjardín haría lo propio con «Historia y Geografía»; Aníbal Vargas Nigoul, para «Archivo y publicaciones», y Jorge Mayer para el riquísimo «Fondo de manuscritos de Alberdi», aún no batido con provecho por los investigadores.

Desde las lindes de tunas de su estancia, miró largamente Esteban Echeverría la llanura ilímite, que supo contener verbalmente en el canto «El desierto», con que se abre La Cautiva. Andados los años, hasta un siglo, desde la misma estancia, a hora de Furt, su amigo del alma y académico nuestro don Ricardo Molinari contempló espacialmente la vastedad planetaria de la pampa y se nutrió de su estímulo de soledad e infinito para algunas de sus memorables odas.

Si bien se registra una sola colaboración suya en nuestro Boletín: «Escolio a Bembo» (T. XXXV, n.º 137-138, 1970, pp. 227-232), mantuvo estrecha relación con la Corporación. A él, asociado a Miguel Romera Navarro, le debemos la edición del texto crítico de El Discreto, de Baltasar Gracián, que la Academia editó en 1959. La obra del jesuita aragonés fue una de sus lecturas dilectas. Supo disponer la edición facsimilar del Oráculo manual y arte de prudencia (1958), sobre la base de uno de los escasísimos ejemplares existentes de la edición príncipe, volumen de su propiedad (Huesca, Juan de Nogués, 1647), edición que alcanzó a concretar después de muchas desazones y esfuerzos, merced a la sostenida perseverancia y devoción que puso en cada paso de su vida y de sus obras. Hoy, con generosidad heredada de lo paterno, Etelvina Furt, su hija, hace entrega, con destino a la Biblioteca de la Academia, de uno de los ya inhallables trescientos ejemplares del librito.

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Mantuvo una grata amistad fraternal con algunos académicos, como es el caso dicho de Ricardo Molinari, quien halló maestro y guía en Furt para el encariñado amor bibliófilo y para el arte de la edición cuidadosamente vigilada y artesanalmente compuesta; la atención al realce tipográfico, a la ilustración, a la xilografía. Molinari le destinó algunos de sus poemas al amigo Furt; y éste, con reciprocidad amical, le dedicó su extenso poema mitológico Níobe.

De igual manera, trabó una amistad entrañable con el académico don Eleuterio F. Tiscornia, por ello, asumió la responsabilidad de preparar la edición de su amigo, de Martín Fierro comentado y anotado (Buenos Aires: Coni, 1951). Furt reunió en un elaboradísimo tomo los dos previos que el estudioso entrerriano había destinado al poema mayor de Hernández y además, incorporó, articuladamente, todas las papeletas y fichas que Tiscornia fue ordenando después de editar sus trabajos sobre el texto hernandiano. También se ocupó de editar de su amigo entrerriano, el Catálogo de su archivo de guitarra 1897-1945 (Buenos Aires: López, 1948), que anotó prolijamente.

Hurgador de papeles viejos, de repositorios y archivos, gustoso trashojador de ediciones venerables, de códices y documentos, dedicó su vida de erudito vivaz y de bibliófilo infatigable a la amistad de los libros y de los amigos. Alternó sus tareas de exegeta y de crítico con la labor creativa, bien sea con el ocasional relato, como en el cuento «El espinillo» (1930), o con el sostenido cultivo de la lírica en poemarios, como Cantata triburtina, Las elegías o su Flor de milagros. Nuestro Correspondiente Oscar Caeiro ha dedicado un inteligente estudio a la Imagen de Córdoba en la poesía de Jorge M. Furt (1983). Junto al verso, nos dejó sus otros escritos, como Libro de prosa o sus Veinte estampas de Luján.

Quienes nos ocupamos de la literatura argentina somos deudores vitalicios de los trabajos de Furt. En nuestra cátedra de la Universidad Nacional de la Plata, nos valemos de su obra pionera Cancionero popular rioplatense, apuntados sus dos tomos con sabias e ilustrativas notas que, en su sobriedad, rehúyen la práctica habitual de la logofilia en las apuntaciones, tan común en trabajos de su índole. Manejamos su rico Cancionero al ocuparnos de la creación poética oral popular, que los despistados aún siguen denominando «literatura oral», con flagrante contradicción de términos. Y, al ocuparnos del primer poeta   —302→   nacido en el Plata, inevitable y gustosamente, nos valemos de La vida de Luis de Tejeda (Buenos Aires: Colombo, 1955), de trabajada investigación, y de la magnífica e impar edición del Libro de varios tratados y noticias (Buenos Aires: Coni, 1947), que Furt supo editar, según el manuscrito preservado en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Córdoba. También son trabajos bien realizados sus ediciones de Solané, de Francisco Fernández, y Lucía Miranda, de Miguel de Ortega, publicadas en la colección Orígenes del Teatro Nacional, del Instituto de Literatura Argentina, dirigido por Ricardo Rojas.

Lamentablemente, las nuevas generaciones de investigadores en materia literaria argentina ignoran o desatienden los aportes de Furt. Claro que suelen aprovecharlos a través de los «refritadores» de oficio. Pero en este olvido actual de los jóvenes que redicen lo dicho, Jorge M. Furt no está solo: Roberto Giusti, el citado Arrieta, Ángel J. Battistessa, y tantos más forman su buena compaña.

Hace unos años, el pleno de los académicos visitó la estancia Los Talas, donde los recibió doña Etelvina, con su proverbial hospitalidad. Se vivieron horas de real goce espiritual y natural. Hoy hemos invitado a doña Etelvina -que lleva el nombre de su abuela-, la hija de nuestro ex Correspondiente, y a su esposo Ricardo Rodríguez, celosos custodios de la memoria, obra y biblioteca de don Jorge Furt, para conversar sobre vida y obra del ilustre humanista. Nadie mejor que ellos, que han dedicado su vida a esa tarea con amor filial, para evocar hoy y aquí la figura de nuestro académico y colaborador, honra para la Corporación. Los escuchamos con devota atención.