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Universidad de Oviedo
Cuanto más se estudia el siglo XVIII más resalta a los ojos de la crítica su complejidad y diversidad. A la tradicional visión de dicha centuria como una época fundamentalmente neoclásica han venido a sustituirla otras interpretaciones que alteran no sólo la importancia sino también el orden de aparición de los distintos movimientos culturales y literarios e incluso y por tanto su relación con los de la primera mitad del siglo XIX. Por otra parte, la atención reciente que cierta crítica dispensa a formas literarias habitualmente tenidas por menores (la literatura tradicional, por ejemplo) o de escasa calidad estética pero alta significación sociológica (la literatura de cordel) ha abierto nuevos campos de trabajo en este siglo, poniendo de relieve la necesidad de no formular afirmaciones tajantes basadas en la presunta existencia de géneros o subgéneros perfectamente codificados y, por eso, claramente separados entre sí.
Sin duda es la novela -aunque prefiero hablar de narrativa- uno de los campos de investigación que en los últimos años ha merecido una mayor atención de la crítica. Las indagaciones recientes han puesto de relieve la riqueza, al menos cuantitativamente hablando, de la narrativa en el siglo XVIII, en contra de lo que la crítica tradicional había sostenido. Pero también en este marco de investigación se puede descubrir que nos hallamos ante un tipo de literatura sumamente complejo que bien sigue mirando hacia un pasado de raíz barroca (imitaciones, continuaciones, parodias del Quijote, por ejemplo), a veces bajo formas notoriamente degradadas, bien, en opinión de ciertos críticos, anuncia formas «románticas» o incluso las encarna.
Una obra narrativa en la que podemos encontrar esa presencia de elementos muy dispares, cuando no claramente antagónicos, es la serie de las Zumbas, de la que es autor José de Santos Capuano, en colaboración con su hermano Santiago. A algunos de tales rasgos vamos a referirnos en este artículo.
—118→En su libro La presse espagnole de 1737 à 1791 el profesor Paul-J. Guinard estudia brevemente los 21 números de la primera serie de las Zumbas publicadas por Joseph de Santos Capuano a partir de 178861. Dicha obra es continuada por otros tres volúmenes, cuyos respectivos títulos comienzan así: Zumbas, o por mejor decir rezumbas, con que el famoso Juan de Espera en Dios..., Zumbas, rezumbas, o por mejor decir, tatara-zumbas, con que el famoso Juan de Espera en Dios... y Zumbas, rezumbas, tatara-zumbas, o por mejor decir, archi-zumbas, con que el famoso Juan de Espera en Dios... Tales volúmenes aparecieron en Madrid, en la oficina de Blas Román, siendo la fecha del último la de 1794. Entre 1799 y 1807 fueron reeditados los cuatro libros, en Madrid y en la Imprenta de Villalpando (Aguilar 1993, pp. 558-559). José de Santos Capuano era, en opinión de Francisco Aguilar Piñal, el ciego más famoso de Madrid y figura como autor de distintas obras que, a juzgar por sus títulos, van de lo religioso a lo burlesco, pasando por lo costumbrista e, incluso, los compendios e índices de obras de autores como el P. Feijoo y el P. Isla62.
—119→En realidad, Zumbas -el primer tomo de la serie, que es el que voy a comentar- más que una obra que pueda ser incluida dentro de la prensa, es una novela por entregas, de contenido variado63 y con unos personajes cuya trayectoria vital conocemos en varios de sus episodios más significativos. Obra lenta al comienzo (cuando narra la vida de los antepasados más inmediatos de Juan de Espera en Dios), gana en agilidad narrativa y en humor, a veces muy cercano a lo grosero, según el protagonista de la serie va creciendo en edad, travesuras y necedades. Uno de los elementos que utiliza para conseguir el humor son los juegos verbales -deformaciones lingüísticas, invención de palabras, etc.- pero tampoco están ausentes ciertos pasajes en los que la comicidad deriva de la situación o de los hechos que se narran, todo ello dentro de unos límites estéticos de muy cortos vuelos. Aunque la pretensión del autor es la de conseguir una obra cómica, en ocasiones hace una cierta crítica social, como ocurre, por ejemplo, cuando reproduce unos poemas64 que tratan de vicios sociales contemporáneos, como el afeminamiento de los hombres o la excesiva afición de las mujeres a ciertas modas. Si bien Juan Ignacio Ferreras y Joaquín Álvarez Barrientos no incluyen en sus historias de la novela del siglo XVIII ninguno de los cuatro tomos de la serie de las Zumbas, me parece preferible la opinión de Lucienne Domergue, para quien dichas obras son novelas. He aquí sus palabras:
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Refiriéndose al siglo XIX, Luis Monguió afirmaba en 1951 que «la típica novela por entregas española solía publicarse no sólo en el folletón o folletín de algún periódico, sino que se publicaba también -o se publicaba exclusivamente- en folletines o entregas separadas, vendidas al público independientemente por alguno de los varios editores que se especializaron en esta clase de obras. Forma enlazada quizás con la vieja tradición de publicación y venta de romances y pliegos de cordel». Por su parte, Leonardo Romero Tobar, que también se refiere al siglo XIX, además de aceptar las anteriores palabras de Luis Monguió, precisa que la novela publicada por entregas en cuadernillos es un negocio más arriesgado que el de las novelas por entregas como folletín de un periódico, puesto que «ella sola se convierte en objeto único de la operación mercantil; exclusivamente depende de la novela el éxito o el fracaso del negocio editorial, al que sólo contribuye de forma secundaria el aliciente plástico representado por los grabados y las cubiertas de la colección». Me parece que Zumbas reúne a la vez la condición de literatura de cordel y de temprana, por dieciochesca, novela por entregas, dado su inicial modo de aparición.
Según el profesor Guinard, los 21 episodios de la primera serie, «-la seule qui son véritablement périodique- relèvent du roman burlesque, voire parodique, le plus classique; les références à Don Quichotte ne manquent pas, puisque le héros est né à Tirteafuera, patrie, rappelle-t-il, du fameux docteur Pedro Recio» (Guinard, 1973, pág. 342). Además de los ya señalados Cervantes, Quevedo y Torres Villarroel, obviamente tratados de una manera que roza con frecuencia lo descaradamente burlesco o lo grotesco, hay que citar, entre los modelos de José de Santos Capuano, al P. Isla, lo cual nos remite, a su vez, a los autores de la picaresca. A todos ellos hay que sumar la presencia de ciertos modelos o, quizá mejor, componentes que proceden de la literatura tradicional, a los que aludiremos más tarde. Por otra parte, los hechos narrados por Lucienne Domergue nos sirven para comprobar, una vez más, cómo los gustos de los ilustrados discurrían por distintos caminos que los de una buena parte de la población lectora (u oyente) del siglo XVIII. El mero hecho de que en un muy corto espacio de tiempo hubiera dos ediciones de los cuatro tomos de la serie de las Zumbas demuestra esa discordancia entre «cultos» y «populares». Pero esto mismo a que acabamos de aludir nos sirve, aunque pueda parecer paradójico, para que veamos que no siempre es fácil separar en el siglo XVIII en bloques opuestos e independientes lo «culto» y lo «popular». En una misma obra, incluso si es descaradamente vulgar, podemos encontrar elementos que tienen un origen culto y que, sin embargo, pertenecen al sustrato de conocimientos de unos hipotéticos o reales lectores u oyentes de las clases populares. Parodiar o pretender imitar los personajes o el estilo del Padre Isla o de Cervantes (un Cervantes entonces no considerado en los términos críticos actuales) dejan bien a las claras que el autor de las Zumbas sabe que en las clases populares, por los motivos que sea (fundamentalmente, los de tipo cómico y burlesco), existe el gusto por autores que hoy nosotros consideramos que pertenecen al mundo «culto». Pero, además, en Zumbas hay algún ejemplo de cómo, de manera quizá inesperada desde una perspectiva purista, cuestiones relativas al —121→ mundo de lo culto se incorporan a una obra que parece estar claramente orientada hacia un tipo de lectores populares, con todo lo resbaladizo que resulta este término: no olvidemos que ya desde la portada de ese tomo sabemos que José de Santos Capuano escribe Zumbas «para honesto recreo de los sencillos y claros labradores y de los muy honrados y prudentes comerciantes, fabricantes, artesanos, menestrales, etc.». Me refiero a los excursos que el autor, interrumpiendo la narración de las aventuras más o menos jocosas que viven los personajes, efectúa para hablar de las polémicas en que se vieron envueltos el Padre Feijoo o los redactores del Diario de los Literatos. El «Presagio o Zumba VI», que, al modo de algún ejemplo que ocasionalmente encontramos en el Fray Gerundio, «no es necesario leer para saber la conclusión del festejo de la boda de Millán», está íntegramente dedicado a las polémicas, críticas, etc. en que se vieron implicados los autores antes aludidos. Bien por el prurito de querer demostrar una notable cultura, bien porque encontraba en aquellos escritores una situación paralela a la que él vivía con sus detractores, bien porque deseaba hacer propaganda más o menos implícita de sus obras sobre Feijoo o sobre el Padre Isla65, bien por otra causa que se nos escapa, José de Santos Capuano no duda en interrumpir la narración para hablar de aquellas polémicas, demostrando, seguramente sin pretenderlo, que la novela es un saco en el que cabe todo y poniendo al alcance de unos lectores poco doctos una información sintética sobre algunos de las personalidades y hechos culturales más relevantes, representativos y, en el caso de Feijoo, más populares del siglo XVIII. He aquí el pasaje más significativo del capítulo de Zumbas anteriormente citado:
(pp. 82-86) |
Por otra parte y como señalé anteriormente, en las Zumbas encontramos también algunos elementos que proceden de la literatura tradicional o que tienen origen erudito pero se han tradicionalizado. Ya el nombre del protagonista responde a la denominación española de la figura folklórica del judío errante, si bien en lo demás no tiene nada que ver con éste, pues, como ya señaló Guinard, es hijo de buenos cristianos (Guinard 1973, pág. 342, n. 83). Donde el autor de las Zumbas sí es fiel a la tradición oral es en la incorporación de cuentos más o menos tradicionales. El hispanista francés Maxime Chevalier, autoridad inobjetable en el campo de los estudios sobre nuestros relatos tradicionales, señala que en el siglo XVIII los cuentos populares quedaron reducidos a ámbitos sociales de poca cultura. Los intelectuales vinculados a los afanes de la renovación o la Ilustración, con la salvedad de Feijoo, Isla y Capmany, no consideraban los cuentos tradicionales como merecedores de ser incorporados a sus escritos. Sin embargo y al igual que sucedía con el Romancero, en esa centuria tales relatos seguían plenamente vivos en la memoria de las clases populares y, además, se difundían mediante publicaciones vinculadas a la literatura de cordel o escritos dirigidos a las clases populares, aunque también, en algunos casos, gracias a libros «cultos», de carácter básicamente docente. De esta manera, literatura oral y cierta literatura escrita -que no siempre es «culta»- se entrecruzan influyéndose mutuamente: determinadas publicaciones insertan relatos tradicionales y, a la vez y por ello mismo, la escritura contribuye a la perduración y divulgación de la literatura oral (Chevalier 1978, pág. 155).
Los cuentos tradicionales están presentes en Zumbas de dos maneras distintas, cada una de ellas con su propia función. La manera más habitual de —123→ aparecer consiste en que el narrador relata un cuento para que sirva de ilustración acerca de determinadas conductas humanas: el que denomino «Sanó porque rió» sirve para ejemplificar lo que pretende el narrador, es decir, divertir a los lectores; el que trata de los soldados murmuradores de su emperador se aprovecha, como es obvio, para criticar la murmuración; y el de las longitudes real y posible de un puente ilustra acerca de las críticas injustas que ciertas personas hacen de los trabajos ajenos. Paso a transcribir dichos cuentos, actualizando la grafía y la puntuación.
(pp. XXV-XXVI) |
Se trata de un relato tradicional ya documentado en el Vocabulario de refranes de Correas y que Chevalier estudia entre los relativos a las críticas a los médicos, si bien en este caso dicha crítica queda un tanto oscura (Chevalier 1982, pág. 22). En la versión de Correas el enfermo es un obispo de Portugal que se ríe al ver cómo una mona se pone una olla en la cabeza.
(pp. 31-32) |
Desarrolla una anécdota de origen erudito atribuida a Antígono y que está documentada en el siglo XVIII en el Deleite de la discreción de Bernardino —124→ Fernández de Velasco y Pimentel (pág. 260), obra que gozó de gran difusión en dicha centuria.
(pp. 404-406) |
Es un relato que gozó, con las variantes correspondientes, de notable difusión en el siglo XVIII, pues aparece en la Tertulia de la aldea, tomo II, pasatiempo IX, pp. 28-29, y en las Noches de invierno de Pedro María de Olive, tomo VIII, pp. 205-206.
La otra manera66 de incorporar al texto un relato de carácter tradicional consiste en hacer que el protagonista viva unos hechos que pertenecen al mundo de los motivos folklóricos y que tienen un carácter claramente cómico. Esto es lo que sucede cuando Juanito recurre a la burla de la vejiga llena de sangre para hacer creer al maestro que éste, que está castigándolo, le ha herido gravemente. He aquí el pasaje correspondiente en Zumbas:
—125→(pp. 364-365)67 |
—126→
Se trata de una burla perfectamente documentada en la literatura española desde, al menos, el Siglo de Oro y que sigue viva en ciertos cuentos populares del siglo XX, como ha documentado el profesor Chevalier: pliegos sueltos del siglo XVI, Segunda parte del Lazarillo de Tormes, El soldado Píndaro de Céspedes y Meneses, el presunto suicidio de Basilio en la segunda parte del Quijote o el cuento actual de Los dos compadres (Chevalier 1978, pp. 111-112, y Chevalier 1983, pp. 288-293). Ciertas palabras posteriores del maestro («No es nada lo del ojo [...] y se me quedó en la escuela», pág. 367) nos remiten al Fray Gerundio (tomo II, pág. 297, y tomo III, pág. 76: «No es nada lo del ojo y llevábale en la mano»), que a su vez continúa la Floresta española de Melchor de Santa Cruz (IV, VII, VIII).
En resumen, la novela por entregas dieciochesca Zumbas nos ofrece una compleja y, a veces, entretenida variedad de elementos temáticos, formales, genéricos e incluso aquellos relativos al modo de publicación.
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